La dećada del 90 del siglo pasado ha sido un período de permanente estado de inestabilidad de la población mundial, que ha sido atacada de manera simultánea a través de desregulaciones y avance del capitalismo transnacional.
Quien hasta ese momento se sentía blindado social o laboralmente, dejó de estarlo, y la inestabilidad de los más débiles alcanzó a casi todo el planeta. Es lo que los comunistas llamamos, lisa y llanamente, imperialismo.
De manera paralela al colapso de la Unión Soviética, se vino a difundir desde muchas tribunas conceptos ideológicos alternativos a esta definición, con la idea de responsabilizar también al comunismo de los problemas de la humanidad y, veladamente, desdibujar las responsabilidades del sistema capitalista en los problemas más graves de la población mundial. Las crisis económicas y medioambientales serán, a partir de ahora, una responsabilidad «de todos» y no de quienes ocupan la tajada más grande del proceso económico mundial. O de otra manera: usted y yo tendríamos las mismas responsabilidades que Enron, Techint, Microsoft o Monsanto.
La superficialidad de esta tesis parte del hecho de olvidar que de esta crisis mundial yace el desmontaje del propio sistema capitalista tal y como lo conocemos. Quienes vivieron en la antigua Unión Soviética y en los países del Bloque Socialista recordarán cómo sus dirigentes y los dirigentes del bloque occidental se coaligaron para desmontar aquel régimen anticapitalista. Este hecho ha sido determinante para entender la lógica económica actual, donde cualquier límite al capitalismo propio de los sistemas socialdemócratas ha sido desterrado, y los que sobreviven están en proceso de extinción. Se acabó la protección laboral y se acabó la seguridad jurídica para las clases subalternas, desmontándose así cualquier idea de estabilidad en el marco del capitalismo.
Los Estados nación tal y como los hemos conocido han sido paulatinamente sustituidos por estructuras supranacionales bastante habituales en el marco del capitalismo. Y es precisamente estas estructuras las que van orientando la economía de sus miembros.
El problema radica en la contradicción que existe cuando un burgués alemán o británico tiene intereses en el territorio de otro estado miembro, intereses que vulnerarían la legislación de su país de origen. Pues bien, para eso está el decrecimiento y, consecuentemente, las teorías que han dado a luz a los recientes tratados de libre comercio que afectan sobre todo a las economías de los países más débiles. Lo que en el siglo XVII o XVIII hacía de manera clandestina la masonería (trasladar a las colonias las tesis e intereses de las metrópolis), hoy lo hacen el NATFA, el TTP, el TTIP o el EFTA.
Una teoría elaborada en un laboratorio de los EEUU
El período de posguerra de la II Guerra Mundial supuso un incremento enorme del nivel de vida de los pueblos de Europa, y podemos decir que es el momento de creación de la llamada «clase media«. Es un período de gran capacidad de acceso de la clase trabajadora a seguros sociales, trabajo estable o educación superior, siendo esto un elemento que conllevaría a incrementar la capacidad de la clase trabajadora de disputar las rentas del desarrollo. Era lo que el sociólogo norteamericano Samuel Huntinghton definía en su informe «La crisis de la democracia«[ENG] como el peligro que suponía la creciente preocupación y participación de los trabajadores en las «cuestiones sociales, como el uso de las drogas, las libertades
civiles y el papel de la mujer; cuestiones raciales, como integración,
movilidad, ayudas gubernamentales a grupos minoritarios, y disturbios
urbanos; cuestiones militares, que implican principalmente, por
supuesto, la guerra en Vietnam, pero también proyectos, gasto militar,
programas de ayuda militar y el papel del complejo militar-industrial en
general».
civiles y el papel de la mujer; cuestiones raciales, como integración,
movilidad, ayudas gubernamentales a grupos minoritarios, y disturbios
urbanos; cuestiones militares, que implican principalmente, por
supuesto, la guerra en Vietnam, pero también proyectos, gasto militar,
programas de ayuda militar y el papel del complejo militar-industrial en
general».
Pero esto no solo ocurría dentro de las fronteras de los países capitalistas, sino también en el concierto económico mundial.
En 1968 se crea el Club de Roma a propuesta de Aurelio Peccei, gerente de FIAT, un círculo político-científico que abordará la preocupación de los países capitalistas por este problema, y que tenía según ellos su origen en dos factores: el papel del ser humano en la degradación del planeta (y no del sistema capitalista, lógicamente), y el incremento demográfico de los dos bloques que no respondían a los requerimientos de subdesarrollo que se hacían desde Occidente: China y la URSS. La conclusión a la que llegaba el Club de Roma, que había encargado un informe al Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), era que había que parar la máquina del desarrollo de las clases subalternas, privarlas de su acceso al conocimiento y frenar los desarrollos industriales avanzados de los países del Tercer Mundo, reduciéndolos a simples productores de materia prima y a la vez mercados compradores de deuda y manufacturas del primer mundo. El título del informe es revelador, y es lo que determinados teóricos «de izquierda» en la actualidad han copiado sin ton ni son: Los límites del crecimiento.
A partir de entonces se crearía el sustrato ideológico-científico para poder orientar la acción de la humanidad. Es decir, no se trataba de reducir la «huella ecológica» del desarrollo, sino de eliminar a la clase trabajadora y a los países socialistas como posibles factores de competencia. En síntesis, lo que se presentó como un grito de alerta ante la destrucción del planeta no era más que un ejemplo más de lo que Federico Engels expresaba en el Manifiesto Comunista que «Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia de lucha de clases.«.
Y aquí es importante poner esto con un ejemplo práctico y gráfico: ¿se imaginan que países como Irán, tercer desarrollador mundial de nanotecnología, pudiera operar libremente en competencia con EEUU y la UE?. Para estos casos es necesario impedir que países como Irán, Brasil, Argentina, Egipto o Bolivia no puedan acceder a la tecnología y al desarrollo complejo. El sistema internacional de venta de cuotas de contaminación, por el cuál los países ricos adquieren las cuotas contaminantes de los países pobres, es un ejemplo dramático de esto.
El capitalismo contamina, degrada las condiciones de vida de todo el planeta, pero el decrecimiento va de otra cosa.
El origen de clase de la degradación del planeta
En el año 1974, el Consejo de Seguridad Nacional de EEUU, bajo la dirección de Henry Kissinger publica el Memorandum de Estudio de Seguridad Nacional 200: Implicaciones del Crecimiento de la Población Mundial para la Seguridad de EE.UU. e intereses de ultramar. Es un documento que no tiene desperdicio ya que reproduce las tesis ecologistas actuales, solo que sustituye «humanidad» o «planeta» por «Estados Unidos» u «Occidente». Y para ello recomienda establecer un programa de reformas en los países de influencia de EEUU donde se promueva el retroceso de determinadas áreas de desarrollo, afectando a la capacidad de consumo y el poder adquisitivo de la clase trabajadora y con el fin último de reducir la población mundial, atendiendo a que existía un «límite ecológico» donde el planeta sería insostenible.
Curiosamente Julian Huxley, conocido eugenista y fundador de la UNESCO fue expulsado de este organismo por llegar a plantear, tímidamente, cosas parecidas en el mundo de posguerra.
Pero hay una parte de todo este proceso de demolición controlada de cualquier factor de desarrollo (pensemos que proyectos estratégicos de los países en desarrollo como el Canal de Suez de Egipto, el Gran Río Artificial de Libia-que fue objetivo militar de la OTAN y de los llamados «rebeldes»- o el Centro Atómico de Bariloche de Argentina serían de imposible materialización bajo este criterio) necesita de un sustrato ideológico entre los que se encuentra el concepto de «decrecimiento», que no es más que una reelaboración del proyecto del MIT que propone de manera «neutral» recomendaciones a colonias y metrópolis a la vez, obviando por supuesto que las colonias son siempre fieles cumplidoras de los criterios emanados del norte y que es cuando no obedecen cuando se convierten en «países contaminantes«.
El idealismo con el que gran parte de la izquierda ha asumido la tesis del decrecimiento, olvidando el siniestro origen del concepto y sus autores, sin atender a conceptos como soberanía energética, liberación nacional o desarrollo para todos es un ejemplo perfecto de lo vago del término. A juicio de los comunistas, es importante que pensemos no en «decrecer», sino en preguntarnos para qué crecemos y para quién, ya que podemos crecer creando una sociedad miserable y desigual (Tailandia, EEUU o Malasia, como ejemplos extremos) o podemos crecer resolviendo desde problemas ambientales o eliminando la injusta distribución de la renta bajo el capitalismo.
Es evidente que el actual modelo de desarrollo es perjudicial para la humanidad, pero la falta de abordaje del origen de clase de este problema nos hace pensar que esta tesis es una simple cortina de humo, ya que mientras se proponen soluciones de decrecimiento para la parte más débil de la humanidad, la más fuerte sigue campando a sus anchas.
Diego, si admitimos que los estados nación están desapareciendo, llegamos al ultraimperialismo y por lo tanto no habrá las leyes objetivas que lo impiden como bien indico Lenin no? Buen trabajo de esplicación
Buenos días.
Gracias por tu comentario.
En este caso no es que desaparecen, de hecho, por mucho que países como Chile, Sudáfrica o México estén desprendiéndose de sus activos no quiere decir que esas estructuras nacionales dejen de existir. Simplemente volvemos al Estado capitalista de los orígenes: protector del capital y represor del proletariado. Para que Ford tenga garantizados sus réditos en España, hace falta un Estado a su servicio.
Y aclaro también una cosa. Cuando hablo de las superestructuras supranacionales, no es que vayan a sustituir al Estado-Nación, ni mucho menos. Son estructuras temporales (el caso del ALCA es un buen ejemplo, o el TPP desechado ahora por el gobierno de EEUU), que no eliminan ni mucho menos las previsibles hostilidades que se dan, periódicamente, entre las potencias imperialistas.