El neopuritanismo oriental va de la mano del occidental

A finales de los años cincuenta la Hermandad Musulmana pretendió imponer a todas las mujeres el uso del velo en Egipto en los espacios públicos. Hoy 70 años después caminando por las calles de cualquier ciudad de mayoría islámica, sobre todo las árabes, lo que se observa es un regreso en las costumbres, en general, y en la vestimenta en particular.

Para los hombres, las galabiehs (túnicas tradicionales) de color gris azulado o arena y las chaquetas de estilo inglés han ido dando paso gradualmente a los qamis blancos y negros de los fundamentalistas del Golfo Pérsico; las barbas crecidas y los niqabs (velos completos) de las esposas respondiendo a las zebibas (marcas en la frente formadas por la fricción contra la alfombra de oración) exhibidas con orgullo.

En occidente hay una opinión muy extendida de que eso tiene motivos religiosos, es decir, que son las ideas (o cierto tipo de ellas) las que determinan el comportamiento. Sin embargo, en países, como Egipto, todas las mujeres se cubren el cabello, incluidas las mujeres de otras religiones, como las coptas, es decir, cristianas ortodoxas.

En septiembre del año pasado el Ministerio de Educación egipcio, con motivo del inicio del año escolar, publicó un decreto que prohíbe a los estudiantes de todas las edades cubrirse la cara, recordando el carácter “opcional” del velo.

El neopuritanismo oriental va de la mano del occidental. En una parte del mundo triunfan los fundamentalistas y en el otro las corrientes que dicen representar al feminismo. Éstas acusan a las anteriores de ser una expresión de las sociedades patriarcales.

Da la impresión de que quieren aparentar que la indumentaria que se viene imponiendo en ciertos países del mundo sólo se imponen a las mujeres y de que se trata de algo atávico, tradicional. Parece que las modas no son historia sino que la trascienden.

Cuando nos referimos al puritanismo, no queremos hablar sólo de sexo, ni de ropajes, sino de comportamientos que antes eran cotidianos, como fumar, por ejemplo, cuyo espacio público se va acotando cada vez más, naturalmente por razones de “salud pública”.

Sin embargo, el problema no es que ciertas sociedades, como la afgana, preserven sus viejas indumentarias, tanto en nombres como en mujeres, sino que otras traten de regresar a una situación que creían superada.

El verdadero problema es que un personaje “tribal”, como Al Jolani, haya sustituido a otro “moderno” como Bashar Al Assad. En términos políticos eso se llama “reacción” y es propio de quienes quieren volver al pasado.

Estos días los medios nos vienen mostrando la espectacular evolución de la indumentaria de Al Jolani, cada vez más occidentalizado. Pero, lo mismo que los talibanes, lo que pretenden los yihadistas, y lo que han impuesto en Idlib, es todo lo contrario: dar marcha atrás a la moda.

Ahora bien, mantener una indumentaria tribal es normal. Lo extraño es ser capaz de dar marcha atrás, de volver a algo que se había superado. Para eso hacen faltan fuerzas muy poderosas que sólo el imperialismo proporciona. Es eso lo que le convierte en algo reaccionario.

A la vieja usanza, podríamos decir que no es la religión la que condiciona determinado tipo de comportamientos humanos, sino que está condicionada por ciertos factores, en los que las luchas políticas tienen bastante que decir.

“Sobre las diversas formas de propiedad y sobre las condiciones sociales de existencia se levanta toda una superestructura de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida diversos y plasmados de un modo peculiar. La clase entera los crea y los forma derivándolos de sus bases materiales y de las relaciones sociales correspondientes. El individuo suelto, a quien se le imbuye la tradición y la educación, podrá creer que son los verdaderos móviles y el punto de partida de su conducta […] Y así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las frases y las figuraciones de los partidos y su organismo efectivo y sus intereses efectivos, entre lo que se imaginan ser y lo que en realidad son” (Marx, El 18 de brumario de Luis Bonaparte).

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