«¡Libertad! Bien entendida, ¡hermosa palabra…! Un pueblo jamás se hace maduro ni prudente, siempre es niño», dice el Duque de Alba en el «Egmont» de Goethe. ¡Libertad bien entendida! dice Unamuno de coña. Y para hacerla entender, ¡palo y tentetieso!, otrosí: te haré libre a ostia limpia.
Eso hacen el PP y el PSOE, que no son partidos sino aparatos del Estado, la «casta», que dirían los penúltimos invitados -Podemos- al festín estatal del rico Epulón a ver qué migas caen. No hay más programa para esta «casta» que la razón de Estado, la Constitución taumatúrgica e hipnótica como camisa de fuerza, los Estatutos sin viagra y la unidad de destino en lo universal. Estos son los embelesos de los «demócratas» ordeñadores de pueblos, de los que hacen del pueblo rebaño, grey. Y todo ello quintaesenciado por la inmarcesible ley del honor (español): «procure siempre acertarla/el honrado y principal/pero si la acierta mal/defenderla, y no enmendarla».
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