Quedamos, pues, que fascistas y comunistas son poco menos que iguales porque, de rijosos e irascibles que son, se tocan, gente desagradable y borde, pancarteros, gritones que se creen que la calle es suya (cuando siempre fue de Fraga) y no de la mesurada, modesta y trabajadora «ciudadanía» (yo creía que en un Reino lo que hay son «súbditos» como los Señores feudales tenían «vasallos»). Pues fale, pues bueno, pues muy bien, oiga, pero una diferencia advertimos al menos y es esta, a saber, que así como a los fachas no les gusta -o no se dan por aludidos- que les llamen lo que son, o sea, fascistas, porque ellos lo que son, sobre todo, son «demócratas» con sus puntos de vista diferentes y blablablá, que eso es la democracia y tal y tal… Un «contraste de pareceres», como se decía en el tardofranquismo cuando ya se estaba cocinando lo que luego sería el timo de la Transición de la dictadura a la democracia y esas hierbas. No me imagino a José Antonio Primo de Rivera, fundador del fascismo español en la II República -fusilado en Alicante con poco menos que la aquiescencia de Franco, que se hizo el loco cuando se pedía un canje- renegando de su condición de «fascista» cuando lo llamaban así; al contrario, y aunque él siempre negó -que es distinto a renegar- que lo fuera, estoy por pensar que en su fuero interno lo tendría a gala y orgullo. Son hoy sus herederos falangistas los conversos que reniegan de sus pasado falangista-fascista para convertirse, camaleónicamente, en «demócratas» que, encima, tienen el tupé y el morro de llamar «comunistas» a los comunistas como si fuera un insulto. Y aquí la gran diferencia: que a los comunistas nos llamen comunistas, lejos de agraviarnos, nos colma pues no lo escondemos, y ello a sabiendas que somos los primeros en recibir las ostias de la represión que sabe distinguir muy bien quién es su enemigo real y quién su amigo aliado: fachas declarados y los no declarados que fingen escandalizarse cuando les llaman lo que son (y niegan): fascistas.
De cuando a los fachas no les gusta que les llamen fascistas
N.Bianchi
Suele decirse, sin rigor, que «los extremos se tocan» -en los años veinte del siglo pasado el monárquico dramaturgo Pedro Muñoz Seca, el inventor de la «astracanada», piezas bufas de humor dudoso (no su popular y exitosa «La venganza de Don Mendo»), y que fue fusilado en la guerra civil por los republicanos, estrenó, digo, «Los extremeños se tocan»– lo que coloca, a quien lo dice, en la sensatez, el equilibrio, la moderación morigerada y, acabáramos, en la equidistancia a carta cabal. Tan es así que esa postura mesocrática y ecléctica, aparentemente al menos, se aleja de, precisamente, pues eso: de los extremos. ¿Y quiénes forman esos «extremos»? Es sabido por público y notorio: los fascistas y los comunistas que, en sus «visiones y concepciones totalitarias» políticas, extremosas y extremistas, se tocan. Mejor el centro o la socialdemocracia fina y desalilada e incluso el apoliticismo y hasta la apatía (como dicen que ha ocurrido en las últimas elecciones en Grecia con una elevadísima abstención que la «sociología burguesa» achaca a la apatía en lo que no es sino una creciente toma de conciencia política traducida en la abstención, que no pasotismo ni apatía como la quieren pintar); «haga como yo: no se meta en política», dicen que decía el Caudillo (como chiste de humor negro no está mal, la verdad).
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¿Por qué nunca habláis de los católicos? ¿Acaso creéis en los santos y cosas parecidas? ¿Qué diferencia veis entre fascistas y católicos? Personalmente y o no veo ninguna y entiendo por católicos a quienes usan de las diversas religiones a efectos de amansar a los pueblos para podernos trasquilar impunemente como a ovejas y a borregos mediante el sistema capitalista: Por el budismo que aunque no es propiamente religión surte a los mismos efectos, por los fariseos que son los católicos de la religión judía, por el islam, los protestantes y los católicos propiamente dichos.