A pesar de la habitualidad de este tipo de crímenes, especialmente en Francia, la agresión no es noticia, no ha llegado a los medios de comunicación porque la información va contra corriente de lo que la propaganda intoxicadora pretende inculcar. Los papeles entre la víctima y el victimario aparecen intercambiados.
Tanto la alarma, el exceso, como el silencio, el defecto, sirven para que dicha propagada no sólo cale en el subconsciente más recóndito de las masas sino que les conduce a subir a un autobús armados con tres cuchillos, debiendo poner mucha atención a que en este caso quien porta las armas no es un yihadista sediento de sangre sino un “pacífico” ciudadano al que obligan a vivir atemorizado.
El francés “pacífico” ha sido condenado a dos años de cárcel y ante el juez explicó lo obvio: tenía miedo del terrorismo (islámico). Al subir en el autobús, escuchó a dos amigos sentados en sus asientos que hablaban sobre el Corán, lo cual le hizo entrometerse en una charla ajena y entrar en un estado de pánico, pero en lugar de ir al siquiatra o tomarse unos calmantes, echó mano al bolsillo en el que llevaba las tres facas y le apuñaló de la manera más artera que cabe imaginar, por la espalda, mientras su víctima permanecía sentada en su asiento. A eso en Úbeda, Jaén, le llaman “puñalada trapera”.
No comentaremos ahora la sentencia judicial, en donde un delito frustrado de asesinato con alevosía se ha reconvertido en unas simples lesiones. Juzgue el lector acerca de cómo los jueces inflan o desinflan los crímenes en función de la alarma que los medios de comunicación sean capaces de crear o de ocultar, es decir, de factores ajenos al propio crimen.
Como excepción a la regla, el día del juicio el periódico “Le Parisien” dedicó cuatro párrrafos a comentar el estado de pánico del agresor porque en este tipo de crímenes -repetimos- todo aparece vuelto del revés siempre. En este caso el único comentario del único periódico que comenta la noticia es para indagar acerca del estado anímico del agresor y no de la víctima, algo que no ocurrió en el último atentado de Berlín, por poner un ejemplo, donde la prensa se sitúa del lado de las víctimas.
Veamos cómo un gacetillero de pacotilla escribe un artículo. En su primera versión aseguró que “efectivamente” la víctima era un salafista, por lo que se justifica -al menos parcialmente- que el pasajero haya sido apuñalado. En Europa apuñalar por la espalda a alguien así sin mediar palabra no está mal visto.
Sin embargo, un artículo intoxicador no depende de la realidad, de los hechos, sino del “clima” de la llamada “opinión pública” de tal modo que si protestas, lo más probable es que hagan gala de hipocresía y lo suavicen. Es lo que ocurrió con “Le Parisien” (*). Ante las protestas de los lectores, por la tarde la víctima dejó de ser salafista “efectivamente” sin que el periódico justificara el cambio ni se excusara ante la víctima.
En un crimen así la víctima importa muy poco. La víctima no sólo lo es de una puñalada trapera sino de años de inmunda basura intoxicadora que ha llevado a amplios sectores de las masas a un estado de pánico para hacerlas miedosas, maleables, e incluso criminales, como en este caso.