Hoy en día se estima que hay alrededor de 200 armas nucleares tácticas estadounidenses desplegadas en Europa. Su presencia se admite oficialmente en los documentos de la OTAN, aunque las cifras, ubicaciones y otros datos que les conciernen son secretos. Se trata de bombas de tipo B61, llamadas “de gravedad”, es decir, diseñadas para ser transportadas en aviones de doble capacidad, es decir, aptas tanto para armas convencionales como nucleares, y lanzadas por encima de su objetivo.
Se encuentran almacenadas en Alemania (en la base aérea de Büchel), en Italia (Aviano y Ghedi Torre), en Bélgica (Kleine Brogel), en Holanda (Volkel) y en Turquía (Inçirlik), bajo el control de la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
Hasta hace muy poco el número de bombas nucleares estacionadas en Europa ha ido disminuyendo drásticamente desde la década de los setenta. Al mismo tiempo el nivel de alerta de los aviones de doble capacidad también se ha debilitado considerablemente. Ahora se mide en meses, en lugar de semanas, días o minutos.
El papel de las bombas estadounidenses en Europa hoy sirve -sobre todo- para aparentar que el “vínculo atlántico” se mantiene, lo mismo que el “paraguas”, es decir, que Estados Unidos protege a los países europeos con sus armas nucleares. Según el manual estratégico de la OTAN, “las fuerzas nucleares con base en Europa y destinadas a la OTAN constituyen un vínculo político y militar esencial entre los miembros europeos y norteamericanos de la Alianza”.
En realidad tal vínculo no existe. Las bombas nucleares no son un asunto de la OTAN sino de Estados Unidos exclusivamente. Estados Unidos no comparte su armamento nuclear con Europa. Las que tiene almacenadas en el continente son una extensión de Estados Unidos fuera de su territorio. No sólo no añaden nada a la seguridad europea sino que son un imán que convierte a los países del Viejo Continente en un objetivo militar legítimo para terceras potencias, es decir, para Rusia. Europa es rehén de las bombas nucleares que Estados Unidos tiene en el continente.
Un componente esencial del armamento nuclear es la dispersión. Las bombas deben estar repartidas por lugares remotos para obligar al adversario a repartir sus fuerzas. En otras palabras, Estados Unidos instala bombas en Europa para garantizar su propia seguridad. Obviamente, prefiere que las bombas caigan sobre Europa que sobre su propio territorio.
Estados Unidos es el único país del mundo que tiene desplegadas armas nucleares fuera de sus fronteras. Sin embargo, la “no proliferación” es la piedra angular de la arquitectura internacional en materia nuclear. Tanto Estados Unidos como los países europeos infringen el derecho internacional al emplazar armas nucleares en el continente.
La URSS hizo algo parecido cuando en 1962 llevó armamento nuclear a Cuba, con una pequeña gran diferencia: que el Tratado de No Proliferación Nuclear aún no se había firmado. Su aprobación se selló, entre otras cosas, para que las potencias nucleares no pudieran instalar armas nucleares en otros países.
Las bombas de gravedad tácticas en Europa están desfasadas, desde el punto de vista de la técnica militar, incluidas las nucleares. ya no tienen prácticamente ningún uso militar. Los grandes bombarderos estadounidenses B61 tienen muy pocas posibilidades de acercarse a su objetivo, y menos para descar bombas de gravedad encima.
De ahí que este tipo de armamento se haya reducido en los últimos años, sin necesidad de firmar ningún acuerdo sobre desarme. Durante las elecciones presidenciales de 2008, un belicista consumado, John McCain, incluyó una novedad en su programa electoral para “explorar, en consulta con los aliados y en paralelo con Rusia, formas de reducir y, con suerte, eliminar los despliegues de armas nucleares tácticas en Europa”.
Aquel mismo año nombraron a Ivo Daalder como embajador estadounidense ante la OTAN. Escribió un artículo titulado “La lógica del cero. Hacia un mundo sin armas nucleares”, publicado en la revista Foreign Affairs.
También nombraron al general James L. Jones como asesor de seguridad nacional del Presidente de Estados Unidos. Había sido comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa y conocido opositor al estacionamiento de bombardeos B61 en el Viejo Continente.
En la OTAN cada vez se escuchan más claramente este tipo de declaraciones, incluso en nombre del “pacifismo”. En la cumbre de Estrasburgo se oyeron frases como las siguientes: “La disuasión, que se basa en una combinación adecuada de capacidades nucleares y convencionales, sigue siendo un elemento central de nuestra estrategia general. La OTAN seguirá desempeñando su papel en el fortalecimiento del control de armas y la promoción del desarme nuclear y convencional de conformidad con el Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares, así como los esfuerzos de no proliferación”.
El manoseado artículo 5 de los Estatutos de la OTAN, que establece la defensa mutua (“el ataque contra uno es el ataque contra todos”), desempeña el papel de cortina de humo. El arsenal nuclear de Estados Unidos y la OTAN es garantía suficiente para disuadir de un ataque contra cualquiera de los Estados miembros.
Es justamente al revés pero, en cualquier caso, sólo habría defensa mutua si así lo deciden todos los socios por unanimidad. En otras palabras, la OTAN sólo pone en marcha el artículo 5 si Estados Unidos es capaz de persuadir a sus socios para que se sumen a la “causa común”.
Cuando se redactó el artículo 5 la cuestión más polémica fue precisamente lo que, en su momento, se llamó “juramento”. Los europeos querían un compromiso automático de defensa por parte de Estados Unidos, algo que es imposible. Estados Unidos no se compromete nunca a nada y no defiende a nadie que no le interese defender. El artículo 5 lo que dice es que en caso de ataque, las partes “acuerdan que cada una de ellas ayudará a la parte o partes así atacadas tomando inmediatamente, individualmente y de acuerdo con las otras partes, las medidas que considere necesarias”.
Cada país miembro decide por su su cuenta si se une a la “defensa muta” o, lo que es lo mismo, la seguridad no es colectiva, salvo que así se decida por unanimidad. Por si se suscita alguna duda, se pueden reproducir las palabras del director de la MDA (Agencia de Defensa de Misiles) estadounidense durante una audiencia en el Congreso: la defensa antimisiles “fortalece nuestra capacidad de defender nuestros intereses en el extranjero”.