La Guerra de Ucrania ha desencadenado una ola de aumentos en los presupuestos militares, tanto en Estados Unidos como en Europa, por lo que la industria armamentista, esencialmente estadounidense, está de fiesta.
Pero antes de que estallaran las hostilidades, los caciques de las principales empresas armamentistas ya se preparaban para aumentar sus ventas. En una conferencia telefónica de enero de este año con los inversores de su empresa, Greg Hayes, director general de Raytheon Technologies, se jactó de que la perspectiva de una guerra en Europa oruental y otros puntos calientes del planeta sería buena para el negocio: “Vemos, yo diría, oportunidades de ventas internacionales… Las tensiones en Europa del este, las tensiones en el Mar de China Meridional, todas esas cosas ejercen presión sobre algunos de los gastos de defensa allí. Así que espero que obtengamos algún beneficio de ello”.
A finales de marzo, en una entrevista concedida a la Harvard Business Review tras el inicio de la guerra en Ucrania, Hayes defendió que su empresa se beneficiaría de la guerra: “Así que no me disculpo por ello. Creo que una vez más reconocemos que estamos ahí para defender la democracia y el hecho es que acabaremos beneficiándonos de ella con el tiempo. Todo lo que se está enviando a Ucrania hoy, por supuesto, proviene de reservas, ya sea del DoD [Pentágono] o de nuestros aliados de la OTAN, y eso es una gran noticia. Con el tiempo tendremos que reponerlos y obtendremos un beneficio para el negocio en los próximos años”.
Ucrania sólo pone los muertos
La guerra en Ucrania será, en efecto, un impulso para empresas como Raytheon y Lockheed Martin. En primer lugar, estarán los contratos de reabastecimiento de armas como el misil antiaéreo Stinger de Raytheon y el misil antitanque Javelin producido por Raytheon/Lockheed Martin que Washington ya ha suministrado a Ucrania por miles. Sin embargo, el mayor flujo de beneficios provendrá de los aumentos asegurados en el gasto de “seguridad nacional” tras la guerra, aquí y en Europa, justificados, al menos en parte, por la invasión rusa de Ucrania y el desastre que siguió.
Las transferencias directas de armas a Ucrania ya reflejan sólo una parte del dinero extra para las empresas militares estadounidenses. Sólo en este año fiscal tienen garantizados importantes beneficios de la Iniciativa de Ayuda a la Seguridad de Ucrania (USAI) del Pentágono y del programa de Financiación Militar Extranjera (FMF) del Departamento de Estado, que financian la adquisición de armas y otros equipos estadounidenses, así como la formación militar. Son los dos principales canales de ayuda militar a Ucrania desde el momento en que los rusos tomaron Crimea en 2014. Desde entonces, Estados Unidos ha comprometido unos 5.000 millones de dólares en ayuda militar a Ucrania.
Todo estaba previsto antes de la guerra
El 31 de marzo del año pasado, antes del inicio de la guerra, el Mando Europeo de Estados Unidos declaró una “crisis potencial inminente”, dados los cerca de 100.000 efectivos rusos ya presentes a lo largo de la frontera con Ucrania. A finales del año pasado el gobierno de Biden prometió 650 millones de dólares en armas a Ucrania, incluyendo equipos antiaéreos y antiblindaje como el misil antitanque Javelin de Raytheon/Lockheed Martin.
Desde el 24 de febrero Estados Unidos ha prometido unos 2.600 millones de dólares en ayuda militar al país, con lo que el gobierno de Biden ha entregado ya más de 3.200 millones de dólares.
Parte de esa ayuda se incluyó en un paquete de gastos de emergencia para Ucrania en marzo, que exigía la compra directa de armas de la industria de defensa, incluyendo drones, sistemas de cohetes guiados por láser, ametralladoras, munición y otros suministros. Las principales empresas armamentistas buscarán ahora más contratos con el Pentágono para entregar el armamento adicional, incluso mientras se preparan para reponer las existencias del Pentágono ya entregadas a los ucranianos.
En este frente, de hecho, las empresas militares tienen mucho que celebrar. Más de la mitad de los 6.500 millones de dólares asignados al Pentágono como parte del plan de gastos de emergencia para Ucrania están destinados a reponer las reservas del Departamento de Defensa. En total, los legisladores asignaron 3.500 millones de dólares al esfuerzo, 1.750 millones más de lo que había solicitado el Presidente. También aumentaron la financiación del programa FMF del Departamento de Estado para Ucrania en 150 millones de dólares. No hay que olvidar que esas cifras no incluyen la financiación de emergencia para los costes de adquisición y mantenimiento del Pentágono, que están garantizados para proporcionar flujos de ingresos adicionales a los principales fabricantes de armas.
Pero todavía quedan muchos bocados en la manzana de la ayuda militar a Ucrania. Biden ya ha dejado claro que “vamos a dar a Ucrania las armas para luchar y defenderse en los difíciles días que se avecinan”. Es de suponer que se están preparando más acuerdos.
Otro efecto secundario positivo de la guerra para Lockheed, Raytheon y otros traficantes de armas como ellos es la presión ejercida por Adam Smith, presidente del Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, y Mike Rogers, para acelerar la producción de un misil antiaéreo de nueva generación que sustituya al Stinger. En su audiencia de confirmación en el Congreso, a principios de este mes, William LaPlante argumentó que Estados Unidos también necesitaba más “líneas de producción en caliente” de bombas, misiles y drones.
El Pentágono es una mina de oro
Sin embargo, para los fabricantes de armas estadounidenses, los mayores beneficios de la guerra en Ucrania no serán las ventas inmediatas de armas, por importantes que sean, sino el cambio de la naturaleza del debate actual sobre el gasto del Pentágono en sí mismo. Los portavoces de la industria bélica ya apuntan al desafío a largo plazo que supone China. La Guerra de Ucrania no es más que el último grito de guerra para aumentar el gasto militar. Incluso antes de la guerra, el Pentágono iba a recibir al menos 7.300.000 millones de dólares durante la próxima década, más de cuatro veces el coste del plan nacional de Biden de 1.700.000 millones de dólares (Build Back Better), que ya ha sido bloqueado por los miembros del Congreso, que lo han calificado de “demasiado caro” por un amplio margen. Dado el actual repunte del gasto del Pentágono, esos 7.300.000 millones de dólares pueden resultar una cifra mínima.
Dirigentes del Pentágono, como la subsecretaria de Defensa Kathleen Hicks, han mencionado a Ucrania como una de las razones del proyecto de presupuesto de seguridad nacional récord de 813.000 millones de dólares del gobierno de Biden, calificando la invasión rusa de “amenaza aguda para el orden mundial”. En otras circunstancias, este presupuestó se habría considerado asombroso, ya que es superior al gasto en el momento álgido de las guerras de Corea y Vietnam y más de 100.000 millones de dólares más de lo que el Pentágono recibía anualmente en los momentos estelares de la Guerra Fría.
A pesar de su tamaño, los republicanos del Congreso -a los que se han unido un número importante de sus colegas demócratas- están presionando para conseguir más. Cuarenta miembros republicanos de los Comités de Servicios Armados de la Cámara de Representantes y del Senado han firmado una carta dirigida a Biden en la que piden un aumento del 5 por cien en el gasto militar por encima de la inflación, lo que podría añadir hasta 100.000 millones de dólares a la solicitud de presupuesto. La diputada Elaine Luria acusa a Biden de “recortar el presupuesto de la Marina” porque planea retirar algunos barcos viejos para dejar espacio a los nuevos. La queja se presentó a pesar de que el servicio planea gastar 28.000 millones de dólares en nuevos buques en el presupuesto del año que viene.
El gasto militar sólo beneficia a la industria de guerra
El aumento en la financiación de la construcción naval forma parte de un paquete de 276.000 millones de dólares propuesto en el nuevo presupuesto para la adquisición de armas y la investigación y el desarrollo. Es donde los cinco principales contratistas de armas -Lockheed Martin, Boeing, Raytheon, General Dynamics y Northrop Grumman- ganan más dinero. Estas empresas ya se reparten más de 150.000 millones de dólares en contratos con el Pentágono cada año, una cifra que se disparará si Biden se sale con la suya. Para poner esto en contexto, solo una de estas cinco empresas principales, Lockheed Martin, recibió 75.000 millones de dólares en contratos del Pentágono solo en 2020. Esa cantidad es considerablemente superior a todo el presupuesto del Departamento de Estado, lo que demuestra lo sesgadas que están las prioridades de Washington, a pesar de la promesa de Biden de “dar prioridad a la diplomacia”.
El nuevo submarino de misiles balísticos de clase Columbia, construido por la planta de General Dynamics Electric Boat en el sureste de Connecticut, verá incrementado su presupuesto de 5.000 a 6.200 millones de dólares. El gasto en el nuevo misil balístico intercontinental (ICBM) de Northrop Grumman, el Ground Based Strategic Deterrent, aumentará aproximadamente un tercio al año, hasta los 3.600 millones de dólares. Se espera que la categoría de defensa y neutralización de misiles, una especialidad de Boeing, Raytheon y Lockheed Martin, reciba más de 24.000 millones de dólares. Los sistemas de alerta de misiles basados en el espacio, un componente clave de la Fuerza Espacial creada por Trump, aumentarán de 2.500 millones de dólares a 4.700 millones de dólares en el presupuesto previsto para este año.
F-35: chatarra para el desguace de última generación
Entre todos estos aumentos, sólo hubo una sorpresa: una propuesta de reducción de las compras del avión de combate F-35 de Lockheed Martin de 85 a 61 aviones. El avión tiene más de 800 defectos de diseño identificados y sus problemas de producción y rendimiento son legendarios. Afortunadamente para Lockheed Martin, este recorte no ha ido acompañado de una reducción proporcional de la financiación y que Suiza y Alemania están comprando F-35. Mientras que los aviones de nueva producción pueden reducirse en un tercio, la asignación presupuestaria real para el F-35 se reducirá en menos de un 10 por cien, de 12.000 millones de dólares a 11.000 millones.
Desde que Lockheed Martin obtuvo el contrato del F-35, los costes de desarrollo se han duplicado con creces, mientras que los retrasos en la producción han hecho retroceder el avión casi una década. Sin embargo, se han vendido tantos aviones de este tipo que los fabricantes no pueden satisfacer la demanda de repuestos. La eficacia en combate del F-35 ni siquiera puede probarse adecuadamente, porque los programas informáticos de simulación no sólo no están acabados, sino que ni siquiera hay una fecha de finalización prevista. Por lo tanto, el F-35 está a años luz de producir aviones que realmente funcionen como se pretende, si es que eso es posible.
Una serie de sistemas de armamento que, en el contexto de la guerra de Ucrania, tienen garantizada un derroche de dinero, son tan peligrosos o disfuncionales que, como el F-35, deberían ser eliminados. Por ejemplo, el nuevo ICBM (misil balístico intercontinental). El ex secretario de Defensa William Perry calificó a los misiles balísticos intercontinentales como “una de las armas más peligrosas del mundo”, ya que un presidente dispondría de sólo unos minutos para decidir su lanzamiento en caso de crisis, lo que aumentaría enormemente el riesgo de una guerra nuclear accidental basada en una falsa alarma. Tampoco tiene sentido comprar portaaviones de 13.000 millones de dólares cada uno, sobre todo porque la última versión tiene problemas incluso para lanzar y aterrizar aviones -su función principal- y es cada vez más vulnerable a los ataques de misiles de alta velocidad de última generación.
Los pocos puntos brillantes del nuevo presupuesto, como la decisión de la Armada de retirar el inútil e inviable Buque de Combate Litoral -una especie de “F-35 de los mares” diseñado para múltiples tareas que no realiza bien- deberían ser anulados. La Cámara de Representantes, por ejemplo, cuenta con un poderoso Caucus de Cazas de Ataque Conjunto, que en 2021 hizo que más de un tercio de todos los miembros de la Cámara presionaran para conseguir más F-35 de los que el Pentágono y las Fuerzas Aéreas solicitaron, como probablemente volverán a hacer este año. Un grupo de construcción naval, copresidido por los diputados Joe Courtney y Rob Wittman, luchará contra el plan de la Armada de retirar los barcos viejos y comprar otros nuevos. Preferirían que la Armada mantuviera los barcos viejos y comprara otros nuevos con más dinero de sus impuestos. Asimismo, la “Coalición ICBM”, formada por senadores de estados con bases o centros de producción de ICBM, tiene un historial casi perfecto de lucha contra los recortes en el despliegue o la financiación de estas armas y, en 2022, saldrá a defender su asignación presupuestaria.
La modernización del Pentágono
Desarrollar una política de defensa sensata, realista y asequible tendría que incluir cosas como la reducción del número de contratistas privados en el Pentágono, cientos de miles de personas, muchas de las cuales se dedican a tareas totalmente redundantes que podrían ser realizadas de forma más barata por empleados civiles del gobierno o simplemente eliminadas. Se calcula que una reducción del 15 por cien del gasto en contratistas permitiría ahorrar unos 262.000 millones de dólares en 10 años.
El plan de “modernización” del Pentágono, de tres décadas y casi dos billones de dólares, para construir una nueva generación de bombarderos, misiles y submarinos con armamento nuclear, así como nuevas ojivas, debería, por ejemplo, abandonarse por completo, de acuerdo con la estrategia nuclear de “disuasión estricta” desarrollada por la organización de política nuclear Global Zero. El impacto militar mundial de Estados Unidos -una invitación a nuevos conflictos que incluye más de 750 bases militares en todos los continentes excepto en la Antártida, y operaciones antiterroristas en 85 países- debería, como mínimo, reducirse en gran medida.
Una revisión estratégica relativamente minimalista podría ahorrar al menos un billón de dólares en la próxima década, lo suficiente para hacer un buen desembolso inicial para inversiones en salud pública, o para empezar a reducir los niveles récord de desigualdad de ingresos.
Por supuesto, ninguno de estos cambios puede producirse sin desafiar el poder y la influencia del complejo militar-industrial en el Congreso. Una nueva fiebre del oro del gasto en defensa es un desastre a punto de ocurrir para todos los que no formamos parte de ese complejo.
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