El segundo entierro de Stalin

Stalin murió a comienzos de marzo de 1953 y el mundo entero guardó luto, dentro y fuera de la URSS, porque aún no había comenzado la “desestalinización”, una de las mayores campañas de intoxicación propagandística, que no ha cesado hasta hoy.

El documental “La gran despedida” (Великоепрощание) muestra las gigantescas y sentidas manifestaciones de dolor en Moscú y otras localidades. El dirigente soviético era el símbolo mismo de la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial.

Cuatro días después de su muerte, su cuerpo embalsamado fue colocado en el Mausoleo de Lenin, rebautizado como “Mausoleo de Lenin y Stalin”, donde permaneció hasta 1961. Era el monumento más visitado y fotografiado por los soviéticos y los turistas procedentes del mundo entero, incluso después de que en 1956 Jruschov leyera su informe contra Stalin.

No podía haber “desestalinización” en medio de las riadas de visitas diarias al mausoleo. Lo más lógico hubiera sido sacar el cuerpo inmediatamente después del XX Congreso del PCUS. Sólo cuando estuvo seguro de que la retirada del cuerpo de Stalin no provocaría disturbios populares, Jruschov puso en práctica su plan. Incluso se inventó un lema para la ocasión: “¡Hacia el comunismo, sin Stalin!”.

En el 22 Congreso del PCUS se se presentó como una “iniciativa desde abajo”, proveniente de los trabajadores de dos fábricas de Leningrado, Kirov y Nevsky, y de la fábrica Lenin en Moscú. Se anunció el último día y como última pregunta por el primer secretario del comité regional del partido de Leningrado, Ivan Spiridonov.

Fue aceptado por unanimidad. Además de Spiridonov, la propuesta fue apoyada por Peter Demitchev, primer secretario del comité municipal del PCUS en Moscú, quien exclamó ardientemente que “dejar el cuerpo de Stalin en el mausoleo es una gran blasfemia”.

Antes de que se discutiera el tema en el Congreso, Jrushov convocó al jefe del noveno departamento de la KGB, el general Nikolai Zajarov, y al también general Andrey Vedenin, comandante del Kremlin, y les informó que era urgente volver a enterrar el cuerpo de Stalin.

Se creó una comisión para el nuevo entierro. Estaba formada por Vasily Mzhavanadze, primer secretario del Partido Comunista de Georgia, Alexander Chelepin, miembro del Politburó, Nikolai Dygai, presidente del comité ejecutivo de Mossovet, Javakhishvili, Presidente del Consejo de Ministro de Georgia, y el ya mencionado Demitchev. La comisión estaba encabezada por Nikolai Chvernik, ex presidente del Presidium del Sóviet Supremo bajo Stalin.

Se decidió volver a enterrar a Stalin durante el ensayo del desfile militar, que tendría lugar el 7 de noviembre. Debido al ensayo, la Plaza Roja quedó libre de curiosos, turistas y transeúntes.

Las personas que participaron en el levantamiento del cuerpo fueron elegidas de forma especialmente fiable entre el personal de la oficina del comandante del Kremlin. Al final, se seleccionaron seis soldados para cavar la tumba cerca del muro del Kremlin y ocho oficiales para retirar el sarcófago del mausoleo. Los trabajadores de mantenimiento cerraron el espacio detrás del mausoleo con paneles de madera contrachapada para que nadie pudiera ver lo que estaba sucediendo.

A las seis de la tarde la Plaza Roja fue bloqueada y los soldados comenzaron a cavar la tumba a toda prisa; todos querían terminar antes de medianoche. Luego se cubrió con losas de hormigón y madera contrachapada. Al mismo tiempo, el sarcófago que contenía el cuerpo de Stalin fue transportado desde el mausoleo al laboratorio del Kremlin, donde se llevaron a cabo varios actos de humillación. El comandante Mashkov quitó la estrella dorada del uniforme de Stalin y cortó los botones dorados del uniforme, reemplazándolos por unos simples de latón.

Los oficiales presentes trasladaron el cuerpo de Stalin hacia el ataúd y lo cubrieron con un velo negro, dejando sólo la cara y el pecho al descubierto. Entonces Chanin, jefa del taller de carpintería del Arsenal, cerró el ataúd con una tapa y lo clavó. Los agentes sacaron el ataúd del Kremlin, lo llevaron a la tumba y lo colocaron sobre soportes de madera durante unos minutos. En ese momento parecía que al menos dos de los presentes estaban llorando: Javakhishvili y el jefe de la comisión, Chvernik. Este último estaba tan molesto que tuvo que apoyarse en su guardaespaldas.

El ataúd de Stalin se bajó a la tumba, al pie de las murallas del Kremlin, donde casi todos los agentes arrojaron un puñado de tierra. El sarcófago se cubrió y colocaron encima una losa de mármol. Sin embargo, no todo había terminado: mientras se desmantelaban los tableros de contrachapado en la Plaza Roja, Zajarov y Vedenin firmaban el protocolo del nuevo entierro en el Kremlin, y el comandante Mashkov y sus oficiales reorganizaban el sarcófago de Lenin en el mausoleo.

Por la mañana, el mausoleo se abrió como si nada hubiera pasado. Sin embargo, los agentes de la KGB vestidos de civil podían oír a los transeúntes preguntando y hablando entre ellos. Se quejaban de que no les habían consultado para un asunto así.

Jruschov no celebró durante mucho tiempo su victoria sobre Stalin. Tres años más tarde, él mismo fue destituido de sus cargos y jubilado. No tuvo el honor de ser enterrado ni siquiera cerca de la muralla del Kremlin sino en el cementerio de Novodevichi.

En 1970 se colocó un busto sobre la tumba de Stalin para mejorar las relaciones con el Partido Comunista de China. Sigue siendo el monumero más visitado de la Rusia actual. Nunca faltan flores frescas.

comentarios

  1. La desestalinización fue el comienzo de la gran tragedia, que tanto sufrimiento supuso y supone para el pueblo soviético , ahora «ruso». Pero Venceremos, las tornas cambian con rapidez y el el mundo avanza. Viva la URSS! Viva el pueblo de los soviets! Muy buen artículo, lo difundo, gracias.

  2. Muchas gracias por este post que trata de un tema original nunca tratado toldo. gracias por todos sus artículos publicados que leo regularmente y, de paso, perfecciono mi lengua española, una lengua literaria rica. Hace algunos años publiqué en francés un artículo sobre la «leyenda negra del estalinismo» que explicaba cómo el renegado Kruchev había manchado la memoria del vencedor del nazismo durante la segunda guerra. En 2013 tuve la suerte de conocer en Lyon Francia, durante una presentación de un nuevo libro publicado por las Editions Delga, al arrepentido filósofo italiano Domenico Losurdo, con quien pasé toda una tarde discutiendo sus obras, en particular de su libro «Stalin» enviados por su editor italiano. Le dije que la leyenda negra del estalinismo es la mayor estafa ideológica jamás vista iniciada por los adversarios de Stalin, de derecha y de izquierda sobre todo por los trotskistas que son en realidad anticomunistas y que fueron después de su reconversión a la revolución neoconservadora americana, los más ardientes propagandistas contra la URSS y el comunismo internacional, pero también del revisionismo en historia, tema tratado por Losurdo en uno de sus famosos libros.

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