El contrato sobre las materias primas entre Ucrania y Estados Unidos, basado en un fondo de inversiones, recuerda al llamado “fondo de desarrollo” irakí, creado por los imperialistas y firmado por el gobierno títere impuesto en Bagdad inmediatamente después del final de la invasión de 2003.
El “fondo” irakí era idéntico al ucraniano: las materias primas a disposición de un Estado soberano se transferían a un organismo privado y se adjudican a empresarios que realizan proyectos de infraestructura para la reconstrucción del país después de la guerra.
En Irak se adjudicaron enormes sumas del fondo a contratistas fantasmas, sin concurso previo, para proyectos inexistentes o que nunca se acabaron. El Tribunal de Cuentas de Estados Unidos destapó que se habían esfumado unos 18.000 millones de dólares del fondo, lisa y llanamente. Nadie fue castigado por el desfalco. Muchos proyectos que sólo existían en el papel permanecieron en los balances contables del fondo.
En Ucrania, el acuerdo sobre la explotación de los recursos es mucho más descarado aún. Está redactado para defender los intereses de Estados Unidos y reducir su dependencia de China en materia de minerales estratégicos.
Según el Washington Post, el acuerdo sobre tierras raras firmado entre Estados Unidos y Ucrania a finales del pasado mes de abril tenía como objetivo ofrecer a Washington una compensación por sus gastos militares y financieros por el apoyo prestado al ejército ucraniano (*). Ahora parece que eso no va a ser así y que lo que se pagan son gastos futuros para la reconstrucción económica de posguerra.
El principio es simple: los beneficios de la explotación de los minerales estratégicos ucranianos, como el titanio, el litio y el grafito, sirven de compensación. El plan de Trump evoca también cientos de miles de millones de dólares en tierras raras. Sin embargo, según el periódico estadounidense, “Ucrania no produce actualmente tierras raras y probablemente no las producirá en un futuro próximo”.
Unas veces parece que el contrato consagra el saqueo de las riquezas naturales de Ucrania, pero otras la impresión es que a Estados Unidos le venden humo. Quizá por eso no hay dinero por medio sino sólo buenas intenciones.
Los desafíos técnicos y económicos hacen muy improbable la implementación del contrato. Como explicamos en una entrada anterior, todos los mapas geológicos disponibles datan de la era soviética y no se han realizado trabajos de prospección modernos durante más de 35 años. Según el Washington Post, las grandes empresas mineras no quieren invertir en un país en guerra donde la infraestructura está destruida. Ashley Zumwalt-Forbes, antigua funcionaria del Departamento de Energía de Estados Unidos, resume: “Ya tenemos dificultades para recaudar fondos para explorar en Estados Unidos, Canadá o Australia. Imaginen la dificultad en Ucrania”.
El yacimiento de litio más prometedor ya no está en Ucrania, sino en Rusia, lo que hace que cualquier explotación sea ilusoria.
Incluso si se extrajeran las materias primas, su procesamiento seguiría siendo un problema importante, dice el Washington Post. “Requiere una infraestructura pesada que actualmente no existe”. El contrato no prevé ninguna planta de procesamiento.
A pesar de la intoxicación mediática en torno al contrato, el panorama es sombrío. No se podrán explotar recursos estratégicos a corto o medio plazo, no se fortalecerá ninguna cadena de suministro y no parece probable ningún retorno de la inversión.
(*) https://www.washingtonpost.com/climate-environment/2025/05/03/ukraine-minerals-metals-rare-earths
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