Se amplió en 1981 con el Plan Pirata, cuyo fin era que el Primer Ministro tuviera manos libres en la lucha contra el terrorismo. El plan se activó diez años después con el pretexto de la Guerra del Golfo.
No sirvió de nada. En 1995 pusieron las calles de París bajo asedio militar (“vigipirate”) con el pretexto de los atentados cometidos tras el Golpe de Estado en Argelia.
Tampoco sirvió de nada, como se comprobó en 2015 con la cadena de atentados que comenzaron en la revista Charlie Hebdo.
Pero la represión nunca tiene bastante. Ahora el ayuntamiento de París vuelve a la carga. Ha anunciado una serie de medidas integrales que van desde la limpieza a la inseguridad.
Los barrios burgueses no están sucios porque los limpia el ayuntamiento. La suciedad está en los barrios más pobres y el culpable no es el ayuntamiento sino quiene padece la suciedad, o sea, los marginados.
Es el mundo al revés. La inseguridad tampoco es la que padecen los vecinos de los barrios marginados a manos de la policía, sino al revés: es la que causan los marginados, por lo que represión se focaliza en los distritos de la clase trabajadora.
Las medidas van acompañadas de una retórica de guerra amenazadora. El ayuntamiento dice que está listo para “encender los fuegos del infierno”.
Una de las medidas emblemáticas del programa es la organización de patrullas contra la inseguridad. Los comerciantes verán los controles reforzados. Se sospecha que muchos negocios del vecindario se utilizan para el lavado de dinero, entre otras cosas. También se han denunciado casos de presión a los competidores para que compren sus arrendamientos. La venta sin restricciones de alcohol también plantea problemas de seguridad pública.
El capitalismo conduce directamente al desastre social. La capital francesa tiene la intención de acabar con la distribución no declarada de alimentos entre los más miserables. Ya no autorizará la entrega de comida a los emigrantes y los pobres. ¿El pretexto? La distibución de alimentos y las comidas en la calle esparce los residuos y la suciedad y provoca peleas entre los hambrientos.
Sin embargo, hay un pretexto aún mejor: las asociaciones de caridad realizan proselitismo religioso, de modo que a partir de ahora para distribuir alimentos en los barrios hay que obtener un permiso municipal.
La vivienda es otra lacra: cada vez hay más personas viviendo en la calle y en tiendas de campaña. Por eso el ayuntamiento anuncia la renovación de 40.000 viviendas sociales.
En cuanto los turistas salen del centro, el hedor de los vagabundos y los sin techo les invade por completo.