El poeta ruso Iván Krylov |
Krylov había escrito fábulas en verso, un género que en castellano tiene su contrapartida en autores como Samaniego, muchas de ellas reelaboraciones de las de Esopo y otras basadas en proverbios rusos llenos de sabiduría campesina.
En 1812 escribió el poema “El gato y el cocinero” sobre cierto trabajador de los fogones al que solía acompañar un gato llamado Vaska, aunque no tiene nada que ver con Euskadi.
En un momento de descuido, el gato se apoderó del pastel que el cocinero acababa de preparar, llevándoselo a un rincón. Cuando el cocinero lo vio, comenzó a reprenderle acerca de su mal comportamiento, de que no debía robar, y otros buenos consejos parecidos.
Mientras el cocinero le hablaba, el gato comenzó a devorar el pastel, de manera que cuando acabó el sermón, ya no quedaba nada del postre.
La moraleja es que la retórica no sirve de nada ante los hechos consumados y el empleo de la fuerza. Quien quiere algo debe poner los medios necesarios para conseguirlo, se podría concluir.
La fábula tenía un transfondo político. En 1812 Napoleón había ocupado el ducado de Württemberg y se disponía a hacer lo mismo con Rusia, concentrando sus tropas en Polonia y Prusia.
Entonces el zar Alejandro decidió enviar notas de protesta al embajador francés que, naturalmente, no sirvieron para nada. Los rusos criticaban que el zar no estuviera haciendo nada eficaz para contener el avance francés. Las lamentaciones eran una pérdida de tiempo.
En España también hay muchos cocineros a quienes no les gusta lo que tienen delante y quieren cambiar las cosas. Pero, lo mismo que el cocinero de Krylov, no hacen nada por sí mismos.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado. Si Ustedes quieren arreglar algo, pónganse a la faena ya. Olvídense de las urnas. Organícense en torno a un programa claro y comprensible. Si ya están organizados, organícense aún mejor y ayuden a que se organicen quienes están a su alrededor.
Más claro, agua.