Ha sido su bautismo de fuego y tras él han llegado los focos, los micrófonos, el maquillaje, los platós de televisión, las tertulias de la radio y las entrevistas “en profundidad”. Es el portavoz de algo que hasta ahora carecía precisamente de eso: de voz.
¿Quién es Drouet?, ¿qué quiere?, ¿qué opina?, ¿qué propone?
Es el lanzamiento de una estrella en toda regla. Nadie ha escatimado en gastos, sobre todo porque las audiencias suben cada vez que aparece él. Es lo mejor que puede tener cualquier Estado de Derecho: un proscrito, un rebelde. Hasta el franquismo lanzó a un delincuente como héroe: El Lute.
Hay quien propone la creación del Partido de los Chalecos Amarillos al estilo políticamente correcto de la posmodernidad: creado desde la base, asambleario, transversal, omnívoro…
Unos componen canciones y otros registran y patentan la marca para fabricar perfumes “chaleco amarillo”: el inconfundible olor a gasolina de las barricadas.
Mientras el movimiento duró, todo fueron mentiras, críticas y boicot por parte de los partidos y los medios: vándalos, salvajes, gamberros… Ahora todo ha cambiado: el producto vende en todo el mundo porque los “chalecos amarillos” han hecho lo que a todos los oprimidos les gustaría: prenderle fuego a casi todo lo que se les pone por delante.
Es lo que tienen los productos instantáneos como el Nescafé y los movimientos sociales y políticos de ese tipo. En todo el mundo cualquier chispa puede incendiar la pradera, hasta la más insignificante (y saltan chispas a cada momento).
El dilema no es, repetimos otra vez, el movimiento en sí sino su continuidad y, por lo tanto, su dirección. Claro que si una organización quisiera reproducir la lucha de los “chalecos amarillos” cada día, ya no fabricarían perfumes con su logo, sino que los meterían en la cárcel por “terrorismo”.
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