Conocer al enemigo

Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo, y saldrás triunfador en mil batallas
(Sun-Tzu, El arte de la guerra)

En mis artículos hago constantemente referencia y denuncia de las atrocidades que nos envuelven, así como donde tienen lugar, quienes son los autores, quienes los beneficiarios, quienes los perjudicados, que mecanismo utiliza el capital, como consigue la adhesión de una parte importante de la población… A veces inundo con cifras, datos, que a primera vista pueden parecer superfluos, pero simplemente son para poder conocer el terreno que pisamos. De lo contrario podemos hacer castillos en el aire que pueden reconfortar nuestro espíritu, pero lejos de la cruda realidad.

Y, no es para sumirnos en un derrotismo alejado de cualquier proyecto transformador, sino para poder calibrar nuestras fuerzas, dosificarlas y organizarlas para atacar con el máximo rigor, los puntos más débiles del capital.

La costumbre de defender que el capitalismo está en permanente crisis y anunciar de forma constante que está a dos pasos del hundimiento, que la revolución está al otro lado de la puerta, que la organización tiene que estar de guardia permanente para asumir los combates decisivos, es el credo del catastrofismo. Desgraciadamente, generaciones enteras de militantes se han consumido en él, y un buen número de ellos han renunciado al marxismo, o renegado de él. Tal es la triste realidad del catastrofismo.

Esta teoría no funda la perspectiva de comunismo, la actividad revolucionaria y la convicción militante sobre un análisis materialista, histórico y dialéctico de las contradicciones de clase, sino sobre un inmediatismo mecanicista, en el cual la justificación teórica tiene por única función legitimar la urgencia del sacrificio militante para las necesidades de la organización.

En “El estado y la revolución” Lenin expresa que los centros reales de poder político radican en la burocracia estatal, que ni siquiera las victorias parlamentarias de los partidos obreros entregarán a la clase obrera el control del Estado. En cuanto a las burocracias, han sido estructuradas de tal manera que imposibilitan la participación directa de la clase obrera en el ejercicio del poder burocrático. Dado que los Parlamentos son impotentes y las burocracias impermeables, el único medio a través del cual la clase obrera podría detentar el poder estatal sería aplastando el aparato del Estado en su conjunto.

¿Son válidas hoy las afirmaciones de Lenin en las condiciones históricas de hoy?

En el siglo XIX el mundo de las clases sociales era todavía simple y transparente. Entre la clase de los capitalistas, es decir, de los propietarios privados de los medios de producción social, y la clase trabajadora asalariada, que no poseía nada más que su fuerza de trabajo, se encontraba la clase de los llamados pequeño-burgueses. Esta antigua clase media se destacaba para poseer pequeños medios de producción (oficinas, talleres, tiendas, etc.) en los cuales empleaba principalmente su propia fuerza de trabajo y la de su familia para vender sus propios productos al mercado. La expectativa de los marxistas era que estos «pequeño-burgueses» irían desapareciendo despacio a causa de la competencia de las grandes empresas capitalistas, hasta que la sociedad quedara polarizada a sus dos clases principales, la burguesía y el proletariado.

Pero ya a comienzos del siglo XX hubo en la social-democracia alemana el debate entre Bernstein y Kautsky sobre la “nueva clase media”. En él se referían a determinadas funciones técnicas, económicas e intelectuales que habían resultado del proceso de socialización capitalista (administración, ingeniería, formación, educación, sistema de salud, sistema de comunicación, esfera pública mediática, instituciones de investigación etc.) de la cual surgió una nueva categoría social, que, según el viejo esquema, no era “ni carne ni pescado”.

No se trataba de capitalistas, porque no representaban ningún gran capital monetario; tampoco se trataba de pequeño-burgueses clásicos, porque no poseían los medios propios de producción; sin embargo tampoco se trataba de proletarios, porque no eran empleados como “productores directos” sino como funcionarios del desarrollo capitalista de las fuerzas productivas en todos los ámbitos de la vida.

Las estructuras de clase de las sociedades capitalistas se han modificado: La pequeña burguesía tradicional ha ido menguando. Las posiciones contradictorias dentro de las relaciones de clase han aumentado y al mismo tiempo muchas de ellas se están empobreciendo de forma creciente. Pero la burocracia se ha modernizado y aumentando.

La nueva clase media decae, es verdad, pero no para convertirse en el proletariado industrial clásico de los productores directos del siglo XIX, pues se está convirtiendo en una minoría que va desapareciendo poco a poco. De forma paradójica, en palabras de Robert Kurz, la “proletarización” de las capas cualificadas está ligada a una “desproletarización” de la producción en los centros del mundo capitalista occidental. En este contexto, los ideólogos de la clase media en caída reclaman para sí la vieja “lucha de clases del proletariado” para un retorno al llamado “Estado del Bienestar”. Este ha sido el discurso de unas clases medias que desprecian al proletariado y al mismo tiempo son odiadas por el capital. Ejemplos los tenemos en Podemos, Sumar, IU, ERC, Sortu, CUP, etc.

Un Estado del Bienestar que I.Wallerstein lo plantea así: “La ampliación de los derechos de los trabajadores y ciudadanos de Europa y Estados Unidos desde la mitad del siglo XIX tenía como correlación la exclusión de la mayoría de la población mundial de estos mismos derechos y beneficios. Esta ampliación de derechos fue un intento del poder occidental de cooptación de una clase obrera cada vez más numerosa y militante. Se los hizo una triple oferta: el derecho de voto, el Estado del bienestar y una doble nacionalidad (la de los Estados y la del mundo blanco, es decir, el racismo)”.

“Esta estrategia tuvo un éxito enorme en la transformación de las “clases peligrosas” de Occidente en una “oposición responsable” limitada a las reclamaciones sindicales para disfrutar de una parte del pastel. Esta estrategia salió demasiado cara cuando se amplió para incluir la promesa de “desarrollo económico” no occidental a raíz del aumento de los movimientos revolucionarios al llamado Tercer Mundo. Permitir que el resto del mundo participara en el reparto del pastel era demasiado costoso para la economía capitalista. Se podía permitir el reparto para unos centenares de millones de trabajadores occidentales manteniendo la rentabilidad del sistema, pero si se hacía el mismo para miles de millones de trabajadores del tercer mundo, no quedaría nada para la acumulación del capital.

“A partir de la década de los 80 quedó claro que el capitalismo mundial no podía satisfacer las demandas del Tercer Mundo (relativamente poco para cada cual, pero para mucha gente) y de la clase obrera occidental (para relativamente poca gente, pero mucho por cada cual)”.

El texto del último artículo (1 de septiembre de 2019) escrito por Wallerstein poco antes de su fallecimiento, en agosto de 2019, termina de esta forma: “He indicado en el pasado que pienso que hay una lucha crucial, que es la lucha de clases. Lo que puedan hacer quienes vivan en el futuro es luchar consigo mismos para que este cambio sí sea real”.

Volviendo al principio sobre conocer al enemigo, tal vez, por que me atrajo, cuando lo leí, la novela de Iván Turguénev escrita en 1877 “Suelo Virgen” en la cual uno de sus diálogos es el siguiente:

“— He ahí nuestro problema, Alexéi Dmítrich: ¡no conocemos a nadie! Queremos actuar, queremos girar el mundo cabeza abajo, pero vivimos fuera de ese mismo mundo, sólo con dos o tres amigos, apretados en el mismo lugar…

En primer lugar, y relativo a los enemigos, recuerda los versos de Goethe: Wer den Dichter will versteh’n, Muss in Dichter’s Lande geh’n… (Quien quiere al poeta entender, debe en su tierra vivir…)

A los que yo añado: Wer die Feinde will versteh’n Muss in Feindes Lande geh’n (Quien quiere al enemigo entender, debe en su tierra vivir…)

Estar apartado de nuestros enemigos, no conocer sus hábitos ni su vida… es absurdo. ¡Ab-sur-do!… ¡Sí! ¡Sí! Si yo quiero matar un lobo en el monte, he de conocer todos sus escondites…” (*)

Sin duda debemos eliminar los depredadores, cautelosamente, pues son astutos y peligrosos, lo demuestran constantemente: una guerra por aquí, otra por allá, una crisis, un despido, una censura, una represión, una imposición, una amenaza…, al mismo tiempo que alguna zanahoria. Evidentemente es mayor el palo que la zanahoria, pero los llamados medios de comunicación están para disfrazarlo.

Pero, ¿cómo se las arregla el enemigo para mantener su dominio al mismo tiempo que consigue la aceptación de una mayoría social?

En otras ocasiones he ofrecido datos sobre el empleo en España y resulta que la mayor empresa es la “funcionarial” integrada por tres millones de personas con estatus de funcionario público, ya sea de carrera o por mérito, fijo o temporal. ¿Dónde ubicar este proletariado? O ¿No es proletariado? ¿O es la burocracia estatal que denunciaba Lenin? De ser así, ¿Podemos suponer que forman parte de las tropas de infantería del enemigo y que actúan bajo sus órdenes?.

Recordemos el año 2020, el estado de sitio mundial con el subterfugio de una pandemia. ¿Quiénes eran los que impedían a los niños jugar entre ellos? ¿Quiénes eran los que impedían pasear? ¿Quiénes eran los que inoculaban sustancias desconocidas sin saber sus propiedades? ¿Quiénes eran los que impedían visitar a padres madres o abuelos? ¿Quiénes eran los que imponían multas administrativas? ¿Quiénes eran los que imponían el uso de bozales? ¿Quiénes eran los que intoxicaban mediante los medios de comunicación?

Eran funcionarios, de los que Max Weber denomina: “Cuando se halla plenamente desarrollada, la burocracia se rige, en un sentido específico, por el principio de sine ira ac studio (Sin odio ni pasión)”, tan solo obedeciendo órdenes, sin cuestionar su validez o justeza. Y una pregunta a continuación: ¿Son parte del enemigo?

Si llegamos a la conclusión que es así, debemos saber dónde se esconden. Lo más vistoso son los acuartelamientos militares y policiales, en los partidos políticos, en los sindicatos, en los ambulatorios y hospitales, en las oficinas públicas, en la televisión, la radio, la prensa, a continuación en las escuelas y universidades.

Lo que hemos de conocer de nuestro enemigo principal, el asentado en nuestra geografía, en los consejos de administración de las grandes corporaciones, en las fundaciones, etc., no son los dimes y diretes de los programas rosa de la televisión, ni los memes a través de los teléfonos móviles, ni las imbecilidades de los llamados “influencers”, ya que todos ellos son asalariados del capital cuyo objetivo es desviar la mirada sobre el fondo político, económico y cultural, y atraer la vista hacia la superficialidad de las cosas, como más efímeras y morbosas, mejor.

Hay quienes plantean una diferencia sustancial entre enemigos principales y enemigos secundarios. Y que se debe establecer una alianza con los secundarios para derrotar al principal.

En nuestra vida cotidiana, poco nos importa si el enemigo es principal o secundario, pues la realidad nos está enseñando que la alianza existente es entre estos dos tipos de enemigos con el objetivo común de mantener el stato quo, ya sea extrayendo la plusvalía, ya sea alienándolo desde la escuela, ya sea cooptándolo para ejercer como felón.

Al enemigo principal no darle tregua, al secundario intentar un diálogo con parte de él, para acercarlo a la trinchera proletaria, pues algunos de ellos no se diferencian mucho de cualquier trabajador al pie de una máquina, cadena de montaje o caja de un supermercado, ya que como también explica Weber: “En el campo de la investigación e instrucción científica, la burocratización de los institutos de investigación, siempre existentes en las universidades, es una función de la creciente demanda de medios materiales de administración. El laboratorio de Liebig, en la Universidad de Giessen, fue el primer ejemplo de gran empresa en este campo. A través de la concentración de estos medios en manos del privilegiado director del instituto, la masa de investigadores y docentes se ve separada de sus ‘medios de producción’, tal como los obreros han quedado separados de los suyos en la empresa capitalista”.

El enemigo principal utiliza, además de la burocracia, a las personas más vulnerables, para edificar la cultura del victimismo. Si solamente miramos las llamadas víctimas y nos solidarizamos con el poder para su protección, incluso las glorificamos, abonamos el terreno de los poderosos, los cuales están felices de repartir ciertas migajas que los eleva al rango de beneficiarios sociales y con ello aumentan su poder.

Utilizar el victimismo como arma puede volverse contra nosotros, ya que las llamadas víctimas suelen reclamar para ellas lo que es negado a la mayoría, pues las víctimas no acusan al poder de su situación, al contrario, se adhieren al mismo para reclamar que recete paliativos para ellas, situándose inconscientemente, de este modo en terreno enemigo. Por lo tanto también hay que conocer el origen y los promotores del victimismo que, como el Dios Jano, el de las dos caras, son al mismo tiempo los causantes de las agresiones y los presuntos salvadores de las que ellos producen.

Epílogo:

Para combatir a un adversario se necesita ante todo conocer su punto de vista. La ignorancia jamás ha podido servir de argumento.

Conocer el terreno enemigo, si solo sirve para recrearnos en la denuncia de sus atrocidades, de poco va a servir. Este conocimiento debe utilizarse para elaborar propuestas de futuro antagónicas a las emanadas desde las instancias del Poder, que, como he escrito en anteriores ocasiones, un paso importante debería ser el organizativo, agrupando a personas que sean capaces de ir tejiendo una red en la cual, sean capaces de reproducir, en nuestro tiempo y contexto social, uno de los conceptos y llamamientos del Ché: “Crear uno, dos, tres Vietnam”.

(*) https://ww3.lectulandia.com/book/suelo-virgen/

comentarios

  1. Magnífico dibujo de las relaciones y luchas sociales. De clase, claro. Clarividente la denuncia del victimismo como arma del Poder: algún día tendremos que hablar de la inmigración.

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