Coronavirus, hambre y clases sociales

Darío Herchhoren

Desde la aparición de la pandemia del coronavirus, las radios, las emisoras de televisión, los periódicos en papel y los sesudos tertulianos, han estado bombardeándonos, con sus verdades de perogrullo sobre la existencia de la enfermedad, sobre lo que son los virus, sobre las investigaciones para hallar una vacuna eficaz, y sobre los rebuznos y eructos de Donald Trump y Bolsonaro.

Las noticias que se difunden nos hablan de cientos de infectados por día, de muertos, de altas médicas y de víctimas de la enfermedad en las personas del personal sanitario que pacientemente y con medios escasos atienden el aluvión de personas que día a día llenan las camas de hospitales. En algunos de esos casos, y siguiendo el relato del personal sanitario la situación se ha convertido en dramática, mostrando las carencias y falencias del sistema de salud.

Pero hace muy pocos días hemos escuchado al director de UNICEF, el organismo de la ONU para la infancia dando una cifras francamente espeluznantes sobre la muerte de niños de menos de un año de vida por día. Según esa información cada segundo muere un niño de hambre, lo cual quiere decir que en un minuto mueren 60 niños, en una hora mueren 3600 niños, y cada 24 horas mueren 86400 niños, salvo error u omisión.

Si comparamos esa cantidad de muertos con los provocados por la pandemia de covid 19, debemos concluir, que los fallecidos por la pandemia, constituyen una cantidad muy pequeña. Pero esa conclusión se transforma en indignación cuando nos paramos a reflexionar sobre la posibilidad de evitar esos terribles resultados si las políticas sanitarias y alimentarias fueran las correctas.

¿Cómo evitar esas muertes evitables? En primer lugar poniendo los medios para que eso no ocurra. ¿Y cuáles son esos medios? Básicamente invirtiendo dinero en cantidad suficiente en sanidad, construyendo redes de alcantarillado y agua potable, dotando de hospitales y dispensarios a aquellos paises que los necesitan, alimentando a las poblaciones, y sobre todo reduciendo los gastos militares y redistribuyendo la renta en forma equitativa para que esto no pase. Con lo que cuesta mantener un portaaviones por día se evitarían las muertes de niños que hemos mencionado.

Todo esto nos lleva a una primera conclusión con respecto al coronavirus: Se trata de una pandemia que fué generada ex profeso para batir al enemigo, y ese enemigo era China que ponía en peligro la hegemonía de los EEUU con su potente industria, y con la construcción de la nueva ruta de la seda y la franja, que uniría mediante ferrocarril de alta velocidad el lejano oriente con Europa, permitiendo el transporte de personas y cargas a bajo precio, poniendo en peligro las maquilas de occidente. Como ejemplo de esto quiero mencionar que durante la segunda guerra mundial, los fascistas japoneses arrojaron sobre China millones de pulgas infectadas con peste bubónica, que causaron miles de óbitos entre la población no beligerante. La peste bubónica es una enfermedad que transmiten las ratas, previamente infectadas por pulgas, y que cursa con terribles dolores articulares sobre todo en la cadena ganglionar, hasta producir una muerte y una agonía terribles.

Los japoneses también intentaron generar esa enfermedad en el territorio USA, pero los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, terminaron por frustrar ese propósito.

Otro de los superficiales y estúpidos comentarios sobre la pandemia es que la misma no reconoce clases sociales. Es una pura falsedad. Las enfermedades se ceban siempre sobre aquellos que tienen menos defensas, y se da la circunstancia de que las clases sociales más desfavorecidas, que viven en peores viviendas, se alimentan peor, tienen a su alcance una medicina más pobre y elemental, están siempre más expuestas a sufrir enfermedades. Los pobres, solo por ser pobres se mueren antes. ¿Es lo mismo nacer y vivir en África, que nacer y vivir en Nueva York? Aunque en Nueva York haya gente que malvive en barrios como el Bronx y el West End, siempre estarán mejor que un africano que viva en Soweto. La enfermedad es cierto que no reconoce clases sociales, pero los seres humanos si reconocen esas diferencias. Es una cuestión social y como tal debe tratarse. Si queremos evitar situaciones indeseadas como la que estamos atravesando ya sabemos cuál es el camino.

Transitémoslo.

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