Aunque desde su creación han sucedido muchos desastres «naturales», como el del huracán Katrina de Nueva Orleans, la gente se ha quedado tirada en la calle sin recibir ningún tipo de ayuda. Los objetivos reales de la FEMA parecen, pues, ir por otro lado: se trata de grandes campos de internamiento para mantener encerrada a la población en caso de guerra o revolución. La competencia de la FEMA se extiende, más bien, a desastres que no son tan «naturales», sino sociales, como revueltas y motines en los barrios depauperados de las grandes ciudades.
Existen unos 800 campos de concentración de ese tipo en Estados Unidos preparados para entrar en funcionamiento. El más conocido es el de Guantánamo, que ha destapado un episodio que los imperialistas estadounidenses siempre quisieron ocultar. La población indígena de Estados Unidos ya había sido recluida en campos de concentración (camufladas como reservas indias) y también se utilizaron para internar a los parados tras la crisis de 1929 y durante la II Guerra Mundial para encerrar a unos 200.000 ciudadanos de origen japonés.
Tras la Segunda Guerra Mundial la Ley McCarran reconstruyó antiguos campos ya utilizados y desde su surgimiento la FEMA ha ido abriendo otros nuevos en lugares apartados, camuflados en ocasiones como aeródromos, bases militares, para ocultar su auténtica finalidad: Estados Unidos se prepara para una nueva guerra imperialista en la cual, además de muchos muertos, habrá también muchos presos.
Tras la caída de las Torres Gemelas en 2001, el fiscal general del Estado John Ashcroft anunció que los campos de concentración iban a albergar «por tiempo indeterminado» a lo que calificó como «combatientes enemigos», bien entendido que no se refería sólo a los extranjeros sino también a los propios ciudadanos estadounidenses «destituidos de sus derechos constitucionales», aclaró Ascroft al diario Los Angeles Times.
En 1987 el director de la FEMA dijo en unas declaraciones al Miami Herald que había dictado una orden ejecutiva para que los campos de concentración pudieran acoger, si fuera necesario, a poblaciones sometidas a la ley marcial, una vez suspendida la vigencia de la Constitución.
Aquel mismo año, en el contexto del escándalo Irán-Contra, el coronel Oliver North se descubrió como el arquitecto del plan militar de defensa civil Rex 84 dirigido por el director de la FEMA, Louis Giuffrida.
En el mes de enero de este año un camionero de Atlanta llamado Dale Bohannon descubrió cientos de miles de ataúdes de plástico negro, modelo militar, almacenados en un antiguo campo de trigo. Un equipo de la televisión de Atlanta filmó el tétrico escenario de los ataúdes alineados en filas compactas sobre el suelo. El tamaño de los ataúdes era tan grande que cabían tres cadáveres. Estaban preparados para enterrar a dos millones de personas.
El camionero había descubierto un futuro cementerio, de los que hay varios repartidos por la extensa geografía, anexos a los campos de concentración, cada uno de ellos capaz de internar de manera inmediata a medio millón de personas, rodeados de alambradas de espino, torres de vigilancia, centrales de energía y vías de acceso. El que está en Arizona dispone incluso de un tren que atraviesa la entrada principal, una imagen exacta al campo de concentración de Auschwitz.
En los campos se alinean barracones sin ventanas, comedores y lugares de trabajo, ahora vacíos, como si esperaran a sus inquilinos. ¿Cómo es posible que unos barracones deshabitados estén protegidos? Si sus moradores van a ser las víctimas de catástrofes naturales, ¿por qué tienen medidas de seguridad?, ¿por qué los campos se ubican en lugares remotos y apartados?
El futuro no está tan lejano. Actualmente algunos de ellos ya se han puesto en funcionamiento para recluir en ellos a los «espaldas mojadas» que atraviesan ilegalmente la frontera con México. En octubre del año pasado la prensa (*) informó que en Carolina del norte habían empezado a internar también a los mendigos. El ayuntamiento de Columbia ha creado una unidad especial de policía para proteger la «calidad de vida» de sus vecinos, que consiste en meter en furgones a los vagabundos que ven por calle y llevarlos al campo de concentración más cercano. A los mendigos se equiparan aquellos otros que son sorprendidos por las patrullas de «calidad de vida» orinando en un árbol del parque.
El mes pasado a un equipo de la cadena de televisión NBC se le ocurrió introducirse en uno de los campos de concentración cercano a Nueva York para rodar un programa cultural. Creían que estaba abandonado y cuando aún no habían sacado las cámaras de sus fundas, unos guardianes uniformados les ordenaron marcharse del lugar. No se puede filmar.
Los modelos Abou Ghraib y Guantánamo no tienen que ver con la guerra de Afganistán. Ni siquiera tienen que ver con que acusen a alguien de algún tipo de delito común. Tampoco se celebra ninguna clase de juicio, no hay abogado, ni recurso, ni límite temporal del encierro… Por la cara. En Estados Unidos a eso lo llaman «calidad de vida»; en otros sitios lo llaman fascismo.
(*) Massimo Bonato: Usa. North Carolina. I campi di concentramento Fema per i senza fissa dimora, http://www.tgvallesusa.it/2014/12/usa-north-carolina-campi-di-concentramento-fema-per-senza-fissa-dimora/