Desde 1945 las relaciones internacionales se han estructurado bajo la hegemonía estadounidense, que es de naturaleza militar. Quien imponía las relaciones diplomáticas en el mundo era el ejército. El Pentágono debía estar en condiciones de llevar a cabo operaciones militares en múltiples escenarios de manera permanente. Salvo en el este de Europa, eso siempre ha sido algo plenamente asumido.
La estrategia de una guerra en dos teatros de operaciones simultáneos, considerada una posibilidad, era un reflejo de la fuerza del ejército de Estados Unidos y de su superioridad tecnológica. La OTAN, el brazo armado de la coalición occidental, estaba alineada con esa estrategia de potencia militar indiscutible, capaz de enfrentarse a cualquier adversario en cualquier momento, incluida la URSS y luego Rusia.
La Guerra de Ucrania ha cambiado esa perspectiva y el papel del Pentágono en la configuración actual de las relaciones internacionales está empezando a ser cuestionado.
Aunque sigue siendo una de las potencias militares más grandes y poderosas del mundo, el ejército de Estados Unidos ya no tiene el mismo nivel de movilidad estratégica que antes. Por su parte, el ejército ruso ya no parece tan débil ni tan torpe y, en comparación con el estadounidense, parece aún más fuerte de lo que en realidad es. Rusia ha demostrado que no sólo es capaz de defenderse de la presión de las potencias occidentales, juntas o por separado, sino que puede derrotarlas en un enfrentamiento armado.
La conclusión es aún mucho más cruda al poner a China en la balanza, porque la peor consecuencia de las presiones imperialistas ha sido acercar a ambos países, Rusia y China, cuyas políticas están cada vez más alineadas.
La estrategia estadounidense ha fracasado porque, como se ha demostrado, no se sostenía sobre la diplomacia sino -principalmente- sobre la fuerza militar y, además, no ha sido capaz de superar su primera prueba de fuego, Ucrania, con un adversario de cierto nivel, de manera que ahora mismo lo más sensato es creer que ocurriría lo mismo en el Pacífico si estallara una guerra con China.
La incógnita es lo que pueda ocurrir en un tercer teatro de operaciones, Oriente Medio, con un rival como Irán porque incluso una milicia como la yemení ha sido capaz de asestar golpes importantes a la marina estadounidense que han dejado perplejas a las academias militares.
Una parte importante de la percepción tradicional de la hegemonía estadounidense se desprendía de su superioridad tecnológica. En los campos de batalla modernos cada vez aparecen sistemas de armas más sofisticados, mientras los tradicionales, como los tanques, han pasado a un segundo plano. En Ucrania estamos viendo que unos drones que parecen de juguete, baratos y al alcance de cualquiera, son capaces de destruir poderosas máquinas blindadas. Es posible que también veamos eso más a menudo en el mar con los imponentes portaviones y destructores.
Del discurso de Eisenhower que en 1960 acuñó la noción de “complejo militar industrial” nadie se acuerda nunca del tercer pilar, la ciencia y la tecnología, que ahora parece el más importante, porque la innovación militar se ha convertido en el peor enemigo de las empresas de armamento. Lo que llena los bolsillos no es fabricar drones, sino portaviones.