El diario Washington Post dirigió la red de propaganda de la CIA

La semana pasada, el Washington Post publicaba un artículo de un redactor de nuevas tecnologías llamado Craig Timberg, afirmando que la inteligencia rusa estaba usando más de 200 portales de noticias independientes para bombear propaganda pro-Putin y anti-Clinton durante la campaña electoral. Bajo el apasionante titular, “El esfuerzo propagandístico ruso ayudó a difundir ‘noticias falsas’ durante las elecciones”, Timberg redacta su crónica basándose en los alegatos de ProporNot, al que Timberg cita como fuente anónima.

El catálogo de supuestos canales controlados por Putin de ProporNot apesta a las calumnias macarthistas de la época de la Guerra Fría. La lista negra incluye a algunos de los portales de noticias alternativos más reconocidos de internet, incluyendo Anti-war.com, Black Agenda Report, Truthdig, Naked Capitalism, Consortium News, Truthout, Lew Rockwell.com, Global Research, Unz.com, Zero Hedge y CounterPunch, entre muchos otros.

En el apogeo de la Guerra Fría, la CIA desarrolló su propio establo de escritores, editores y publicistas (abultado hasta al menos los 3.000 individuos) que pagaba para difundir la propaganda de la Agencia bajo un programa llamado Operación Calandria. La red de desinformación estaba supervisada por el último Philip Graham, antiguo editor del periódico de Timberg, el Washington Post.

El reportaje de Craig Timberg, que es tan sólido como las pintadas anónimas dibujadas en un cuarto de baño, da lugar a la sospecha de que el Washington Post todavía sigue siendo un jugador en el mismo viejo juego que perfeccionó en los cincuenta y continuó a lo largo de las décadas culminando en su crítica feroz de 1996 contra mi viejo amigo Gary Webb y su inmaculado informe sobre el tráfico de drogas de los contras apoyados por la CIA en los ochenta. El repugnante ataque del Washington Post sobre Webb fue encabezado, en parte, por el redactor de inteligencia del periódico Walter Pincus, él mismo una viejo pluimífero a sueldo de la CIA.

Para Timberg, éste fue probablemente solo otro día más en la oficina: arrojar algunas calumnias contra la pared y ver cuales se pegan antes de pasar a su siguiente gran primicia tecnológica (cortesía de los soplos de unos cuantos adolescentes anónimos en Cupertino, donde tiene su sede Apple) sobre fallos técnicos del software en el i-Phone 7.

Para sujetos del periodismo de conductores fugados como este, sin embargo, a menudo es un asunto completamente diferente. En el caso de Webb, los ataques deplorables e infundados del Post mataron su carrera como periodista de investigación y precipitaron una depresión fuera de control que terminó con Gary quitándose su propia vida. Aunque el propio inspector general de la CIA, Frederick Hitz, confirmó más tarde el contenido del informe de Webb, el Post nunca se retractó de sus historias infamantes o pidió disculpas por arruinar la vida de uno de los periodistas más sutiles y valientes del país.

Ahora parece que el periódico está dando vueltas para otro tiroteo desde el coche.

Casi desde su fundación en 1947, la CIA tuvo periodistas en su nómina, un hecho reconocido a voces por la Agencia en su declaración de 1976 cuando George H.W. Bush relevó a William Colby, cuando afirmó que “con efectos inmediatos, la CIA no entrará en ninguna relación pagada o contractual con ningún corresponsal de noticias a tiempo completo o parcial acreditado por ningún servicio de noticias, periódico, revista, red o estación de radio o televisión de Estados Unidos”.

Aunque la declaración también subrayaba que la CIA continuaría dando la “bienvenida” a la cooperación voluntaria y no pagada de periodistas, no hay razones para creer que la Agencia realmente parase las recompensas encubiertas al Cuarto Poder.

Sus prácticas a este respecto antes de 1976 han sido documentadas hasta cierto punto. En 1977, Carl Bernstein afrontó el tema en Rolling Stone, concluyendo que más de 400 periodistas habían mantenido algún tipo de alianza con la Agencia entre 1956 y 1972.

En 1997, el hijo de un alto responsable de la CIA bien conocido en los primeros años de la Agencia afirmó categóricamente, aunque extraoficialmente, que “por supuesto” que el poderoso y malévolo columnista Joseph Alsop “estaba en nómina”.

La manipulación mediática fue siempre una preocupación primordial de la CIA, así como del Pentágono. En su “Secret History of the CIA”, publicada en 2001, Joe Trento afirma que en 1948 el hombre de la CIA Frank Wisner fue nombrado director de la Oficina de Proyectos Especiales, pronto renombrada Oficina de Coordinación de Políticas (OPC), que se convirtió en la rama de espionaje y contrainteligencia de la CIA, siendo la primera en su lista de funciones designadas la de “propaganda”.

Más adelante en ese año Wisner lanzó una operación llamada en clave “Calandria”, para influir en la prensa doméstica estadounidense. Reclutó a Philip Graham del Washington Post para llevar el proyecto en la industria.

Trento escribe que “uno de los periodistas más importantes bajo el control de la Operación Calandria fue Joseph Alsop, cuyos artículos aparecieron en más de 300 periódicos diferentes”. Otros periodistas dispuestos a promover las opiniones de la CIA, incluyeron a Stewart Alsop (New York Herald Tribune), Ben Bradlee (Newsweek), James Reston (New York Times), Charles Douglas Jackson (Time Magazine), Walter Pincus (Washington Post), William C. Baggs (Miami News), Herb Gold (Miami News) y Charles Bartlett (Chattanooga Times).

Hacia 1953 la Operación Calandria tenía una gran influencia sobre 25 periódicos y agencias de noticias, incluyendo el New York Times, la CBS o Time. Las operaciones de Wisner estaban financiadas por desvíos de fondos previstos para el Plan Marshall. Algo de este dinero fue usado para sobornar a periodistas y editores.

En su libro “Mockingbird: The Subversion of the Free Press by the CIA”, Alex Constantine escribe que en los años cincuenta, “alrededor de 3.000 empleados asalariados y contratados de la CIA estaban finalmente implicados en esfuerzos de propaganda”.

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