Pero este país es tan democrático que hasta para algo tan elemental tiene que convocar a los vecinos a las urnas. ¿Acaso al pueblo le pusieron ese nombre tan repugnante después de un referéndum?
Ese tipo de consultas sirven para que quienes tienen que tomar las decisiones se laven las manos como Pilatos. En el caso de Castrillo de Matajudíos, el alcalde Lorenzo Rodríguez, primer edil de esta localidad de 60 habitantes, convocó un referéndum el pasado mes de mayo para tomar la decisión.
29 vecinos se decidieron por el cambio mientras que 19 creyeron que lo mejor era seguir con la tradición. Como siempre. Quizá pensaban que lo mejor era hacer honor a su nombre y seguir quemando a los judíos en la hoguera.
En su origen este pueblo, como tantos otros, era judío y de ahí procede su nombre originario que en el siglo XVII se cambió -sin referéndum- por el de “Matajudíos” para disimular que sus vecinos eran sefardíes. El cambio de nombre significaba que no sólo no eran sefardíes sino que los habían exterminado.
Los nombres de los pueblos, como los de sus calles, ríos y montes, dicen mucho acerca de la historia. En Badajoz hay uno que aún se llama “Guadiana del Caudillo”. En 2012 el alcalde fascista apañó un referéndum de forma ingeniosa para que pueblo mantuviera su idiosincrasia, a costa de que la policía local vigile día y noche las indicaciones en las que consta el nombre del pueblo para que no sean arrancadas.
España es una pesadilla para la historia y no nos extraña que todos quieran independizarse de ella lo más rápido posible. Matajudíos, Matamoros, El Cid Campeador, Navas del Rey, Puentelarreina, Carrión de los Condes, Navas del Marqués, Herrera del Duque, Alcalá del Obispo…
Tardasteis en caer en eso. Yo paré en este hecho la primera vez que viajé en autobús entre Daimiel y Ciudad Real, donde estuve una temporada hace unos años. Por cierto que no privé de dar la nota, con la consecuencia de que me pareció que algunos me querían morder e incluso me pareció sentir algún tímido ladrido.