El sirio relata que empezó formando parte de la célula de “recursos humanos” del Califato Islaḿico con sede en Raqqa, encargada de acoger a los recién llegados de todas las partes del mundo para comprobar la sinceridad de su compromiso. Luego seguían dos semanas de adoctrinamiento.
El reclutamiento adquirió mucha importancia tras la derrota padecida por el Califato Islámico en Kobane. En setiembre del año pasado llegaban 3.000 nuevos reclutas a Raqqa diariamente, pero en los últimos tiempos no pasaban de unos 60.
Aquella crisis de vocaciones para viajar a Siria condujo a la creación de “células durmientes” en los países de origen y a estimular los atentados en sus respectivos lugares de origen.
Entonces no faltaban candidatos dispuestos al martirio, cuenta Khaled. Al principio las katibas o batallones se organizaban por idioma o por etnia, pero hubo que acabar con ese modelo cuando una de las katibas integrada por libios se mostró más fiel a su emir que a la organización. Por ese motivo se rechazó la creación de una katiba de unos 70 u 80 voluntarios francófonos.
Los servicios secretos se dividen en cuatro grupos, de los que uno se encarga de la seguridad interior del territorio controlado por el Califato Islámico y otro de obtener informaciones en el exterior, que son de muy diverso tipo. Unas conciernen al origen de la fortuna de las familias ricas, otras sobre la presencia oculta de homosexuales.
Las informaciones tratan de descubrir los posibles puntos débiles de la organización, más que los del adversario, dice Khaled.
El Califato Islámico compra miembros del llamado “ejército libre”, donde tiene agentes secretos muy bien pagados, lo que les permite ascender más rápidamente dentro de sus filas para obtener mejores informaciones.
Los jefes del Califato Islámico hacen giras internas y regulares de inspección. Llegan de incógnito y apartan a los que no se someten al cumplimiento de la misión encomendada, y a veces ruedan cabezas.
La dirección del Califato Islámico hace circular anécdotas sobre los jefes militares en las batallas para ponerlos como ejemplo de heroísmo o compañerismo a imitar por los demás. Una de ellas concierne al propio dirigente máximo, Al-Bagdadi, quien tras haber provocado un accidente de tráfico fue condenado a pagar una indemnización, como cualquier otro militante de base.
En la Plaza Al-Bab de Raqqa donde trabajaba Khaled pusieron una jaula que servía para encerrar durante uno, dos o tres días a los que fumaban, o a los que se veía en compañía de jóvenes que no eran de su familia, o a los que mentían.
El mayor temor del Califato Islámico es la infiltración, un temor que Khaleed califica de paranoico. Los condenados por espionaje son decapitados en la Plaza Al-Bab. La policía de moralidad, llamada Hisbah, patrulla en camionetas por las calles llamando a la oración y vigilando a todo el mundo.
Además del miedo, el Califato islámico utiliza el adoctrinamiento para imponerse. Los voluntarios que llegan procedentes de otros grupos sirios pasan por campos de reeducación y deben arrepentirse.
En Al-Bab no hay peluquería, ni manera alguna de afeitarse porque la barba es casi un uniforme típico de los miembros del Califato Islámico.
Los sueldos de los militantes dependen del tamaño de su familia y se pagan en dólares. La organización se encarga de pagar el alquiler, la electricidad y los gastos médicos. Cada miembro del Califato Islámico paga la gasolina que gasta, aunque a un precio seis veces inferior a los demás usuarios.
Khaled narra la historia de un albañil que se enroló en las filas del Califato Islámico para mejorar las condiciones de vida de su familia.
Abandonar el Califato Islámico supone perderlo todo. La casa y los demás bienes vuelven a poder de la organización. Los comerciantes tienen que pagar impuestos, el agua y la recogida de basuras. El Califato Islámico: es la Hisbah la que se cerciora de que los precios son justos y razonables.
El dinero de la organización procede del petróleo y, según Khaleed, en Alepo se llegó a un acuerdo con el gobierno de Damasco por el que éste conserva el 48 por ciento de la producción eléctrica y el 52 va para el Califato Islámico.
El Califato Islámico es una yihad 5 estrellas; mejor que el Estado español: garantiza cualquier clase de atención médica que necesiten sus miembros y sus familiares, incluidos los costosos tratamientos con quimioterapia en las clínicas de Turquía.
Los yihadistas pagan muy bien a los médicos y las enfermeras para que no huyan a otros países. Los que quieren huir de sus territorios es por las montañas de cadáveres que deja la guerra, que aparecen en cuanto los campesinos revuelven la tierra.
Los súbditos del Califato Islámico no tienen muchos motivos de descontento. Incluso pagan a los campesinos las tierras arrasadas por la guerra. Una de las quejas procede del tratamiento arrogante que demuestran los combatientes extranjeros, jóvenes en su mayor parte.
Khaled cuenta al periodista su versión de la batalla de Kobane en la participó con tres batallones de yihadistas y se muestra muy crítico hacia ellos. Asegura que 5.000 miembros del Califato Islámico cayeron en el combate contra los kurdos. También reprocha los vínculos del gobierno de Ankara con la organización takfirí, aunque admite que en plena batalla llegaban continuamente camiones de suministros militares procedentes de Turquía.
El Califato Islámico recluta abiertamente voluntarios en el sur de Turquía, en la ciudad de Illys, y se muestra convencido de que hubo un acuerdo entre ambas partes, turcos y yihadistas, tras el ataque a la embajada turca en Mosul de junio del año pasado. De lo contrario no se explica cómo fue posible que los rehenes turcos fueran liberados sanos y salvos tres meses más tarde.
Khaled dice que conoce a miembros del Califato Islámico detenidos en Siria por el llamado “ejército libre” que fueron liberados en Turquía, donde fueron tratados con toda la consideración propia del caso. Khaled cree que se llevó a cabo un intercambio de prisioneros.
El antiguo espía islamista dice que fueron las mentiras, la incompetencia y la brutalidad lo que le hicieron desertar del Califato Islámico. No fue fácil, ya que era un cuadro particularmente vigilado dentro de la organización. Logró hacerse con documentación falsa, se recortó un poco la barba y se fue en autobús a Alepo, a la zona controlada por el Califato Islámico, a donde hizo llegar a su mujer y sus hijos.
El yihadista ha creado su propia katiba para luchar contra el gobierno de Al-Assad y contra el Califato Islámico, que ha enviado a dos brigadas para aniquilarle, una dirigida por un libio y otra por un marroquí. Ambos habían sido entrenados por él personalmente.