Los problemas se le acumulan a Bélgica. No resuelve ninguno de ellos y se van amontonando encima de la mesa, que es el peor síntoma de una crisis muy profunda. Primero, el gobierno está presionado por Europa para que se apodere del dinero que Rusia tenía guardado en un banco, lo cual es una fuente de problemas, tanto si participa en el atraco como si no lo hace.
Segundo, el gobierno es un laberinto de 5 partidos que no tienen nada en común y que se han puesto de acuerdo sólo porque alguien tiene que participar en las ceremonias oficiales y diplomáticas.
Tercero, la semana pasada los trabajadores y pensionistas salieron a la calle durante tres días seguidos. Es la mayor movilización en Bélgica desde la “huelga del siglo” en el invierno de 1960 a 1961.
Hace años que en Bélgica los sindicatos convocan huelgas y manifestaciones a regañadientes. Ellos forman parte de la crisis, una crisis dentro de otra crisis. En repetidas ocasiones las camarillas sindicales han pedido al Primer Ministro que les reciba, pero no se ha dignado a contestarles. No les queda más remedio que ponerse las pilas porque la situación laboral es cada vez más penosa.
Llueve sobre mojado. La semana pasada estalló un episodio de movilizaciones que sigue a 11 meses de luchas obreras, o sea, que los trabajadores pasan más tiempo en la calle que en el tajo, lo cual también es muy peligroso.
Todo va a más. La huelga de la semana pasada contó con mayor apoyo y fue más larga que la del 31 de marzo, tras la gran manifestación que reunió a unos 140.000 trabajadores en Bruselas el 24 de septiembre.
El gobierno aprovechó las tres jornadas para asustar a los parlamentarios, que acabaron tragando con los presupuestos. “O yo o el caos”, vino a decirles el lunes el Primer Ministro, Bart De Wever, que ha promovido un espejismo: la coalición de gobierno se consolida en medio de la tempestad.
Pero no todos pasaron por el aro, por lo que la crisis interna se ha profundizado. De Wever no se esconde y confirma que su partido NVA es “la oficina de investigación de los empresarios flamencos”. Como en los demás países europeos, en Bélgica no hay otra política que la austeridad presupuestaria, los recortes y el sacrificio de millones de trabajadores.
No obstante, las huelgas y manifestaciones no son más que un alto en el camino porque el gobierno no se da por enterado. Ya cuentan con los gritos y las pancartas en la calle. El movimiento obrero tendrá que dar un paso más, que sólo puede ser político, es decir, que tiene que tener en cuenta el contexto de guerra que vive Europa.
La huelga general en Bélgica de 1960 a 1961

Bélgica tiene una larga trayectoria de luchas obreras. Hace sesenta años, 35 días de paros y movilizaciones sacudieron al país de arriba abajo. Ha pasado a la historia como la “huelga del siglo” y no fue solo una movilización sindical. Fue una auténtica rebelión, una prueba de fuerza política, a veces insurreccional, entre la clase obrera, por un lado, y el capital, el Estado y la Iglesia católica, por el otro.
Sólo habían pasado 15 años del final de la Segunda Guerra Mundial. Hasta entonces las huelgas generales habían estado dominadas por la adquisición o salvaguarda de los derechos y libertades democráticos (1893, 1902, 1913, 1950) o por exigencias sociales inmediatas (el verano de 1936: el día de ocho horas, vacaciones pagadas, etc.). La huelga de 1960-1961 fue mucho más allá. En un discurso pronunciado durante la huelga, el secretario general del sindicato FGTB (Federación Nacionnal de Trabajadores de Bélgica), André Renard, declaró que “a partir de hoy, las palabras revolución e insurgencia tendrán un sentido práctico para nosotros”.
La huelga estalló y avanzó de una manera muy espontánea y desde el principio tuvo un carácter político, que apuntaba hacia la conquista de reformas estructurales de las relaciones de producción capitalistas. Uno de los grandes pilares de la reacción era el monarca Leopoldo III, amigo de Hitler, que había encontrado una enorme oposición en el país para recuperar su cargo tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Los trabajadores percibían el regreso del rey Leopoldo 3 como un intento de volver a la situación anterión a la guerra.
La Iglesia católica era otro pilar. Durante su discurso de Navidad, su máximo dirigente, el cardenal Van Roey, condenó la huelga como contraria a la “moral cristiana”. Durante la huelga, por medio de sus sindicatos amarillos, se esforzó por enfrentar a los trabajadores valones de los flamencos.
El ministro de Obras Públicas, Homer Van Odenhove, dijo por la radio: “Esta noche me limitaré a llamar su atención [a los obreros] sobre el inmenso daño que estas insensatas huelgas políticas están causando no solo al país, sino también a ustedes mismos y a sus seres queridos”. Este topo de mensajes se sucedían en los medios de comunicación.
Pero una batala no se gana con palabras. El gobierno organizo un fantástico despliegue de la gendarmería (18.000 efectivos) para proteger la centros vitales, desmantelar los piquetes y proteger a los esquiroles. El ejército movilizó de 12 a 15.000 soldados para mantener la infraestructura industrial, puentes, oficinas de correos, telégrafos, etc.
Desde las primeras semanas de huelga, el país quedó paralizado. El gobiernop erdió el control de la situación muy rápidamente. En muchos lugares, especialmente en Valonia, los comités de huelga se encargaron de organizar el transporte y regular la vida Social. Ningún coche, motocicleta o camión podía circular sin la autorización de los comités de trabajadores y de barrio.
En el apogeo de la huelga, después de dos semanas de paros, millones de trabajadores estaban en la calle. El centro de gravedad siempre estuvo en las cuencas industriales de Valonia, especialmente el Borinage que quedó aislado por las barricadas. El acceso se hizo imposible. Nuevas huelgas condujeron al cierre de las minas de carbón de Borinage (*).
Durante un corto período de tiempo, se celebraron hasta 300 manifestaciones en el país, masivas la mayor parte de ellas. Se cometieron 3.750 sabotajes, a menudo para evitar que los esquiroles reventaran los paros. En los combates contra la policía cuatro manifestantes perdieron la vida.
La huelga general cambió Bélgica para siempre. El gobierno cayó y, recientemente, no por casualidad, la prensa volvió a recordar la “batalla del siglo” para decir que más vale ceder un poco que perderlo todo. En 1960 los trabajadores belgas saltaron en contra de los planes de austeridad del gobierno (“ley única”), exactamente igual que ahora.
(*) El nombre de esta cuenca minera belga deriva de “bore”, que significa “pozo” o “yacimiento” en el dialecto local. Los habitantes de la cuenca se llaman “borains”. Formaba parte de un cinturón (“Sillon industriel”) que fue la cuna de la revolución industrial belga. Pero en 1948, la región valona, típicamente obrera, se benefició mucho menos del Plan Marshall que la flamenca. El cierre de las minas de carbón fue la puntilla para una región ahora pobre y deprimida.