El ‘terrorista intelectual’ que destapó el Plan Cóndor

Miembro del Partido Colorado, en el poder en Paraguay, Martín Almada no tenía nada que temer de la Operación Cóndor, cuya existencia desconocía. Sin embargo, este profesor, director de la escuela “Juan Bautista Alberdi” de San Lorenzo, llamó rápidamente la atención. Seguidor del educador brasileño Paulo Freire y su “pedagogía del oprimido”, y presidente del Congreso Nacional de Maestros de Paraguay, ¿no estaba coqueteando con los comunistas -esos “monstruos locos que se visten todos de rojo”- como se preguntaban los “pyragues” (“soplones”, en guaraní)? Almada fue a Argentina a estudiar en la Universidad Nacional de La Plata y regresó con un doctorado en educación tras defender una tesis titulada “Paraguay: educación y dependencia”.

En 1974 Stroessner está en la cima de su fama. Acababa de ser reelegido tras otra farsa democrática y regresaba de una gira triunfal por el Atlántico. Todo el mundo le recibió, “desde el General Franco hasta el Papa, desde Georges Pompidou hasta el Rey de Marruecos”. La Dirección Nacional de Asuntos Técnicos (conocida como “La Técnica“) está en pleno funcionamiento. Es raro que los que entran en ella salgan enteros o vivos. Enviado por la CIA, fue el teniente coronel estadounidense Robert K. Thierry quien, ya en 1956, entrenó a los primeros soldados de allí en las técnicas de tortura más avanzadas.

Detenido el 24 de noviembre, Almada fue entregado a la furia de los verdugos dirigidos por Pastor Coronel, el temido jefe de la policía política. Almada fue sometido a treinta días de interrogatorios, torturas físicas y psicológicas, y a la tortura del “tejurugudi”, un látigo con puntas metálicas en las correas. El veredicto fue: “terrorista intelectual”. Doble castigo, doble tragedia: la esposa del preso, Celestina, de 33 años, murió de un ataque al corazón en los días siguientes a la detención. Después de recibir sus ropas manchadas de sangre, una perversa llamada telefónica le anunció la muerte de su marido.

La dictadura trasladó a Almada al campo de concentración de Emboscada. Su director, el coronel Grau, fue apodado “el carnicero de la muerte”. El “profesor subversivo” debía pudrirse allí durante tres años. Fue allí donde oyó hablar por primera vez de un misterioso Plan Cóndor. Antes de ser asesinado, un coronel preso, Eduardo Corrales, ex jefe de comunicaciones de “defensa secreta” del Ministerio del Interior, le reveló el secreto: “Eres el primer preso que reconozco, en el que puedo confiar. Tengo que decírtelo: no saldré vivo de aquí, pero tú puedes tener una oportunidad… Alguien tiene que saber lo que está pasando”.

Liberado en 1977, Almada consiguió escapar a Panamá con su madre y sus tres hijos. Tras ir a Francia y encontrar un trabajo en la Unesco, investigó, obtuvo y escudriñó los boletines de la policía paraguaya, y siguió la pista del Cóndor. En 1992, tras quince años de exilio, regresó finalmente a Paraguay. Dirigido por el general Andrés Rodríguez, apodado “General Cocaína”, un Golpe de Estado acababa de derrocar a Stroessner, que se había convertido en un estorbo. En la semidemocracia recién restaurada, Almada no dejó de sacar a la luz los crímenes de las dictaduras. Se acumulan numerosas denuncias contra el Estado. La policía hace imposible cualquier investigación. Cínicamente, afirmaron que no había pruebas ni archivos que respaldaran las denuncias. Hasta el 22 de diciembre de 1992…

La prueba son los papeles, no las víctimas

Ese día, algunos cómplices -entre ellos dos ex agentes de inteligencia paraguayos- condujeron a Almada a un edificio de hormigón en los suburbios de Asunción que albergaba un anexo de la policía política. ¡Bingo! La larga cacería ha terminado. Cuatro toneladas y media, 700.000 páginas, los “archivos del terror” son exhumados. Llevando la denuncia de Almada a rajatabla, un valiente juez, Agustín Fernández, resistió las presiones de las autoridades y decidió que ningún documento debía permanecer en secreto.

A lo largo de esta historia, que parece una novela de espías (*), el lector se encuentra a veces con sorpresa, con un montón de personajes e instituciones. La tenebrosa Escuela de las Américas, que, a la sombra de la bandera de Estados Unidos, adiestró a miles de represores militares latinoamericanos en Panamá. La Liga Mundial Anticomunista, creada en 1949 por Chiang Kai-shek. Por supuesto, la CIA. Y también el FBI. Si bien Kissinger considera útil el Plan Cóndor, le preocupa que este tipo de actividad “antiterrorista” exacerbe aún más la condena internacional de los países implicados. El general de Gaulle visitó Paraguay en octubre de 1964. Instructores militares franceses dirigen el primer curso interamericano de guerra contrarrevolucionaria en Buenos Aires. El intercambio de información de Valéry Giscard d’Estaing y su ministro de Defensa, Michel Poniatowski, con los servicios secretos argentinos y chilenos. El general panameño Omar Torijos luchando por arrebatarle “el canal” a Estados Unidos. El Papa Francisco, Daniel Balavoine e incluso… Pierre Rabhi.

El 20 de diciembre de 2019, cuarenta y cinco años después de los hechos, la justicia paraguaya reconoció la detención y tortura de Martín Almada y el asesinato de su esposa Celestina por las fuerzas de la dictadura, en el marco de la Operación Cóndor. Se calcula que, en todos los países juntos, el terror de Estado fue responsable de al menos cincuenta mil asesinatos, más de treinta y cinco mil desapariciones, cuatrocientos mil encarcelamientos arbitrarios, sin mencionar las decenas de miles de exiliados.

‘El cóndor sigue volando’

Tras su regreso a Paraguay, unos cómplices clandestinos le permitieron a Almada localizar los “archivos del terror”, pero no quiere dar más detalles. Ahora tiene 84 años y dice que “el Cóndor sigue volando”. El régimen paraguayo sigue siendo particularmente voraz. Víctima de un golpe de Estado en 2012, el expresidente de centro-izquierda Fernando Lugo podría dar fe de ello.

Los métodos del Cóndor y el aterrador número de sus víctimas no han sido igualados desde entonces (excepto en Colombia). Los golpes de Estado se han multiplicado en los últimos tiempos: Haití (1991 y 2004), Venezuela (2002), Honduras (2009), Paraguay (2012), Brasil (2016), Bolivia (2019). Bajo la égida de Washington, los sistemas de alianzas siguen confabulando contra los gobiernos “incómodos”, como el Grupo de Lima (en peligro) contra Venezuela. Revelada en 2013 por Edward Snowden cuando implicó a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos, la estrecha vigilancia de individuos y personalidades ha sido confirmada por el reciente descubrimiento del software Pegasus vendido a muchos gobiernos y “servicios” por la empresa israelí NSO para espiar los teléfonos de decenas de miles de ciudadanos.

Sin que la “comunidad internacional” y los llamados organismos de “derechos humanos” se den por enterados, Maduro vive bajo la amenaza constante de ser asesinado (al igual que los dirigentes chavistas Diosdado Cabello y Tareck El Aissami). Al poner precio a sus cabezas (15 millones de dólares para el jefe de Estado, 10 millones de dólares para los otros dos), el gobierno estadounidense está animando implícita y explícitamente a todo tipo de aventureros a entrar en acción.

Testigo de ello es la Operación Gedeón, llevada a cabo desde Colombia el año pasado para “capturar/detener/eliminar a Maduro” bajo los términos de un contrato de 212,9 millones de dólares firmado entre el mercenario estadounidense Jordan Goudreau y Juan Guaidó, el autoproclamado presidente avalado y protegido por Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y sus satélites. La operación, sin duda, fracasó. A pesar de la apertura de negociaciones en México entre el gobierno chavista y sus opositores, la ofensiva criminal continúa.

En Bolivia, el golpe de octubre de 2019 contra Evo Morales fue preparado por el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, apoyado y avalado por Estados Unidos y la Unión Europea. Como en los buenos tiempos del “Cóndor”, Argentina (bajo Mauricio Macri) y Ecuador (bajo Lenín Moreno) entregaron apresuradamente armas a la dictadura de Janine Áñez para que pudiera reprimir las manifestaciones. Según el portavoz del gobierno boliviano, Jorge Richter (8 de agosto de 2021), la investigación se está ampliando, con fuertes indicios de que los investigadores están buscando a Brasil y Chile por su participación en este “golpe internacional”.

En julio de este año asesinaron al presidente haitiano Jovenel Moïse, que no era ciertamente un dirigente progresista. Pero en el crimen participó un comando de soldados colombianos reclutados por una empresa de seguridad privada, CTU Security, con sede en Florida y dirigida por el venezolano Antonio Intriago, notoriamente vinculado a los golpistas de su país de origen.

Al mismo tiempo, Craig Faller, jefe del Comando Sur del Ejército estadounidense, y William J. Burns, jefe de la CIA, viajaban a Colombia y Brasil. Mientras que Faller se marcó como objetivo reforzar las relaciones “en materia de defensa y seguridad”, Burns, en Bogotá, iba a tratar con el presidente Iván Duque una “delicada misión” en materia de inteligencia.

No se trata del regreso del “Gran Cóndor”. Pero es evidente que el ave de presa siempre está dispuesta a tener una cría.

(*) Pablo Daniel Magee, Opération Condor. Un homme face à la terreur en Amérique latine, prefacio de Costa-Gavras, Saint-Simon, Paris, octubre de 2020

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