Tras una gira diplomática por Asia, ayer Trump se reunió en Corea del sur con Xi Jinping y, como acostumbra, ha lanzado la campanas al vuelo: supuestamente ha hecho las paces con China.
En realidad, la reunión acabó con una tregua; no han firmado nada. Por su parte, el dirigente chino se limitó a decir que había un “consenso” para poner fin a la guerra comercial.
Estados Unidos accedió a reducir los aranceles sobre las mercancías chinas del 57 al 47 por cien, y a suspender las restricciones contra las empresas chinas durante un año. A cambio, Pekín garantiza, entre otras cosas, el suministro de elementos de tierras raras y se compromete a comprar soja estadounidense.
El acuerdo que Trump y Xi ha discutido se expresa en términos vagos e imprecisos. Los detalles, los objetivos, los mecanismos de implementación y las sanciones por incumplimiento serán abordados posteriormente por funcionarios comerciales estadounidenses y chinos.
La rivalidad entre ambos países se intensificará en el futuro. Estados Unidos seguirá intentado frenar a China. La nueva normalidad de la guerra económica se rige por la tensión, la escalada, la tregua y la vuelta al punto de partida. Nada de lo que se ha propuesto altera significativamente los mecanismos de una relación comercial de 659.000 millones de dólares. Reducir el déficit comercial estadounidense con China exige una revisión completa de la dinámica comercial.
La claudicación ante China ha desatado las contradicciones internas entre los asesores de la Casa Blanca. Unos defienden la disuasión y otros con partidarios de la distensión.
El artífice de la primera ofensiva de Trump contra China, Robert Lighthizer, ha advertido que “China juega al ajedrez, mientras nosotros jugamos a las damas”. Estados Unidos ha otorgado al gobierno de Pekín una ventaja, ganada con gran esfuerzo, a cambio de un acceso temporal a las materiasa primas. Pekín ha “instrumentalizado el comercio, la tecnología y las cadenas de suministro”.
Este defensor de las políticas comerciales de Trump aboga desde hace mucho tiempo por aranceles permanentes, no por renegociaciones anuales. Considera que la campaña de presión está siendo reemplazada por reuniones anuales (“teoría del goteo”), mientras China nunca tiene prisa; diseña a largo plazo.
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