Censura, autocensura y represión

La historia de la censura es vieja, hay referencias a las prohibiciones en la Constitución Espartana de Licurgo, sobre la condena de Sócrates en Atenas; las disposiciones del imperio chino de hace dos mil doscientos años; durante el imperio romano y posteriormente con el triunfo político del cristianismo que prohibió cualquier escrito que pudiera atisbar el más pequeño interrogante a su interpretación de la Biblia o de los Evangelios autorizados.

Es una tónica que se ha ido repitiendo ya sea durante la Edad Media o la Ilustración, incrementada después del 18 Brumario de Bonaparte; en la preparación de la primera parte de la guerra mundial, en el transcurso de esta y con posterioridad a la misma, en la preparación de la segunda parte de la guerra y posteriormente, siendo especialmente significativa la moderna “cacería de brujas” llevada a cabo en Estados Unidos por el Senador McCarthy en la década de los 50. Durante las dictaduras militares europeas de Portugal, España, Grecia, y todas las de América Latina, África y Asia.

En definitiva, podemos constatar que la censura, ejercida ya sea por las Iglesias o por laicos ha sido una constante a lo largo de la historia. Y a su lado las oportunas leyes que daban cobertura a la misma bajo definiciones diversas: propaganda ilegal; incitación a la revuelta; carencia de respecto a la autoridad; etc. No hace mucho hemos visto que poner una foto del monarca español cabeza abajo, escribir sobre la corrupción o habla de autodeterminación dentro de un Parlamento era condenado por el sistema judicial.

Autocensura

La autocensura, tampoco es cosa nueva y ha ido aparejada al miedo de posibles castigos a lo largo del tiempo, y cuando se han eliminado formalmente estos, han quedado otros similares al ostracismo de la época romana, es decir la condena a “no ser”. Tal vez por eso ya hace muchos años que periodistas, escritores, historiadores, locutores, artistas, profesores,… aquellos que con la posibilidad de incidencia ante numerosos conglomerados humanos y a sueldo del Estado o dependiendo de sus subvenciones, o contratados por corporaciones privadas, aprendieron a no decir ni hacer nada política, social, económica y culturalmente “incorrecto” según prescripción de los aparatos del Estado o corporaciones económicas, y si por eso había que enmudecer acontecimientos, no dudaban al hacerlo, si por eso no había que representar según qué obras teatrales o según qué guiones de cine, tampoco. Si por eso se tenía que reproducir literalmente hacia el alumnado un contenido curricular que tergiversaba hechos históricos, lo hacían sin ningún arrepentimiento. Si de los contenidos curriculares de biología se tenía que borrar la memoria de Lamarck, Claude Bernard o de Antoine Bechamp se hacía sin ningún miramiento.

El miedo y los intereses son las fuentes más frecuentes de la autocensura. Una jugosa pauta comercial, una amenaza o el temor a recibir amenazas, aparecen como mordazas que se imponen a sí mismos los periodistas y los medios de comunicación. La combinación de informaciones que se comunican y de datos que callan es una de las formas más conocidas de la autocensura, que no solo calla sino que sugiere o explicita falsedades, las cuales operan eficazmente sobre la voluntad de encubrir. La autocensura a menudo consiste a decir sin decir.

Si tanto la censura como la autocensura, tienen detrás suyo una represión más o menos patente y así pueden autojustificarse los que la ejercen e incluso quedar como posibles mártires, no pasa lo mismo con los que se ocupan de la manipulación informativa entendida esta como un nivel superior de autocensura plenamente aceptada y consensuada.

Pero no es un fenómeno reciente la autocensura en los medios de comunicación. Podemos poner como ejemplo clásico a John Swinton jefe editorial del New York Sun hasta 1883, fecha en que lo abandonó para poner en marcha un diario propio, en un acto con directores de varios periódicos, respondió cuando estos pidieron un brindis por la “prensa independiente”, según Michael Parenti, sus palabras fueron: «There is no such thing in America as an independent press. […] You know it and I know it. There is not one of you who dares to write his honest opinions, and if you did you know beforehand that it would never appear in print. I am paid […] for keeping my honest opinions out of the paper I am connected with ―others of you are paid similar salaries for similar things― and any of you would be so foolish as to write his honest opinions would be out on the streets looking for another job […] We are the tools and vassals of rich men behind the scenes. We are the jumping-jacks; they pull the strings and we dance. Our talents, our possibilities, and our lives are all the property of other men. We are intellectual prostitutes”» (Parenti. M. “Inventing Reality: The Politics of News Media”. St. Martin’s Press Inc., 1993. p. 39).

Que en una traducción propia al castellano seria: “No hay tal cosa en América como una prensa independiente… Yo lo sé y ustedes lo saben. No hay nadie que se atreva a escribir sus opiniones honestas, y si lo haces sabes por adelantado que nunca será publicado. Me pagan para mantener mi verdadera opinión fuera del periódico al cual estoy ligado ―a algunos de vosotros os pagan cantidades similares para hacer el mismo― y cualquiera de vosotros que sea tan estúpido como para escribir sus sinceras opiniones se encontrará en la calle buscando otro trabajo… Somos las herramientas y vasallos de los hombres ricos detrás de las bambalinas. Somos los títeres; ellos echan de la cuerda y nosotros bailamos. Nuestro talento, nuestras habilidades y nuestras vidas son propiedad otros hombres. Somos prostitutas intelectuales”.

La desinformación como parte de la autocensura

Algunos investigadores han separado la desinformación culposa o por error (misinformation) de la que se presenta con premeditación y engaño (disinformation). Según Guy Durandín la palabra desinformación parecen provenir de la inclusión del término Dezinformatsia (дезинформация) en la primera edición (1949) del Diccionario de la Lengua Rusa (Словарь русского языка), definida ésta como la “acción de inducir a confusión a la opinión pública mediante el uso de informaciones falsas”. Durandín define la desinformación como un conjunto organizado de engaños en una era en que los medios de comunicación masivos se encuentran enormemente desarrollados. Para él, hay que analizar seis elementos: a) la diferencia entre conocimiento, realidad y discurso; b) la intención de engañar; c) los motivos que la causan; d) los objetos sobre los cuales recae; e) los destinatarios; y f) los métodos que utiliza. Clasifica las tres acciones primarias que pueden considerarse desinformativas: a) eliminar elementos o silenciar la totalidad de la información; b) alterar informaciones; c) inventar acontecimientos.

El capítulo XVIII del príncipe, de Nicolás Maquiavelo (1532), recomienda al príncipe mostrarse de acuerdo con los valores que desprecia. Así, se adapta a las exigencias de las plebes, la ignorancia y la necedad de los cuales justifica que se los engañe. En este capítulo se lee: “Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento que quién engaña encontrará siempre quién se deje engañar”.

Herbert Schiller a 1969 publicaba un libro titulado “Los manipuladores de cerebros” donde venía analizando las estrategias utilizadas por los medios de comunicación para manipular la opinión pública y hace referencia al que considera tres mitos institucionales: la propiedad privada, la neutralidad y el pluralismo de los medios de comunicación, uniendo estas reflexiones con la ausencia de análisis de los conflictos sociales y el incremento de emociones humanas que demandan cierto tipo de información. Las ciencias políticas y la comunicación han contribuido a estudiar actitudes sociales como la “espiral del silencio” de Noelle-Neumann donde anota: “un individuo adapta su comportamiento a las actitudes predominantes de su entorno por miedo al aislamiento, con el fin de sumarse a una idea col lectiva, mayoritaria o consensuada, en la cual los medios de comunicación definen matrices y climas de opinión sobre los cuales la sociedad actúa.”

Desde el mes de marzo pasado la totalidad de medios de comunicación difunden el mismo discurso, con la misma estructura, y llevado a cabo con los parámetros que en su momento describió Duradín: 1) diferencia entre conocimiento, realidad y discurso. En este aspecto el conocimiento de un hecho se denomina SARS-Cov-2, la realidad es que se trata de una epidemia estacional similar a las de 2016 y 2018 que afecta gravemente a las personas con un sistema inmunitario débil, con patologías anteriores, con exceso de medicalización y vacunaciones. 2) La intención de engañar. La construcción de un relato y de un nombre (coronavirus) como si fuera inexistente antes, cuando este tipo de virus ya era sobradamente conocido anteriormente. 3) motivos que la causan. Esto lo iremos sabiendo en el tiempo, pero como hipótesis podemos avanzar que no están alejados del proceso global de reestructuración del capital, de eliminación de sobreproducciones y de un cambio total de los patrones tecnológicos. 4) Los objetos sobre los cuales recae. Un fragmento microscópico de ARN culpabilizándolo de todos los males y como responsable de una pandemia. 5) Los destinatarios. Una parte de la población que tendría capacidad organizativa para responder a la crisis económica y social derivada del proceso de reestructuración. 6) Los métodos que utiliza. El miedo en primer lugar, la manipulación de datos, el llamamiento a la delación como acto solidario, la creación de sentimiento de culpa, el insulto ante la carencia de argumentos para contrarrestarlos (negacionistas, paranoicos, etc.) a quien presenta pruebas que contradicen el discurso oficial a pesar de provenir de profesionales y científicos de larga trayectoria.

Y en cuanto a las acciones primarias desinformativas, la eliminación de según qué elementos y silenciar una parte de la información y alterarla, ha estado y es todavía, ahora uno de los rasgos fundamentales, así como inventar acontecimientos, datos y previsiones futuristas.

En un reciente artículo del Dr. Pascal Sacré, denominado “Una epidemia está en marcha”, dice así: “Una terrible pandemia está haciendo estragos en el mundo hoy en día, y como los medios de comunicación dominantes no nos hablan de ella, con cifras de muertes diarias, me apresuro a reparar esta injusticia: Una muerte cada 6 según, 14.400 en el día, 5 millones de muertes en el año. ¡Otras enfermedades harían los titulares por menos que esto! Hoy en día, hay más de 460 millones de personas en el mundo afectadas por esta epidemia silenciosa, más y más cada año. En Francia, se diagnostican más de 400 nuevos casos cada día. ¡Entre las personas mayores de 65 años, 1 persona de cada 4 está afectada!

Detendré el misterio aquí. Es la diabetes.

Puedes imaginarte si todos los días los presentadores de las noticias de la televisión empezaran a decirnos: «¡Diabetes: 14.400 muertes más hoy!» Todos los días, sin interrupción. También podrían hacerlo para las enfermedades cardiovasculares (ataques cardíacos o apoplejías), los cánceres (1 de cada 6 muertos en todo el mundo), las insuficiencias respiratorias crónicas, etc. Lo que están haciendo con el SARS-Cov, anunciando cada día el número de muertes, el número de casos nuevos, nunca lo había visto en toda mi carrera como médico”.

Explica el Dr. Sacré estar sobradamente demostrado que uno de los desencadenantes de la diabetes es el estrés tóxico. Estrés aumentado por el miedo a de perder el trabajo. Miedo de salir de casa. Miedo de abrazar y de ser abrazados. Miedo de ir al hospital. Respiración impedida por el uso continúo del bozal, con todos los efectos perjudiciales de la respiración insuficiente crónica, el peor de los cuales es el aumento de la acidez de la sangre y la hipoxemia.

Nos podremos preguntar cómo es que los titulares diarios que encabezan los medios de comunicación solo vemos la palabra coronavirus, pues las otras afecciones tienen una base suficientemente demostrable: Contaminación, estrés, mala alimentación, intoxicación alimentaria,… Pero esta base demostrable exige tomar medidas represivas contra la industria agroquímica, alimentaria, de armamento, industrial, minera,… que tiene nombres y apellidos, no son fragmentos de ARN, sino sociedades anónimas, consejos de administración, científicos, gerentes, presidentes, magistrados, diputados, senadores, especuladores, usureros,… Y los gobiernos no quieren ni pueden enfrentarse a quién les da de comer y les permite hinchar sus cuentas corrientes. Se trata de una corrupción generalizada de una punta a la otra del planeta, intrínseca con el sistema capitalista.

Dentro de la desinformación o la manipulación, como caso emblemático, hay que recordar, lo que pasó en España a partir del día 2 de Mayo del año 1981 cuando empezó una supuesta epidemia que afectó además de 24.000 personas que quedaron con lesiones permanentes, alrededor de un millar de muertes en una puesta en escena de todos los elementos característicos que nombraba Duradin: Empezó a enfermar y morir gente. El entonces Ministro de Sanidad, Jesús Sancho Rof, que había sido director general de RTVE en 1975, apareció en la televisión afirmando. “La epidemia la causa un bichito tan pequeño… que si se cae de la mesa se mata”, y continuaba su comparecencia televisiva diciendo: “Se detecta el micoplasma y ningún otro agente. En los cultivos, el germen crece como micoplasma… Se sabe cuál es el agente en un 90%, pero no su segundo apellido… Las preocupaciones de Sanidad no se centran en el brote epidémico, sino en que no se cree un ambiente de psicosis, una sensación más peligrosa que la propia epidemia». Lo cual estaba muy alejado de la realidad y plagado de contradicciones. El nombre inicial que se inventó era de “neumonía atípica”. Días después se cambió el nombre por el de “síndrome tóxico”, y al final “intoxicación por “aceite de colza”. Pero repasemos un poco la historia de este hecho.

Desde el Ministerio de Sanidad se creó una comisión para investigar los hechos la cual estaba dirigida por el doctor Antonio Muro Fernández Cavada, director del Hospital del Rey, de Madrid, con una dilatada carrera y reconocido prestigio profesional y ético. Esta comisión hace un primer informe apuntando que la causa seguramente es debida a una intoxicación por organofosforados, (plaguicida NEMACUR de Bayer) lo cual no coincidía con las declaraciones del Ministro. El día 12 de mayo aparece en el diario madrileño Cambio16 un artículo del Dr. Ángel Peralta Serrano, jefe de Endocrinología de La Paz, en el cual dice textualmente que los síntomas del síndrome tóxico se explican mejor por la acción de insecticidas organofosforados que por una infección pulmonar. Por primera vez, una autoridad médica apunta a unas sustancias usadas ampliamente en la agricultura intensiva (y también en la guerra química). El mismo día 12 el Centro Nacional de Virología y Ecología Sanitaria hace gestiones en Estados Unidos, al Epidemiology Program Office y a la agencia norteamericana para el control de enfermedades, el CDC, que envía a Madrid, desde la base italiana de la OTAN de Palermo al epidemiólogo William Baine.

El equipo de científicos norteamericanos de los CDC que desembarcó en España para “ayudar” se encargó que los estudios epidemiológicos solo apuntaran al aceite como culpable bajo la permisividad absoluta del Director General de Salud Pública Luis Valenciano.

El 15 de mayo, Sanidad destituyó de manera fulminante al Dr. Muro como director del Hospital del Rey y jefe de la comisión de investigación, así como los médicos de su equipo que descubrían una verdad altamente incómoda. Fueron represaliados y apartados de sus cargos.

El Director General de Salud Pública Luis Valenciano anunció por TVE el día 10 de junio la relación entre aceite de colza y enfermedad sabiendo que la intoxicación por anilinas no produce los síntomas del síndrome tóxico y no había ninguna evidencia científica de su culpabilidad. Con posterioridad Luis Valenciano fue encumbrado a Director Médico de los laboratorios Glaxo Wellcome y Director General de la Fundación Wellcome, imperio farmacéutico angloamericano de Rockefeller y su Fundación que monopolizó con los CDC la otra gran epidemia “vírica” de los ochenta, el SIDA.

Ahora, cuarenta años después, la misma Fundación Rockefeller y los medios de comunicación a nivel mundial que controla, así como varios gobiernos, son los líderes en la propagación de la “única verdad” sobre la supuesta pandemia SARS-Cov2 y quien dicta las orientaciones tanto del origen vírico, como las medidas de confinamiento, alejamiento, seguimiento, y obligatoriedad de vacunación en estrecha colaboración de los CDC, la Fundación Gates y la OMS.

El día 22 de Agosto en la web en español de BBC News, en un extenso y documentado artículo firmado por un Catedrático de Genética y un Profesor de Salud Pública españoles hacen aparecer un término nuevo, este concepto es: “INFODEMIA” y lo expresan así:

“En la pandemia de covid-19, la abundancia de información está derivando también en una ‘infodemia’ en la cual resulta difícil hacerse una idea total del que realmente está pasando. Y uno de los asuntos que puede haber generado mayor inquietud es todo lo relacionado con riesgo de muerte. Ahora que todo el mundo parece haber aprendido epidemiología a través de los medios de comunicación, es difícil encontrar quien no tenga una opinión formada sobre cómo evoluciona la situación epidémica y la letalidad, incluso ignorando los conceptos básicos… Se utiliza el contaje, así sin más y cuando se puede, de casos diagnosticados y de muertes. Pero sin tener en cuenta la población de la cual provienen, ni las circunstancias en las cuales viven, ni tampoco el método de obtención de los datos, lo cual da lugar a conclusiones equívocas”.

La represión

Solo con la censura, la autocensura, la desinformación y la manipulación no es suficiente para engañar todo el mundo. A su lado, todo un tejido represivo, compuesto por la elaboración de leyes “ad hoc”, sanciones administrativas, intervenciones policiales o militares, redes de civiles paramilitares, redes de confidentes, amenazas, detenciones… para intentar arrodillar aquellas personas que pueden tener dudas ante los prejuicios artificialmente elaborados.

Tampoco es nada de nuevo, normalmente la censura y la desinformación siempre han ido paralelas a la represión desde tiempos lejanos. Pero junto a esta represión también ha habido la rebelión, los “maquisards” rurales o urbanos, o la militancia política que ha resistido y combatido “el estado de las cosas” a despecho de las consecuencias que ello ha podido representar.. Tenemos suficientes ejemplos en nuestra casa, ya que hemos vivido largos años de dictadura franquista antes de convertirnos en súbditos de la dictadura democrático – monárquica.

La aparición de altos cargos militares y policiales a comienzos del discurso pandémico con discursos de contenido bélico como el pronunciado por el General Villarroya el 20 de Abril, diciendo: «Sí, hoy es viernes en el calendario, pero en estos tiempos de guerra o crisis, todos los días su lunes… Ayer hablé de disciplina en esta rueda de prensa; tengo que felicitar a todos los españoles por la disciplina que están mostrando, todos los ciudadanos comportándose como soldados en este difícil momento… demostremos que somos soldados cada uno en el puesto que nos ha tocado vivir».

Si se considera que estamos en estado de guerra, si se nos considera soldados, el aviso para navegantes es que puede aplicarse la justicia militar a quien no obedezca las órdenes. Así a todos niveles de policías autonómicas o locales, que al parecer tenían de “salvar” la gente matando virus a golpes de metralleta y en caso de no poder, por invisible y fruto de su desmadre mental, hacer recaer todo el peso represivo sobre las personas consideradas enemigas y portadoras del maligno virus. Estas personas eran las que no aceptaban el arresto domiciliario pues no habían cometido ningún delito.

Miles, centenares de miles de multas administrativas, cacheos en medio de la calle, identificaciones indiscriminadas, bueno, indiscriminadas no, pues a los barrios residenciales de la alta burguesía no aparecían los militares, ni los guardias civiles, ni las policías. Cómo es normal en los estados de excepción el enemigo está en los barrios populares, entre la gente trabajadora, considerada la que transmite cualquier mal o puede ser sujeto organizador de protesta colectiva ante los abusos del poder.

Junto a estos organismos militares, también hicieron aparición los paramilitares, figuras características en cualquier golpe de estado, tiempo de guerra, estados de excepción, etc. Estos personajes, escondidos detrás las ventanas de su reclusión, controlaban los movimientos de sus vecinos y daban aviso a las “autoridades competentes” si alguno de estos abría la puerta de su casa y salía a la calle, o si algún otro vecino o vecina volvía a casa con la bolsa de la compra vacía. En tiempo de guerra, a estas personas se los denomina colaboracionistas, confidentes, y no merecen otra cosa que el rechazo social. Se llegó al extremo de dotar “de autoridad” a los guardabosques para que pudieran perseguir, amenazar y denunciar aquellas personas que querían oxigenar sus pulmones bajo una haya, un pino, un roble o una encina.

Auto-represión

Pero, sí que hemos conocido un fenómeno nuevo, con pocas referencias en cuanto a la vida social y política, aunque muy difundido entre las diversas sectas religiosas como acto de contrición o depuración de sus pecados de obra o de pensamiento: la auto-represión.

El hecho nuevo ha estado que ante las órdenes de arresto domiciliario, la inmensa mayoría de la población las ha asumido sumisamente, por el hecho de ser órdenes, no por el conocimiento de los peligros o virtudes de un fragmento de ARN. No tan solo se ha aceptado este arresto, sino que se ha pedido el arresto domiciliario por parte de organizaciones que dicen querer cambiar el mundo y otras que dicen representar la clase obrera, en un paralelismo brutal con el grito de “¡Viva las cadenas!”.

Este lema acuñado por los absolutistas españoles en 1814 cuando, a la vuelta de Fernando VII, se escenificó un recibimiento popular en el cual se desengancharon los caballos de su carroza, y fueron sustituidos por personas que tiraron de ella. Se pretendía justificar con esto la decisión del rey de ignorar la Constitución de 1812 y el resto de la obra legislativa de las Cortes de Cádiz, gobernando como rey absoluto, como le proponían los firmantes del Manifiesto de los Persas. (Manifiesto de los Persas es la denominación por la cual se conoce un documento subscrito el 12 de abril de 1814, a Madrid, por 69 diputados de tendencia absolutista, entre ellos dos catalanes, José Antonio Navás y Cayetano Marimón, definiendo la monarquía absoluta como «una obra de la razón y de la inteligencia… subordinada a la ley divina, a la justicia y a las reglas fundamentales del Estado». El documento sirvió de base al rey para el llamado Decreto de Valencia de 4 de mayo siguiente, que proclamó la restauración absolutista y el retorno al Antiguo Régimen, aboliendo la Constitución y toda la legislación de las Cortes de Cádiz.)

En un ejercicio autodestructivo como personas y como sociedad organizada que ha gritado “Viva la OMS y las vacunas” sin pararse a pensar quién ha promovido la supuesta pandemia, a qué intereses responde, qué objetivo tiene, y sobre todo qué consecuencias se derivarán. En un ejercicio auto-represivo arrastrando voluntariamente la carroza de las multinacionales químico-farmacéuticas y ofreciendo el cuerpo para cualquier experimento biológico dando un consentimiento informado para cualquier prueba, test, o lo que haga falta, dejando en ridículo a los que en 1947 redactaron el Código de Nüremberg para poner freno a los abusos de la experimentación sobre los seres humanos.

En este mismo ejercicio, aceptar vivir con bozal que, tal como reflexiona Jean-Claude Payé en “Coronavirus: Una mutación antropológica”. “El uso obligatorio de la máscara borra el rostro y, por lo tanto, hace que el individuo renuncie a su humanidad. A la «pandemia» de coronavirus, esta obligación elimina la cara. El ocultamiento de la cara es un signo de personalidad alterada. Conduce a una ruptura de la relación del individuo con sus afines, y a una ruptura de las relaciones sociales. El uso de una máscara conduce a un repliegue, un aislamiento que pone en entredicho la noción misma de individuo, puesto que esta noción procede del exterior, en relación con los otros… Refleja la imposibilidad de cualquier relación… El uso de una máscara, como una obliteración de la cara, es por lo tanto la supresión del frente a frente, de la relación con el otro. También es una pérdida de prestigio en relación con el poder. Refleja el fin de la política, de cualquier posibilidad de confrontación.

En efecto, tener un rostro es el que responde, en el registro imaginario, a tener un nombre en el registro simbólico. Tener una cara es convertirse en una persona… El portador de la máscara del «coronavirus» no tiene rostro, así que está excluido del juego de las pretensiones… De forma que el portador de la máscara ya no es una persona, sino que simplemente se convierte en nadie. La pérdida de la cara induce así un paso de la persona a la no persona”

Este gran experimento social a escala mundial, responde a las necesidades del capital para la sustitución de los actuales patrones tecnológicos que, actualmente no puede hacerlo por medio de una guerra convencional de alcance internacional como lo hizo durante el periodo 1914 – 1945 ya que en estos momentos un desencadenante de estas características no serviría para reordenar los sistemas productivos y parar la tendencia decreciente de la tasa de guante, sino que podría significar una destrucción sin precedentes dado el cúmulo de armamento por todas partes. Podemos decir que la auto – represión es el punto culminante de la colaboración y el consenso de la mayoría de la población en los grandes cambios previstos por el capital internacional, ya sea europeo, norteamericano o asiático.

Es hora de reflexionar sobre esto y pasar de la virtualidad a la realidad, de la sumisión a la revuelta. Pasar de ser objetos a ser sujetos de la política, de la economía, de la salud, de la cultura, de la ciencia y de la vida.

comentario

  1. Análisis brillante que jamás se verá en los medios de manipulación de masas. Claro, conciso y sintético. Con antecentes, contexto y argumentos de peso. Para complementar el artículo traigo a colación un texto extraído del libro «Historia del Trabajo Social», cuyo autor es el argentino Ezequiel Ander-Egg, y publicado en el año 1985:
    «Como rasgo político, los Estados contemporáneos se caracterizan por la reducción encubierta de los derechos y libertades civiles, acompañados por una tendencia hacia las democracias controladas mediante el fortalecimiento de los servicios de inteligencia y la policía y el control de la población por medios computerizados, cada vez más sofisticadamente policiales. En este caldo de cultivo se desarrolla fácilmente el fascismo de los burócratas, que justifican su existencia encontrando desestabilizadores del régimen o subversivos que alteran el orden establecido».

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