Según la revista, el prefecto de policía de París impidió que dos unidades móviles de la gendamería intervinieran antes de la llegada de los destacamentos del BRI, los grupos de intevención de la policía. Dichas unidades estaban muy cercanas al Bataclán, vigilando los locales de Radio J y el periódico Libération, así como el domicilio privado del Primer Ministro.
Según “Le Canard Enchaîné”, ambas unidades se encaminaron primero hacia la cafetería “La Belle Equipe”, que también había sido atacada, donde se hicieron cargo de varios heridos.
Después, el capitán contactó con un rehén que había logrado escapar del Bataclán y a través de SMS logró contactar con otros dos que seguián en el interior, ordenando la formación de una columna de asalto para entrar en el local, donde los asaltantes seguían disparando indiscriminadamente contra los rehenes.
La policía aún no había llegado, pero el prefecto prohibió al capitán de los gendarmes cualquier clase de intervención y una hora más tarde, cuando el tiroteo se prolongaba, volvió a repetir la prohibición por segunda vez.
A esas dos unidades de la Gendarmería hay que sumar que otros seis militares que estaban enfrente del local tampoco intervinieron porque “no estaban autorizados para ello”, según declaró el diputado George Dallemagne. Hace 20 años que los gobiernos franceses justifican la presencia de militares en las calles francesas como consecuencia del terrorismo y cuando las acciones terroristas se producen, se cruzan de brazos, tanto si son militares en sentido estricto como policía militarizada.
Las lágrimas vertidas un año después de la masacre en los actos oficiales, con toda la parafernalia propia de una ocasión así, son más falsas que un billete de tres euros.
Para tapar el asunto y evitar explicaciones engorrosas a la prensa, los miembros de las dos unidades móviles de la gendarmería han sido condecorados por no hacer nada y enviados de vacaciones a Nueva Caledonia, al otro extremo del mundo.