N.B.
«Desgarro y convivencia», decía Américo Castro sobre las relaciones entre cristianos y judíos (y moros) en la España del Siglo de Oro. El insigne hispanista hablaba, como buen liberal-republicano, de castas y no de clases (que suena más marxista, aunque no fue Marx quien «inventó» ni las clases ni la lucha de clases, pero sí quién las puso de manifiesto como motor de la Historia) en aquella época pues no creía que hubiera habido un feudalismo en Castilla (o en Vascongadas, en la lexicografía de entonces). Es decir, que no hubo conflicto de clases como en otras partes de Europa. Sí había Señores feudales, pero los vasallos, los campesinos, eran libres. Y cuando todo el mundo es libre -castas y clases- no hay, como diría Althusser, un sujeto revolucionario, ¿para qué? La «casta», hoy, son «ellos», la «clase política». Y nosotros somos «la gente», el «personal», dicho en cheli. ¿Clases sociales? Sí, las hay, pero en los libros. ¿Y en la calle? En la calle lo que hay es «gente». No eres obrero, autónomo o pequeño empresario, eres «gente». Ni siquiera «pueblo»: gente.
A partir de ahora hay que contar en Ciencia Política con un nuevo revolucionario concepto: la gente. Y se entiende lo que se quiere decir, pero lo que no se entiende es por qué no se habla de clases sociales. Quizá porque el «casposo» soy yo.