Las posibilidades de observar y las de ser observado son cada vez más divergentes. A medida que somos más vigilados, menos podemos vigilar. Esconderse y observar son privilegios de un Estado burgués que en la modernidad está siempre al acecho, agazapado.
Sin transparencia no hay información y sin información no hay democracia, que es una batalla contra las falsas apariencias, contra los que dicen una cosa y hacen otra muy distinta, contra las ruedas de prensa.
Por ejemplo, los Estados burgueses, e incluso los grandes monopolios, alardean de transparencia cuanto más esconden sus trapos sucios. Twitter ha anunciado una lucha por la transparencia, que es para echarse a temblar. No se refiere a su propia transparencia sino a la de sus usuarios.
En las redes sociales como Twitter hay algo que nunca encaja. Correos no vigilaba al remitente de las cartas, ni advertía al destinatario que la había escrito otro. Lo mismo hacia Telefónica: nunca se preocupó de identificar al autor real de una llamada.
Por el contrario, en Twitter están muy preocupados porque el titular de un perfil sea quien dice ser. La justificación es que los Estados no utilicen su red para difundir propaganda política apareciendo como sujetos particulares.
Están creando un mundo absurdo en el que lo importante no es el mensaje sino el mensajero. “¿Quién dice tal cosa?” La noticia cambia según la fuente de la misma. La pandemia está siendo la mejor muestra de lo que cambia la percepción de la realidad cuando llevas a un experto al plató.
La misma frase cambia mucho según quién la pronuncie. Si es un Estado se desvaloriza inmediatamente y si es un Estado como Rusia, la credibilidad cae en picado ante la mayoría, aunque siempre hay quien considera todo lo contrario.
Tal y como están las cosas en el mundo actual, son muy pocas las fuentes que pueden hacer sombra a la gran maquinaria publicitaria del imperialismo, y una de ellas es Rusia, sobre todo con el pretexto de que los medios rusos son públicos, o sea, que los maneja Putin.
Lo mismo ocurre con la BBC, pero a nadie le viene a la cabeza Boris Johnson cuando lee una noticia de la cadena británica. La diferencia entre la BBC (y la AFP o la Voz de América), también financiadas con dinero público, y cualquier medio ruso es que estos no pueden independientes. La sombra del Kremlin aparece por alguna parte.
Ocurre así siempre que leemos una noticia inesperada y chocante que rompe el flujo “natural” del discurso establecido, que cada uno de nosotros ha interiorizado hasta creer que es “nuestro”, es decir, que somos originales, creativos y capaces de tener “ideas propias”.
El mundo está embarcado en una guerra “sui generis”, de un tipo hasta hora desconocido, y los peores no son los medios convencionales, como la BBC, sino los que aseguran que la guerra no va con ellos, que son “independientes”, que están por encima de “unos y otros”.
Sólo hay una cosa peor que los neutrales: los que alardean de serlo.
Yo soy neutral o, al menos, eso me gustaría: ¿Creéis que me dejarán serlo?