La 30 Conferencia Mundial sobre el Clima convocada en Belén, Brasil, pasará a la historia de los jolgorios climáticos como un punto de inflexión. Ningún jefe de Estado de los cuatro países a los que acusan de las mayores emisiones de CO2 (China, Estados Unidos, India y Rusia) se presentó a la cita.
Durante décadas han saturado al mundo con cataclismos y falsas alarmas. Antes de la reunión, el New York Times tituló: “El mundo está harto de las políticas climáticas”. Pocos díaas antes, Bill Gates, uno de los mayores promotores de las alarmas climáticas, advirtió explícitamente de que el pánico ya no conmueve a los espectadores.
Un presentador de la televisión estadounidense, Glenn Beck, explicó el cambio de opinión de Bill Gates: “No se trata de ciencia, se trata de Trump”. Dicho de otro modo, se trata de minimizar los daños para sus propias empresas, que planean realizar inversiones multimillonarias en centros de datos en Estados Unidos y a escala mundial.
Los centros dependen de la electricidad generada por nuevas centrales de gas a corto plazo, ya que la reactivación de las antiguas centrales nucleares no será suficiente, y la construcción de nuevas centrales nucleares en Estados Unidos aún tardará varios años. A Gates le dieron a elegir entre el clima y el negocio, y no lo dudó ni un minuto. El clima le pertenece al mundo y el negocio sólo a él.
En la Conferencia cada país debía informar sobre sus planes futuros para la reducción del consumo de “combustibles fósiles”. Pero solo un tercio se tomó esa molestia. El drama se ha acabado; ningún país hace ya planes de reducción de emisiones sino todo lo contrario.
El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) esperaba reducir las emisiones mundiales de CO2 en un 45 por cien para 2030, en comparación con 2015, pero van a seguir aumentado como siempre. El consumo mundial de carbón aumentará un 30 por cien, el de petróleo un 25 por cien y el de gas un 40 por cien, en comparación con 2015.
Solo la Comisión Europea sigue haciendo el ridículo y hablando de cero emisiones netas para 2050. Alemania, el antiguo motor industrial de Europa, es aún más ambiciosa y pretende ser climáticamente neutra para 2045. La reducción de emisiones en Alemania se verá inevitablemente compensada por el aumento de las emisiones en otros países del Unión Europea y de mundo. El Sistema Europeo de Comercio de Emisiones garantiza que los derechos de emisión no utilizados en Alemania los van a consumir otros países europeos.
Cada vez está más claro a lo que se refería el Wall Street Journal cuando calificó la política energética alemana como “la más absurda del mundo”.
Unos días antes de la reunión, los europeos acordaron un objetivo común: lograr una reducción del 90 por cien de las emisiones de CO2 para 2040 con respecto a 1990. El 5 por cien de este compromiso podría provenir de reducciones de emisiones en el extranjero, lo que, por supuesto, también implicaría un alto coste. El ministro alemán de Medio Ambiente celebró este acuerdo. como “buenas noticias para la economía alemana, ya que ahora todos tendrían las mismas condiciones competitivas”.
El gobierno alemán ha perdido el norte por completo. La industria alemana no solo exporta a los países europeos. La mitad va fuera del continente, y tiene que soportar la carga de los impuestos sobre las amisiones, además de los altos precios de la energía.
El ridículo empeño alemán por la descarbonización no le importa a nadie en el mundo, y por eso cuando canciller Merz habló en Belén, la sala estaba casi totalmente vacía.
El dinero público garantiza la rentabilidad de los buitres
Probablemente, el único resultado de la conferencia de Belén será la creación de un fondo de inversión, propuesto por Lula, para financiar la protección de los bosques tropicales.
El proyecto es totalmente especulativo: los países aportan 25.000 millones de dólares y los fondos buitre (inversores privados) otros 100.000 millones. Los países reciben una rentabilidad entre el 4 por cien y el 4,8, que corresponde a la rentabilidad de sus bonos gubernamentales, ya que generalmente deben obtener el dinero mediante deuda pública. Para los buitres privados la rentabilidad estará entre el 5,8 y el 7,2 por cien.
El dinero se invertirá en bonos gubernamentales de mercados emergentes, que ofrecen un interés relativamente alto debido al mayor riesgo. Por ejemplo, los bonos del gobierno brasileño actualmente ofrecen un 12,25 por cien. Los buitres privados tienen prioridad, seguidos de los países donantes. Si queda algún remanente después de la distribución de las beneficios entre los los países y los buitres, se destinará a 74 países con bosques tropicales. De esa manera esperan distribuir entre 3 y 4.000 millones de dólares anuales a los países con bosques tropicales.
Para atraer a los buitres a la carroña, les dan preferencia en el orden de pago, por delante de los países que, además, deben garantizar la solvencia del fondo. Un impago por parte de un mercado emergente podría llevar rápidamente a la insolvencia del fondo. En tal caso, los países serían responsables y, en el peor de los casos, perderían el dinero.
Explicado de otra manera, el dinero público garantiza la rentabilidad de los buitres privados, como BlackRock. El cambio climático sirve de pretexto para lograr este tipo de grandes pelotazos internacionales.
Es lógico que este tipo de chanchullos tengan dificultades. El fondo sólo se pondrá en marcha si los Estados aportan 10.000 millones de dólares. Hasta el momento (salvo Alemania), sólo han recaudado 5.600 millones.
Si el fondo se crea, las empresas de inversión serán las primeras en beneficiarse, con altas rentabilidades garantizadas por los estados, y luego los mercados emergentes, que podrán vender sus bonos gubernamentales de alto riesgo.
¿Alguien cree en serio que las selvas tropicales se beneficiarán de esta trama financiera?