En 2005 se publicó un libro sobre Orwell bajo el seudónimo de “Emma Larkin” que relata los primeros años de la vida del conocido escritor, cuando trabajaba como torturador al servicio de la policía colonial britanica en Birmania, la moderna Myanmar.
Para escribir la biografía, “Larkin” viajó por el país asiático durante la dictadura militar, quizá la mejor manera de ambientar los años de Orwell al servicio del Imperio Británico, que el propio propio escritor dibujó en “Los días de Birmania”, una novela autobiográfica, y en su clásico ensayo “Disparar a un elefante”.
Los supervivientes que habían conocido a Orwell (Eric Blair entonces) lo describen como un joven oficial de policía eficaz que conocía muy bien los ambientes coloniales del hampa, donde quienes dominan son los matones, las bandas… Es imposible diferenciar si le policía se ha infiltrado entre los criminales o si son los criminales los que se han unido a la policía.
La policía es parte integrante del mundo corrupto que dice combatir, lo que le permitió a Orwell introducir una de las escenas de “1984” como si fuera en primera persona: el policía O’Brien detiene al protagonista Winston Smith y le tortura introduciendo su rostro en una jaula en la que una rata hambrienta está dispuesta a devorarlo en cuanto le abran la puerta.
Orwell no inventó la escena. Era una técnica de interrogatorio de la policía colonial en Birmania. Pura rutina para él y sus colegas. Por eso el Imperio Británico funcionó tan bien durante tanto tiempo. Su policía era eficaz.
Lo mismo que O’Brien, también Orwell torturaba a los detenidos. Era su deber. Formaba parte de su trabajo, del día a día. De ahí esas descripciones tan precisas de los medios de interrogatorio que hoy la CIA califica como “reforzados” y de los eficaces interrogadores que los aplican.
Orwell era plenamente consciente de su papel como verdugo, capaz de recrear desde dentro el papel de la tiranía y la mentira. Hay muchos relatos, más o menos literarios, sobre la tortura. La mayor parte de ellos muestran el punto de vista de las víctimas. Orwell es de los pocos que expone el punto de vista del torturador.
Fuera de aquel podrido universo colonial, Orwell dejó de ser Eric Blair. Se convirtió en un lumpen, un nuevo protagonista del relato “En la miseria de París y Londres”. Dentro lo era todo, una autoridad pública, fuera no era nada, un vagabundo.
Le quedaba por vivir el otro costado de su producción literaria, la mentira, de la que también fue protagonista cuando logró que la BBC le pusiera un micrófono delante.
La obra de Orwell no se inspira en la guerra civil española. Cuando se pasea por Barcelona, ya tiene en la cabeza los dos eslabones de sus relatos: la policía y la BBC, el imperio de la tortura y el de la mentira.
En el policía colonial, como en todo policía, la verdad no es la fidelidad a la realidad sino al poder. A ningún otro escritor se le hubiera ocurrido crear un “Ministerio de la Verdad”, es decir, en convertir a la verdad en un Ministerio.
El paso siguiente consiste en suponer que las declaraciones del Ministerio son verdad y la imposibilidad de separar una cosa de otra. Es como si no fuéramos capaces de diferenciar el Ministerio de Trabajo del trabajo, el Ministerio de la Vivienda de la vivienda, el Ministerio de la Igualdad de la igualdad, etc.
Más información:
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