El 11 de octubre ambas potencias anuncian un principio de acuerdo y el capitalismo contiene el aliento porque se trata de la Fase 1, es decir, que al acuerdo es temporal y parcial a la vez. La guerra no ha acabado.
Descubrir los aranceles que se suben y luego se bajan es como quitarse la “china” molesta del interior del zapato. Una de ellas es la NBA, la liga de baloncesto, que fue censurada tras el mensaje de Daryl Morey, director de los Houston Rockets: “Lucha por la libertad. Apoya a Hong Kong”.
En julio la NBA anunció una prórroga de 5 años de su contrato con el gigante de internet Tencent, por 1.500 millones de dólares, que anunció que finalmente no emitiría los partidos tras la publicación del mensaje.
El deporte es como la mafia: sin padrinos no hay dinero y sin dinero no hay deporte. Morey se tuvo de disculpar, pero la cosa siguió igual o incluso se llegó a complicar aún más, con las intervenciones de unos y otros, “politizando” algo que en sí mismo es sólo deporte, como bien saben Ustedes.
El canalla de Ted Cruz, senador republicano por Texas, al que conocen del Golpe de Estado de Guaidog en Venezuela, dijo que la NBA había retrocedido vergonzosamente frente a China. Ante cualquier oitro país no hubiera importado tanto, pero China…
El demócrata Julio Castro argumentó que Estados Unidos debería encabeza los “valores estadounidenses” y hablar en nombre de los manifestantes de Hong Kong y no permitir que un gobierno autoritario les intimide (a ellos tanto como a los ciudadanos estadounidenses).
Estados Unidos utilizó la desestabilización de Hong Kong para poner en la lista negra a 20 aparatos represivos chinos y luego anunció la restricción de visados también para los encargados de la represión de los yihadistas en China, que el imperialismo presenta como persecución de los musulmanes y, en consecuencia, una atentado a la libertad religiosa.
Además, Trump sancionó a 8 empresas de alta tecnología, entre ellas algunas que no eran chinas sino estadounidenses. Les acusó de perseguir a los yihadistas en Xinjiang. Una de ellas Hikvision, empresa de cabecera mundial en equipos de videovigilancia.
Otra dos eran Megvii Technology y SenseTime, empresas de inteligencia artificial que elaboran programas de reconocimiento utilizados por la policía china para registrar a los yihadistas.
Estas dos empresas no son estadounidenses, aunque mantienen vínculos con fondos de inversión y universidades estadounidenses. Se trata de un campo de la informática en pleno auge.
Fundada hace apenas cinco años, SenseTime ha obtenido dinero de fondos como Fidelity International, Silver Lake, Tiger Global y el omnipresente SoftBank japonés. De la tecnología de reconocimiento facial la empresa ha pasado a la seguridad financiera, los robots y los coches autónomos.
Otras empresas tecnológicas chinas, como Dahua, Meiya Pico, Yitu, iFlytek y Yixin también están en el punto de mira por dos razones. La primera es que se trata de un mercado en rápida expansión que el año que viene crecerá por encima del 60 por ciento. La segunda es que operan en áreas de interés estratégico para Estados Unidos: ciberseguridad, reconocimiento y vigilancia facial y de voz.
Una posibilidad es que Estados Unidos haya utilizado a China como pretexto para impedir el desarrollo de empresas emergentes, o lo que es lo mismo, para mantener la hegemonía de las empresas tecnológicas ya asentadas.