Iván Maiski |
La anotación correspondiente al 16 de noviembre de 1937 relata una cena de gala de Jorge VI, el rey de Inglaterra, en honor del rey Leopoldo de Bélgica, que estaba de visita en Londres. Estaban presentes unos 80 invitados, cuenta Maiski, con la familia real al completo, ministros, diplomáticos y los más destacados políticos ingleses de la época.
Los platos eran de oro y los cubiertos también. La comida no era tan mala como de costumbre porque -según se rumoreaba- el cocinero del rey era francés. Durante la cena aparecieron una docena de músicos escoceses para amenizar la velada y después los corrillos llenaron el salón del Palacio. Todos comenzaron a charlar animadamente, aunque nadie quiso hablar con el embajador bolchevique y su esposa, que se aburrían en una esquina. En otra Yoshida, el embajador de Japón, que había invadido China, estaba en las mismas condiciones.
Maiski y su mujer empezaron a cavilar una manera honrosa de evadirse de aquella situación discretamente, cuando de repente se escuchó un estrépito. Había entrado Churchill en la estancia y en cuanto vio al diplomático soviético en el rincón se fue hacia él. Entonces Churchill estaba fuera del gobierno. No era más que un dirigente del partido conservador con las ideas muy claras.
Al llegar ante Maiski le estrecha las manos efusivamente ante las miradas furtivas de los asistentes. ¿Qué era aquello? El rey de Inglaterra se creyó obligado a rescatar a Churchill de la peste bolchevique con una llamada aparte. Pero fue Churchill quien se sacudió de encima al monarca y reanudó la conversación con Maiski, siempre ante la curiosa mirada de la diplomacia mundial.
Churchill nunca se anduvo por las ramas con nadie, lo cual es extraño en un político, sobre todo si es británico. Se cumplía el primer aniversario del Pacto Anti-Komintern firmado entre la Alemania nazi y Japón para combatir a la URSS y Churchill lo tenía claro:
– “El pacto anti-comunista es una maniobra dirigida en primer lugar contra el Imperio británico y en segundo lugar, pero sólo en el segundo lugar, contra la Unión Soviética”, le dice Churchill a Maiski con rotundidad
Era extraño que un acuerdo tan ideológico que llevaba el lema del anticomunismo estuviera enfilado contra Gran Bretaña, pero a Churchill le sobraba instinto.
Además, Alemania es “el enemigo principal para todos los que defendemos la paz”, continúa Churchill, por lo que “debemos mantenernos juntos”, le confía al diplomático soviético. “De lo contrario todos estaríamos perdidos”.
Al cabo de los años Churchill había llegado a convencerse, por fin, de que una Rusia débil constituía un inmenso peligro para la causa de la paz mundial. Pero nadie se había esforzado tanto como Gran Bretaña por debilitar a la URSS, especialmente él: Churchill. Al cabo de 20 años no sólo reconocía su error sino, además, su fracaso. “Tenemos necesidad de una Rusia fuerte, muy fuerte”, insistió Churchill.
Luego bajó la voz y siguió en un tono aún más confidencial: “¿Qué está pasando en la URSS?” La reciente depuración del ejército, ¿lo había debilitado?, ¿había reducido su capacidad para enfrentarse a las presiones de Japón y Alemania?
“¿Puedo responderle con otra pregunta?”, inquirió el embajador soviético. “Si un general traidor que dirige un cuerpo de ejército es reemplazado por otro general honesto y fiable, ¿se debilita el ejército? Si el director de una fábrica de armamento convicto de sabotaje es reemplazado por un director honesto y fiable, ¿se debilita o se refuerza nuestra industria militar?”
Era evidente que Churchill no necesitaba la respuesta de Maiski. Simplemente quería reafirmarse en lo que el soviético califica como “cuentos para niños” que circulaban en los países imperialistas acerca de la debilidad soviética como consecuencia de las depuraciones de los años treinta.
Cuando el embajador terminó de exponer su punto de vista, Churchill se confesó aliviado. “Es reconfortante escuchar todo eso”, dijo. “Si Rusia se fortalece en lugar de debilitarse, todo va bien”, repite. No sólo Gran Bretaña; Churchill podía haber reconocido que todo el mundo necesitaba una URSS fuerte.
La conversación entre ambos acabó con una última confesión: “Ese Trotski es un perfecto diablo, una fuerza destructora y no creadora. Estoy completamente de acuerdo con Stalin”, dijo el dirigente conservador.
Viniendo de Churchill es discutible que se pueda considerar como un halago hacia Stalin…