Sullivan afirmó que Washington no toleraría “llamamientos a la secesión” o la “creación de una tercera entidad”. Se trata de un acto puro y simple de desestabilización de una región tan delicada como los Balcanes.
A la política del imperialismo hay que añadir el acuerdo del gobierno mafioso de Kosovo para crear sus propias fuerzas armadas, desafiando el derecho internacional.
Nadie podrá decir luego que, desde hace décadas, el combustible no está dispuesto para detonar a la más mínima provocación.
Bosnia-Herzegovina es otro de esos Estados fabricados por el imperialismo tras el desmantelamiento de la URSS cuya situación es aún más frágil que la de Kosovo. Es un país fragmentado en comunidades bosnias, serbias y croatas, que representan aproximadamente el 50, el 30 y 15 por ciento de la población respectivamente. El resto está formado por ciudadanos de orígenes muy diferentes.
Estas comunidades difieren en la escritura, cirílica o latina, y en la fe, musulmana, católica u ortodoxa. Este mosaico es tanto más delicado cuanto porque está separado por años de guerra nacional y, en particular, por el reciente conflicto entre la primavera de 1992 y finales de 1995. Tres años de guerra, 100.000 muertos y crímenes de guerra en juego.
Los acuerdos de Dayton firmados hace veintitrés años, el 14 de diciembre de 1995, pusieron fin a los disparos pero no trajeron la paz. Desde la liquidación de Yugoeslavia la paz es imposible. Basta con mirar el mapa del país, trazado durante el armisticio, que refleja, en mayor o menor medida, las posiciones respectivas de los combatientes en el momento del cese de las hostilidades, para convencerse de ello.
Bosnia-Herzegovina está dividida en tres partes: la Federación de Bosnia y Herzegovina, la República serbia de Bosnia, más conocida como la República Srpska, y el Distrito de Brcko, una zona totalmente artificial desde un punto de vista histórico, pero cuya constitución tiene por objeto poner fin a las disputas entre serbios y bosnios por el control de este territorio estratégicamente situado.
Una división enrevesada que evoca la de las fronteras entre Armenia y Azerbaiyán. Los mismos enclaves en el corazón de la comunidad contraria, los mismos corredores que separan a las mismas personas.
La separación no calmó a nadie. Los odios siguen vivos. Tanto más cuanto que la guerra fue la ocasión de una radicalización de todos los beligerantes. La afluencia de yihadistas a Bosnia ha llevado el wahabismo a la región. De los 1.700.000 musulmanes bosnios, al menos 300 se han alistado en las filas del Califato Islámico. Bosnia-Herzegovina es un refugio para el yihadismo en el corazón de Europa y, naturalmente, un motivo de preocupación para sus vecinos.
Querer incorporar este rompecabezas nacional y religioso en la OTAN es consecuencia de un delirio. Los criminales de la OTAN, encabezados por Javer Solana, un jefecillo del PSOE, bombardearon a los serbios de la República Srpska y luego a Serbia.
La pertenencia de Bosnia-Herzegovina a la OTAN es otra provocación más dirigida contra Serbia e, indirectamente, contra Rusia. La región está a la espera del próximo incendio y no faltan voluntarios para acercar la mecha al polvorín. Se calcula que en los Balcanes circulan entre tres y seis millones de armas pequeñas y ligeras.
Fue en Sarajevo donde estalló la Primera Guerra Mundial, cuyo centenario se conmemoró a finales del mes pasado. En la confluencia de los mundos ortodoxo, católico y musulmán, de las zonas de influencia estadounidense, rusa y europea, todos los ingredientes están reunidos a la espera de una nueva explosión.
¿Para cuándo un post en el que se hable desde un punto marxista de la crisis demográfica y de la decadencia del proletariado? Nadie habla de lo más importante.