La posición estratégica de Crimea en el Mar Negro es bastante evidente. Para Rusia es bastante más, es vital, y no puede permitir que caiga en manos de la OTAN, que era uno de los objetivos del Golpe de Estado de 2014 en Maidan.
Los imperiialistas pretendían tomar el control de Crimea y convertir a Sebastopol en una base naval de la OTAN. Eso permitiría a Washington poner a Moscú bajo la amenaza de un arsenal de armas nucleares, a las puertas de Rusia. También permitiría a Washington ejercer el dominio estratégico sobre la cuenca del Mar Negro.
Crimea era el premio gordo del golpe y a Rusia no se le escapó el plan ni por un momento. Inicialmente Estados Unidos valoró la posibilidad de sacar a Crimea de las manos de Ucrania, para conceder su “independencia” e instalar un protectorado.
Era algo complicado y el plan dio un giro de 180 grados: si Crimea no podía sair de Ucrania, entonces había que apoderarse de Ucrania, por las buenas o por las malas. Una vez que Washington tomó el control, Ucrania podría ser rápidamente asimilada a la OTAN y cancelado el arrendamiento de Sebastopol por parte de Rusia. La base se transformaría dentro de la fórmula típica de “utilización conjunta” entre Estados Unidos y Ucrania.
Cuando el golpe triunfó llegó el contragolpe de Moscú, que se adelantó por la mano a Washington. Los propios crimeanos organizaron el referéndum para abandonar Ucrania e incorporarse a Rusia.
El tiro les salió por la culata. Fue un golpe absolutamente devastador a los planes de los imperalistas. Habían perdido la península ante sus mismas narices. Las tropas rusas ocuparon Crimea y la mayoría de los crimeanos apoyaron la nueva situación.
Ahora sabemos que el plan de los imperialistas en 2014 era mucho más amplio y tenía el mismo punto de partida, en el que el agresor siempre era Rusia. El objetivo era la guerra por delegación a la que ahora asistimos.