Con un lenguaje característico, el año pasado la CNN se preguntaba si Armenia, uno de los aliados más antiguos de Rusia, había salido de la órbita del Kremlin (1). Era una pregunta retórica. Bajo la dirección de Nikol Pashinian, Armenia creyó que su situación mejoraría saliendo de una órbita para meterse en otra mucho peor.
Las tropas estadounidenses llegaron al país para un entrenamiento con el pretexto de participar en futuras “misiones de paz internacionales”. Era una excusa ridícula para no enfadar a los rusos. Si Armenia no podía garantizar su propia paz, mucho menor lograría la de nadie en el mundo.
Como es natural, a los rusos no les gustó la llegada de tropas estadounidenses a sus fronteras. Lo calificaron como una “acción hostil” por parte de Armenia, a la que había que sumar el envío de armas a Ucrania, como ya anunciamos el año pasado en otra entrada. Por si no fuera suficiente, también mediaba la oferta de ingreso de la OTAN.
En fin, Armenia parece seguir exactamente la misma ruta que Ucrania desde el Golpe de Estado de 2014. No es casualidad que Pashinian llegara el poder cuatro años más tarde del Maidán ucraniano, en 2018, después de otra de esas “revolución de colores”.
Lo mismo que en Ucrania, tras el Golpe de Estado llegó la guerra, esta vez localizada en el Cáucaso. Se saldó con la derrota de los armenios y la lección es obvia: si Rusia no había sido capaz de defender a los armenios, como lamentaba Pashinian, sus nuevos socios mucho menos. Azerbayán logró sus objetivos y se procedió a la limpieza étnica. Los armenios tuvieron que abandonar sus domicilios ancestrales.
Además había que delimitar una nueva frontera internacional entre ambos países. En marzo de este año, Bakú exigió que Armenia se retirara de otras 8 aldeas en la frontera de la región de Tavush en Armenia y la región de Gazakh en Azerbayán, así como de parte de la frontera de Armenia con Nakhichevan. Ya 31 aldeas, que eran armenias durante la época soviética, han quedado bajo el control de Azerbayán, sin contar el enclave de Artsevashen, de 40 kilómetros cuadrados (2).
A esta bajada de pantalones, Pashinian lo llama “desmilitarizar la frontera” y dice que lo hace para evitar una nueva guerra con Azerbayán.
En el Cáucaso y en todo lo que concierne al perímetro de Rusia, nada es trivial. En la región de Tavush se encuentra la autovía M-4, que conecta Ereván con el norte del país y llega hasta la frontera con Georgia. Con la nueva delimitación de la frontera la autovía queda bajo el control de Azerbayán.
El gasoducto que suministra gas a Armenia también pasa por la nueva zona que queda bajo el control de Azerbayán.
Pashinian está liquidando Armenia por orden de sus nuevos padrinos, lo que en román paladino se llama “traición”. Es lógico que las poblaciones locales se levanten cada vez más airadamente. Desde el 19 de abril, es decir, desde la entrega de las aldeas a Azerbayán, los vecinos han estado bloqueando las carreteras hacia Ereván y la policía ha tenido que intervenir para despejarlas.
Es lo que ocurre cuando las poblaciones se manejan como si fueran fichas del ajedrez sobre un tablero, sin tener en cuenta su voluntad.
(1) https://cnnespanol.cnn.com/2023/09/17/armenia-esta-saliendo-orbita-kremlin-aliada-antigua-rusia-trax/
(2) https://www.theguardian.com/world/2024/apr/22/armenia-prime-minister-villages-azerbaijan-nikol-pashinyan
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