La policía sólo consigue imponer el confinamieto durante el día. En cuanto el sol se pone, la calle se llena de rabia, y no sólo en París sino también en otras ciudades.
Los disturbios comenzaron en Argenteuil y otros suburbios del norte de París el sábado por la noche, después de que Sabri Choubi, de 18 años, muriera tras chocar contra un poste, sin llevar casco.
Las pruebas de la participación de la policía en el accidente de moto son escasas pero los vecinos están hartos de la policía y los motivos para ello abundan.
El periódico Le Figaro titula: “Es necesario que el odio contra policía acabe”.
A los partidos de la izquierda caviar la boca se les llena de sociología barata: inserción, multiculturalismo, ghettos, hacinamiento, drogas…
Por la noche la policía no se atreve a salir de las furgonetas blindadas. A veces ni siquiera entra en los barrios. Las redadas quedan para la mañana siguiente cuando, fuertemente equipados, los antidisturbios buscan los morteros caseros desde los que les han disparado.
Aprovechando la oscuridad, las comisarías de policía son atacadas regularmente. La de
Les Ulis el fin de semana pasado, el de Plaisir unos días antes o el de
Champigny-sur-Marne el mes pasado.
Desde el aire, los helicópteros sobrevuelan los barrios para orientar las pesquisas.
En el suburbio de Bezons los periódicos hablan de “docenas de detenidos” desde el inicio de las protestas.
Los portavoces de la policía afirman que no tuvieron nada que ver con la muerte de Choubi y que ni siquiera había un coche de policía en las inmediaciones.
El padre de Choubi ha llamado a la calma en los medios de comunicación, pero en el funeral el odio de los jóvenes era palpable.
Al arsenal de los manifestantes, los adoquines y los cócteles Molotov, se le añaden nuevas armas caseras, como los morteros. Hace un mes, en Amiens varios policías resultaron heridos por el lanzamiento de estos proyectiles. La policía registra las tiendas en busca de polvora, detonantes y cartuchos. La Prefectura de Policía ha prohibido la compra y posesión de fuegos artificiales en París y en los tres departamentos de los suburbios.
La prensa gala ya ha acuñado la expresión “fuego de mortero” para referirse a la escalada en los barrios. Los jóvenes fabrican tubos de cartón, metal o plástico y los sujetan a la altura del estómago para disparar. La bomba es una esfera de explosivo que porta una mecha.
Se proyecta a muy altas temperaturas, sin mencionar el impacto que puede causar a una velocidad de 80 a 100 kilómetros por hora, con un alcance de 150 metros.