Ignatius IV Hazim, patriarca ortodoxo |
El año anterior Bashar Al-Assad hizo lo mismo en Maalula, otra localidad cristiana que acababa de ser liberada por el ejército regular, una expresión que para los cristianos sirios es sinónimo de resurrección.
En un Estado laico el Presidente de la República puede permanecer al margen de cualquier expresión religiosa o debe estar en todas ellas. Lo que no puede hacer es, como en España, una monarquía bananera, participar sólo en una de ellas. Aquí nunca veremos al Jefe del Estado en una mezquita durante el Ramadán; ni siquiera al Presidente del Gobierno.
Saddam Hussein también participaba en Irak en las fiestas cristianas, algo de lo que la intoxicación mediática, empeñada en tachar de dictadores a los demás, no habla nunca. El empeño está en introducir en el subconsciente de las masas una determinada imagen del islam que resulta muy distinta de cualquier otra religión, sobre todo de la cristiana.
Por eso conviene recordar que, lo mismo que en los Balcanes y en el Cáucaso, ha sido el imperialismo -única y exclusivamente- quien ha pretendido desatar una guerra de religión en Siria desde el principio, lo cual es sinónimo de matanza con apariencias religiosas o por motivaciones religiosas, en donde los cristianos estaban destinados a ser utilizados como carne de cañón de un nuevo martirio.
El problema que tuvieron los imperialistas fue que los cristianos sirios tomaron partido desde el principio, como todas las demás confesiones religiosas, por Bashar Al-Assad y su montaje se les hundió. Creyeron que la división confesional de Siria era un punto débil del gobierno y resultó todo lo contrario.
Los cristianos sirios, empezando por sus máximas autoridades, fueron mucho más allá y denunciaron públicamente el plan criminal de los imperialistas. Por ejemplo, en 2012 la Iglesia Ortodoxa siria envió un comunicado al Vaticano, que fue difundido a través de la agencia Fides, en el que hablaba de que “ciertas embajadas occidentales” estaban tratando de imponer una “limpieza étnica” en la ciudad siria de Homs.
En el plan imperialista participaban tanto países como Arabia saudí y Qatar, como la Brigada Al-Faruk del autodenominado “ejército libre de Siria”, milicias de Al-Qaeda y otros grupos wahabitas.
En declaraciones al sitio libanés Al-Hakika, tanto el patriarca Ignatius IV Hazim, de la Iglesia Ortodoxa de Antioquía, como Zakka I, insistieron en que las embajadas de Francia, Alemania, Canadá y Suecia en Damasco pretendían “vaciar Siria de cristianos”, es decir, crear un país religiosamente uniforme.
Los patriarcas afirmaron que dichas embajadas tenían órdenes de dar visados de salida a todos los sirios de confesión cristiana, sin ninguna clase de exigencias ni obligación de retornar a Siria al expirar los documentos. La única condición es que algún cura acreditara el bautizo en una confesión cristiana, cualquiera que fuera.
Esos países hicieron algo más, añadierón los religiosos: hicieron listados de residentes cristianos y les llamaron por teléfono instándoles a abandonar Siria con toda clase de promesas. Los necesitaban de cobayas para ponerlos delante de las cámaras de televisión y desatar la campaña de propaganda contra Bashar Al-Assad y un supuesto “nuevo martirio de los cristianos”.
El plan de las potencias occidentales era el mismo que el de los yihadistas o, mejor dicho, ambos planes eran complementarios, por lo que los jerarcas cristianos iniciaron una investigación en la que destaparon que ambos, imperialistas y yihadistas, actuaban de mutuo acuerdo y que en el mismo también intervenían Arabia saudí y Qatar.
Ante la evidencia, los obispos cristianos acudieron a las embajadas y les conminaron a cesar en sus actividades, e incluso se produjo un grave altercado entre Ignatius IV y el embajador francés, Eric Chevalier, dos días antes de que abandonara su puesto en Damasco.
El patriarca de Antioquía, que fallecería en diciembre de aquel mismo año, no se mordió la lengua y acusó a las potencias occidentales de resucitar la trata de esclavos. Ante la grave situación que trataron de crear los imperialistas, las iglesias cristianas se dirigieron al gobierno de Damasco a fin de que impidiera la salida de los cristianos de Siria, recomendando que el gobierno les retirara el pasaporte o les negara el visado de salida.