Ya en años anteriores el presidente de los EEUU Richard Nixon predijo que «a donde vaya Brasil irá Sudamérica». Y se cumplió fielmente. El golpe brasileño tuvo unas características muy particulares, ya que los militares establecieron unas condiciones que les permitieron una gran autonomía con respecto a la injerencia de los EEUU en su política interior. Es así como la dictadura militar brasileña se propuso desarrollar el país sobre todo en materia científica y tecnológica, para lo cual permitió que investigadores venidos de los países limítrofes, sobre todo de Argentina y Uruguay, se instalaran y pudieran trabajar con relativa libertad.
El mentor de esa política fue el jefe de la fuerza aérea brasileña brigadier general Silvio Heck. Es decir que «solo se reprimió a aquellos que se debía reprimir». La represión se centró en líderes sociales, campesinos, estudiantiles, culturales; y con ello demostraba la dictadura militar brasileña una actitud mucho más inteligente que sus homólogas vecinas.
Pero el huevo de la serpiente ya estaba puesto y era solo cuestión de tiempo para que eclosionara, y pariera a otra serpiente.
La dictadura militar brasileña comenzó a soltar lastre, y aflojar la represión y de esa manera surgieron gobiernos civiles como el de José Sarney y el de Henrique Cardoso, que obviamente contaron con el apoyo vigilante del ejército,que dio un paso atrás y permitió la «apertura democrática», que posibilitó el triunfo de Lula Da Silva.
La presidencia de Lula significó que muchos de los «farraposos» (harapientos como les llaman las élites de Sao Paulo) salieran de la pobreza y abandonaran los peldaños más bajos de la sociedad. Ese gobierno sacó a 38 millones de brasileños de la miseria y los incorporó a las las clases medias de la sociedad; y ese hecho hizo que sonaran las alarmas.¿Cómo era posible que los farraposos de ayer fueran a los mismos restaurantes, a las mismas escuelas, a las mismas playas y a los mismos cines que nosotros? La «buena sociedad basileña», profundamente racista, no podía permitir ese desmán. Había que impedir como sea que otra vez ganaran los desarrapados, los marginados, los miserables de siempre. Para ellos bastaba con las comparsas del carnaval, la bossa nova y el futbol.
Algo muy parecido a lo ocurrido en Argentina con el triunfo de Macri, donde la clase media dio el gobierno a ese servidor del imperio. Ese es quizá el mayor de los motivos que llevaron al triunfo de Bolsonaro, un oscuro diputado ex militar y conspicuo fascista, que ocupará el palacio de Planalto sede de la presidencia de Brasil. Esta vez el ejército brasileño, que había jugado la carta nacionalista aunque «ma non tropo» en 1964, prefirió la entrega del país al imperio con tal de que los farraposos no salgan del lugar donde deben estar. Pero esto tiene los pies de barro; y con la pérdida de la cámara de representantes por parte de Trump; el mentor de Bolsonaro, este último quedará colgado de la brocha, y su gobierno pasará con pena y sin gloria.