No se trata de cambiar la prostitución, ni mucho menos de acabar con ella, sino de algo más sencillo: de decirles a los periodistas la manera en que deben escribir al respecto y, por extensión, a los espectadores, que hablamos de las cosas lo mismo que hablan los medios de comunicación, es decir, de una manera ridícula.
A través de un ayuntamiento, los cretinos de Podemos se permiten el lujo de indicar el lenguaje en el que debemos aludir a la prostitución y es posible que con el tiempo redacten otro para que sepamos cómo debemos referirnos a la gastronomía.
Está claro que hablar acerca de las cosas, de una manera o de otra, no ayuda a cambiarlas, sobre todo si lo que se trata es -como en este caso- de utilizar eufemismos y circunloquios que esconden el problema, lo mixtifican y caen en el ridículo de llamar “trabajadoras del sexo” a las prostitutas, mientras que consideran correcto llamar “puteros” a los clientes.
Si el ayuntamiento de Madrid se ha metido en un berenjenal como éste es por la propia ideología y la naturaleza de clase de Podemos, que recluta a sus adeptos en esa ciénaga a la que llaman “movimientos sociales”, que causan estragos allá donde llegan con su batiburrillo sobre género, homosexualidad, LGTB y demás taras propias del radicalismo pequeño burgués que hoy se han convertido en las etiquetas que visten y desvisten a cualquiera de modernidad y progresismo.
Hasta la era moderna, en las batallas políticas la trinchera estaba en la explotación (“la lucha de clases es el motor de la historia”); ahora todo gira en torno al sexo o, mejor dicho, a eso que las universidades estadounidenses llaman “género”, aunque al hablar de prostitución podemos fusionar ambos e introducir el término “explotación sexual” o bien “trabajo sexual”, con lo que la pequeña burguesía cree matar dos pájaros de un tiro.
Los colectivos que se atribuyen la representación de quienes están discriminados por razones de género o condición sexual, son el cáncer de estos tiempos, una verdadera plaga, lo cual es lógico por dos motivos fundamentales. El primero es que este tipo de “movimientos”, típicos de los países que se creen el ombligo del mundo, son consecuencia de la ideología imperialista que fabrican las facultades de sociología de Estados Unidos. El segundo es que están bajo los efectos de una sobredosis, tanto de subvenciones públicas como de representación en los medios de comunicación.
Pero si la guía municipal es basura, la contestación de dos colectivos de “trabajadoras del sexo”, Hetaira y Afemtras (Agrupación Feminista de Trabajadoras del Sexo), no le queda a la zaga, aunque en un punto tienen razón: todo debe empezar por llamar a las cosas por su nombre y dejarse de eufemismos. Una fontanera es una fontanera, no una mujer en situación de fontanería, afirman con razón.
Este argumento conduce a otro en el que también tienen razón Hetaira y Afemtras: si -como dice la guía- el 90 por ciento de “trabajadoras sexuales” están bajo el control de redes de trata de personas (lo cual es una falsedad inventada por la policía), entonces es porque hemos entrado en un terreno muy diferente, más cercano a la esclavitud que, en el terreno legal, constituye un delito.
A partir de ahí, la posición de Hetaira y Afemtras es la del individualismo burgués de toda la vida, la de que “cada cual hace con su cuerpo lo que le da la gana” y que la prostitución es una profesión como cualquier otra, por lo que se debe legalizar y reglamentar, pagar el IVA y tener derecho a la jubilación. No es muy diferente de quienes se justifican afirmando que un carcelero también es otro trabajador, como cualquier otro, y cosas parecidas.
Finalmente, a la pequeña burguesía siempre le queda el recurso de sacar el ventilador y volver el argumento contra la clase obrera afirmando que todos nos prostituimos, que la sociedad capitalista es esa gran puta que por dinero realiza trabajos que no quiere, que repudia o que son infames.
De ahí que tanto Iglesias como Errejón apoyen a Apricot, una empresa capitalista dedicada a los prostíbulos y la pornografía que el mes que viene organizará en Barcelona una feria titulada “Salón Erótico de Barcelona”.
La intelectualidad burguesa tiene un repertorio muy amplio y variado de explicaciones rebuscadas. Para eso les subvencionan… entre otros los propios ayuntamientos (pero también la industria de la prostitución y la pornografía).
En primer término, y respecto al uso de eufemismo, considero que, un análisis un poco más extenso nos obliga a considerar la prostitución como una violación normalizada. Una violación que hace del dinero su símbolo de consenso.
El primero que a efectos ideológicos debería resultarnos macabro es la imagen promocionada de la Puta-Satisfecha (esa Puta-Feliz que confunde sumisión con emancipación). El deseo de la puta es un anatema, con la filtración del dinero en la relación Puta-cliente el cliente tiene el monopolio del goce del mismo modo que un empresario controla la fuerza de trabajo de un obrero. Por ese motivo la Puta-Satisfecha no solo no existe, además, aparece como imagen de un nuevo modelo de trabajadora: una mujer orgullosa de su condición de esclava. Las intenciones ideológicas que hay detrás de la construcción de una identidad como la de la Puta-Satisfecha (oxímoron inasible) solo pueden fomentar una mayor perversión en la que el objeto de consumo se funde con la fuerza de trabajo, y eso no solo afecta a los trabajos sexuales, también afecta a todo el paradigma laboral. Lo que se impone con la imagen de la Puta-Satisfecha es la necesidad de que cualquier trabajador o trabajadora asuma con simpatía los grados más perversos de humillación y sometimiento. El hecho de que aparezca esta nueva figura ficticia desdibuja las franjas que delimitan el trabajo sexual de aquel que no lo es. Ahora, a las trabajadoras de cualquier cosa no se nos exigirá que seamos Putas, pero sí que lo parezcamos, que nos acerquemos lo más posible al modelo de autoexplotación que se destila de la sumisa feliz, aquella que lucha para reforzar las cadenas que le atan, y que lo hagamos con una sonrisa, que además de sumisas debamos estar contentas de serlo. Llegados a ese extremo una ya no sabe qué es peor, si ser puta o tener que parecerlo para poder conservar su puesto de trabajo.
Ni que decir tiene que, en cuanto más grande se hace el imaginario de la Puta-feliz más silenciada aparece la imagen de la puta real. En Barcelona las putas son africanas y además ladronas, están en la calle compartiendo espacio con el resto (porque yo también soy susceptible de ser Puta en cualquier momento). Mis compañeras, además de Putas son ladronas, dejarse violar no les aporta beneficios suficientes para paliar la miseria material en la que viven. Puesto que el estado no solo no hace frente al problema si no que además lo refuerza ideológicamente (nadie habla de la explotación sexual en el trabajo como una forma de acceder a él). Algunas nos planteamos la posibilidad de un momento en el que seamos nosotras quienes, como guerrilla, sí pongamos fin al abuso y la esclavitud.
Algunas teóricas que ayudan a construir el imaginario ficticio de la Puta-Satisfecha son abanderadas en las universidades de España como feministas de vanguardia (Judith Butler, Elizabeth Pisani o Beatriz Preciado). Frente al discurso hegemónico se impone el texto de María Galindo y Sonia Sánchez, Ninguna Mujer nace para Puta, sobre los beneficios que el estado obtiene de la esclavitud femenina (a ellas se debe la noción de estado-proxeneta). Contra todas aquellas seducidas por la imagen de una mujer en constante consonancia con los dictados del capital recomiendo Primeros materiales sobre una teoría de la Jovencita, de Tiqqun.
No hace falta hablar de proxenetas (amenazas, muertes, embarazos forzados, de el “por qué no sonríes”, etc.) tampoco de la suerte que tienen algunas celebridades políticas de salir a la calle y no temer por su vida. Solo añadir que, si el paradigma de la Puta cambia, cambia a su vez el paradigma completo del trabajo (y eso nos afecta a todos los que pertenecemos a una clase en la que la prostitución, lamentablemente, es una opción entre otras).