Hace pocos meses publicábamos en esta web un vaticinio que finalmente no se cumplió, y era que el «peronista renovador» Sergio Massa iba a ser presidente argentino en 2024 por su proximidad con los principales grupos económicos locales e internacionales.
La idea no era nuestra, sino que la esgrimió su propia compañera de plataforma, Cristina Fernández de Kirchner, quien advirtió al que era entonces su jefe de gabinete, Óscar Parrilli: «Vos sabes que el candidato del círculo rojo no era (Mauricio) Macri era Sergio Massa, cuando vieron que podía colar” en el año 2016.
Para quien no esté familiarizado con el término «círculo rojo», esto es lo que en Argentina denomina al grupo empresarial, político, financiero, judicial y militar más influyente del país. El que pone y depone presidentes. El que tiene resortes que hacen del sistema electoral una mera formalidad. Cristina Kirchner tenía motivos para pensar así, y lo explicábamos en ese artículo.
Pero nada de eso ocurrió, el vaticinio fue erróneo.
Milei se postuló en 2020 como el economista mediático que conectaba con el público mediante mensajes simples (o simplones) que todo el mundo entendía y que padecía, y que han sido el mantra que ha acompañado a la política argentina de los últimos 100 años: la inflación y los «privilegios» de la «casta».
Y la falta de contacto y empatía del oficialismo con ese descontento popular hicieron lo demás. Durante la gestión de Alberto Fernández no hubo ningún gesto que permitiera aliviar ese malestar. Mientras tanto, Milei sorteaba su salario como diputado y lo difundía por las redes sociales. Uno de los dos había entendido lo que muchos reclamaban, el otro no había entendido nada. La ceguera del peronismo gobernante hizo todo lo posible para su triunfo.
De hecho, se incorporó al acervo político argentino una terminología importada, y es la de la «unión contra la extrema derecha». Mientras tanto la educación pública se deterioraba, la sanidad se mal pagaba y empeoraba y las tasas de pobreza aumentaban día tras día.
Esa sensación de hartazgo es la que Milei entendió y utilizó a su favor, con evidente éxito. Y esto es un mensaje directo para el que parece ser el líder de las cenizas de lo que quede del armado de Massa, Axel Kicillof, un peronista «progresista» cuyo alineamiento ideológico abunda precisamente en esa estrategia que dio lugar al batacazo massista. Es de los que piensan que el capital y el trabajo pueden convivir en paz y armonía, y que los sapos que las clases populares tienen que tragar son un «mal menor».
Esa receta, en España la abanderaron en su momento Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, con quien el gobernador de la provincia de Buenos Aires mantiene una estrecha amistad y relación política, y que puede servir de ilustración de lo que pudiera venir en este país cuando el gobierno del PSOE y Sumar haga exactamente lo mismo que el defenestrado gobierno de Alberto Fernández.
Milei prometió todas las cosas que da gusto escuchar y que no se cumplen nunca, y que convertirán las calles argentinas en un escenario de guerra en los próximos meses (con costes de vidas a cuenta de la represión, inclusive): eliminar la inflación, bajar la pobreza y abrir una senda de prosperidad con recetas que ya se aplicaron en el pasado, desde la dictadura militar que lideró Jorge Rafael Videla, hasta el gobierno «neocon» de Carlos Ménem.
La venta de empresas estatales, el aumento de la recaudación impositiva indirecta a la par que bajar impuestos a las grandes fortunas, y abrir la economía al libre comercio son las recetas desastrosas que el pueblo argentino conoce muy bien, que las ha padecido, pero lo cierto es que la elección era entre lo malo y lo peor. No ganó Milei, perdió el peronismo.