Mohamed Lahouaiej-Bouhlel |
De una manera típica, tras la resaca del atentado los medios bucean en la biografía del autor en busca de carnaza, tratando de desentrañar su perturbada psicología, como si del diván de un psicoanalista se tratara. Las sicopatologías, especialmente el radicalismo, son el motor de la historia…
Rebuscando en el desván de Lahouaiej-Bouhlel, lo que han encontrado los sabuesos es todo lo contrario del prototipo del islamista que nos venden: bebía alcohol, comía carne de cerdo, estaba divorciado, se teñía el pelo de rojo y sobre todo, nunca pisó una mezquita. No mantenía relación con su familia de origen en Túnez, por lo que raramente viajó al país norteafricano, a pesar de lo cual los medios insisten, también de manera típica, en su ascendencia tunecina.
Como en tantos otros casos, los reporteros buscan islamistas radicales y se encuentran con el lumpen, con seres desarraigados y empobrecidos sumidos en la delincuencia marginal de los barrios. A diferencia de los kamikazes del Califato Islámico, Lahouaiej-Bouhlel no dejó una reivindicación del acto, ni un vídeo grabado… Nada.
Sin embargo, 36 horas después de la carnicería el Califato Islámico se apuntaba la matanza. Cuando en Siria están matando 80 personas cada día, matar 80 más en Francia no les supone gran cosa; no les hace peores… salvo que que las víctimas son francesas, es decir, VIP, First Class. En materia de yihadismo no importa la cantidad sino la calidad de los muertos, su pasaporte.