Como ocurriera con la primera ola del coronavirus, la inseguridad económica ha provocado que cientos de familias en Madrid se vean obligadas a pedir comida creando largas colas frente a los bancos de alimentos. «Son los grandes olvidados, de los que nadie se acuerda».
Cuando hablamos de esta segunda (o tercera) ola de la Covid en la que vivimos, el soniquete político acalla muchas veces la precariedad en la que la sociedad se está sumiendo. Las conocidas como «colas del hambre» crecen, «enormemente», ante los ERTEs, los ERE, la falta de ayudas y el fin de los ahorros de familias que se han visto sin ingresos durante estos ocho meses.
Ante esa situación los bancos de alimentos, centros sociales y asociaciones se vuelcan para dar comida básica a estas personas que no hacen más que aumentar las listas de Cruz Roja, Cáritas Madrid o de las asociaciones vecinales.
Sólo la Plataforma de Trabajadores en Paro de San Blas-Canillejas atiende a 400 familias; 40 son las familias atendidas por la Despensa de Usera «muchas las derivamos a Cruz Roja o a Cáritas Madrid porque no podemos atenderlas», explica la coordinadora de la asociación; el párroco de la Iglesia Santa María Micaela y San Enrique que habla de una cantidad «ingente de personas» y los trabajadores de los dos bancos de alimentos con los que cuenta la parroquia del barrio de Tetuán matizan: 500 familias en el banco de alimentos de la Fundación Madrina y 300 en el banco de alimentos del grupo paraguayo de la parroquia.
«Recibimos apoyo del Summa 112, los bomberos y la Policía Municipal que nos ayudan a repartir a aquellas familias a las que no llegamos», explica Conrado Giménez, presidente y fundador de Fundación Madrina. Al principio solo repartían comida una vez al mes, luego una vez a la semana, «ahora estamos aquí miércoles y viernes».
Su banco de alimento se encuentra a un lado de la iglesia, y las colas dan la vuelta al edificio. Allí mujeres como Claudia, Samantha, María Gracia, Eva o Tania acuden con sus niñas a recoger comida. En sus bolsas y carros hay un poco de todo: pasta, arroz, lentejas, algo de verdura, toallitas, pañales… «Por suerte la Fundación Madrina cuenta con buenos fondos y también recibimos alimentos del Banco de alimentos», explica Giménez, «Aunque ahora tanto el Banco como las despensas están vacías». Sólo las fundaciones como Madrina cubren el 70% de la pobreza de Madrid y calculan que la pobreza infantil crecerá un 50% en los próximos meses.
En los registros hay 500 familias que van a esta parroquia, aunque la Fundación Madrina atiende diariamente a 3.000 familias en Madrid, antes del confinamiento eran 600. «La gran mayoría son madres solteras que han sido abandonadas por los padres durante este confinamiento». Lo cierto es que el perfil de la gente que conforma las colas para recoger comida ha variado respecto a marzo: «Antes venían los que ya vivían al día, ahora vienen también los que se han quedado sin ahorros y no tienen ayudas ni encuentran trabajo».
Trabajo es lo que piden las personas que durante toda la mañana de este viernes estuvieron haciendo la cola para recibir la comida y los elementos necesarios para subsistir. «Vivo con mi hija en una casa en la que llevo sin pagar el alquiler siete meses». Eva se dedicaba a la hostelería, aunque «realmente he trabajado de todo: limpiando, de cajera, cuidando a mayores». A su lado un torbellino de 10 meses se retuerce sobre sí mismo llamando su atención. «Desde que nació vi necesario pedir ayuda porque no podía asegurarle la comida. Ahora no me sale trabajo y no puedo pagar nada, el casero me paga el agua y la luz, y no sé hasta cuando aguantará esta situación».
Tania vive con su madre y su hija de cuatro años en la casa de la primera. También se dedicaba a la hostelería, de manera esporádica, y a cuidar de mayores. Pero los bares ya no la contratan y la señora que atendía ha pasado la pandemia en una residencia. «Sólo tenemos el ERTE de mi madre, que era camarera. Pero con 300 euros no podemos pagar el alquiler, la luz, el agua y la comida». Y ahora, además, las mascarillas para ir al colegio. «Esa es otra, me es imposible pagar todo», murmura.
Un poco más alejado está David con su mascarilla rojiblanco. Él pertenece al mundo de la construcción y acude a este banco de alimentos para dar algo de comer a sus hijos. Desde marzo él y su mujer están desempleados y el único dinero que entra no da ni para pagar el alquiler. «Mi principal preocupación es la comida de mis hijos, de momento el casero acepta nuestra situación. Aunque no sé hasta cuándo, llevo sin pagar desde junio».
Cloe a sus siete meses es la encargada de amenizar con sus quejas y llantos la espera.
- Posiblemente ya tenga hambre, es casi la una y media.
- Pues sí, pero ya nos vamos, llevamos aquí desde las diez de la mañana.
Claudia es su madre, del «pseudo-padre nada sabemos», la tuvo al principio del confinamiento y tras ser despedida de su puesto como azafata. «No me renovaron el contrato al estar embarazada». Durante los meses de confinamiento vivió de la caridad de los vecinos, «ahora me vengo todas las semanas desde San Sebastián de los Reyes para que me den un poco de comida con la que alimentarla». «Ya ni lloro, ella solo me tiene a mí y yo a ella».
Dentro de las colas que rodean la iglesia a esta situación se le suma la dificultad de conseguir el empadronamiento. Es el caso de Karin, que no puede volver a su país y aquí no consiguen los papeles. «Sin ellos no puedo pedir ayudas ni trabajo y me van a desahuciar».
«Aquí encuentras historias de todo tipo», informa Conrado Giménez. «Las ayudas no llegan, tampoco el dinero y las medidas que toman los políticos no se notan aquí». Las «colas del hambre», que esporádicamente salen en los medios de comunicación, no dejan de crecer: «Son los grandes olvidados, de los que nadie se acuerda».
Ante ello en la Fundación Madrina como en el otro banco de alimento de la Iglesia de Santa María Micaela y San Enrique, aunque piden que estén empadronadas y documentación con la que justifiquen la necesidad de recibir ayuda, muchas veces acogen a aquellas personas que están esperando el padrón. «Son personas que necesitan ayuda, cómo no hacerlo», indica Paola Desiree.
El banco de alimentos que coordina en la parroquia nace de una asociación de paraguayos que comenzó ayudando económicamente a los más necesitados y acabó en junio estableciendo unas mesas y una entrega de comida a 375 familias todos los viernes. «2.000 kilos de comida en total», señala.
Esta pequeña asociación recibe verduras del día de MercaMadrid y donaciones de productos no perecederos y alimentos para bebés. «Al principio el Banco de Alimentos nos dijo que no podían darnos nada de comida porque no había, luego nos llamaron. Fue un milagro».
Lo guardan todo en una pequeña habitación con estanterías con paquetes de pasta, aceita, papillas, potitos y batidos. A final de mes, esta despensa está bajo mínimos. «Recibimos a principios de mes nueva remesa. No es mucha cantidad pero nos sirve para ayudar a las familias». Al principio no creían que acudirían tantos, pero ahora con donaciones y el apoyo de MercaMadrid consiguen abastecer a varios centenares de familias, muchas de ellas con hijos. «Me sorprendió y me emocionó la solidaridad que hay».
Las verduras para preparar caldos nutritivos a los niños llenan los carros y bolsas de Nancy, que vive con su hijo y sus nietos en la casa; de Marjorie, a punto de dar a luz a su tercer hijo; o a Kyale que a sus 25 años hace cola para llevar a su prima embarazada y madre de otra hija algo de comer.