Ele, arsa, olé, ojú, etc.

Bianchi

Mal tienen que ir las cosas para que el Gobierno tenga que recurrir a las supuestas gracias del «chistoso» jugador de fútbol Joaquín (del Betis) que, como andaluz que es, cree que es «gracioso» por naturaleza y por dos motivos: primero, por serlo -andaluz- y con eso basta: y, segundo, el hecho de serlo -andaluz- patrimonializa el humor. Y no digo yo que no, pero esta es otra vaina. La última parida de este catedrático en Facecia y Eutrapelia ha sido salir en bata de ducha -digo yo que sería eso-, contar unos chistecitos, jijijajá, y… recomendarnos que estemos en casa, que no salgamos.

También se están pasando videos donde se ven a personas de ambos sexos cantando soleás, jotas, aurreskus y otros casticismos varios desde balcones, ventanas, plazas, plazuelas o jugando al paddle desde ventanas, y tampoco diré que está mal para entretenerse en los días de confinamiento. Parece como si, de no haber irrumpido desde algún siniestro laboratorio el Coronavirus este de los cojones -para castizo el menda-, o gracias a él, el pueblo está más animado descubriendo el folklore, el estar en casa, la parienta, los hijos, otras habilidades, menos estrés y demás disfrutes del hogar, dulce hogar. Desde el poder y, sobre todo los mass mierda, se comentan estos shows con risa hueca y falsa animando al personal… «¡a que nos envíen sus números!» para que, con esa alegría y alacridad del pueblo español ante la adversidad, jajajajá, disfrute el resto de confinados («estamos en guerra contra el virus, contra el enemigo, métanse en sus casas». Lenguaje bélico, el Ejército en las calles).

Probablemente nada de eso se haría de no haber ni virus -si es que es un virus- ni un confinamiento ni un estado de alerta ni una cuasi ley marcial. Y las multas que ya empiezan a poner por la puta cara socolor de echar encima al «respetable» por «ir de listos» los multados. Se hace bajo esas condiciones. O sea, ni espontánea ni libremente porque, si fuera así, pasarían por medio majaras, simpáticos, sí, inofensivos, sí, pero zumbadillos. Se hace porque se promueve y se publicita y algo está pasando -la peste del siglo XXI- y hay que reaccionar. ¿Cómo? Encerrándose en casa y ver películas o arrancarse por bulerías. Si no hubiera «invasión», ganas tengo yo de hacer el chorra en el balcón.

Se ríen del pueblo desinformando o con «opulencia informativa» -lávese las manos-, que viene a ser lo mismo, y ahora se ríen animándolo a hacer el payaso. Y, como siempre, poniendo los muertos.


Ya apuntaba Aristóteles que «hay personas que, llevando al exceso la manía de hacer reír, pasan por bufones insípidos y molestos, diciendo a todo trance chistes y proponiéndose más excitar la risa que decir cosas aceptables» (Ética a Nicómaco. Libro IV, Cap. VIII. Del donaire en el decir)

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