Helicóptero EH-101 operando en Malvinas |
Por Diego Herchhoren
Un mensaje de WhatsApp enviado el 4 de noviembre por el suboficial segundo Roberto Daniel Medina a su hermana decía: «El lunes nos buscaba un helicóptero inglés y ayer los chilenos. Hay mucho movimiento allá«. De acuerdo a la información hecha pública por la Armada Argentina, el mensaje había sido enviado desde las proximidades de la capital de Tierra del Fuego, el territorio más meridional de Argentina, tras un breve paso del submarino por el archipiélago de Malvinas.
El ARA San Juan es uno de esos casos de extraña autonomía que las Fuerzas Armadas argentinas han mantenido a pesar del proceso de desmalvinización, sobre todo, en materia nuclear. Su encargo fue ordenado en 1974 por el gobierno de Isabel Perón, respondiendo así a las demandas de un sector del Ejército que, si bien coincidía con los EEUU en su visceral anticomunismo, veía con recelo el intervencionismo o la sumisión que esto podía tener de cara al futuro. Su nuclearización fue un proyecto desarrollado en la década de 1980, durante la presidencia de Raúl Alfonsín, pero abortado por problemas presupuestarios, y reanudado en 2010 bajo el mandato de Cristina Kirchner.
Un desarrollo a espaldas de EEUU
Al igual que ocurriera en el año 2000 con el submarino nuclear ruso Kursk, del que años después se supo gracias a las revelaciones del ex oficial del ejército ruso Dimitri Khalezov que portaba cabezas nucleares y que fue abatido, la nuclearización de un submarino argentino ha sido un evidente riesgo militar para las fuerzas armadas británicas en el archipiélago de Malvinas, que en 2010 sumaban esta amenaza a otro proyecto militar similar anunciado en 2009 por Brasil.
Si bien sendos anuncios se hacían «bajo respeto» del Tratado de No Proliferación Nuclear, es lógico que esta forma de propulsión puede tener utilidades más que obvias en la industria armamentística. Esta hipótesis de conflicto ya fue planteada en 2014 cuando la propia Cristina Kirchner declaró que Malvinas es «la base nuclear de la OTAN en el Atlántico Sur«, en referencia a las cabezas nucleares instaladas por la Royal Air Force en la Base de Monte Agradable, ubicada en Puerto Argentino (Port Stanley, según la denominación británica).
Y es que esta opción argentina por la nuclearización de su armada rompía con uno de los compromisos históricos asumidos en la década de 1990 por el entonces presidente Carlos Ménem. Uno de los incidentes diplomáticos protagonizados por Argentina en esta materia ocurrió precisamente en 2006.
Uno de los científicos más prestigiosos del país, Conrado Varotto, director desde 1994 de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), puso especial empeño en la construcción de un cohete. De acuerdo a su criterio, con un cohete nacional, la Argentina podría poner en órbita sus propios satélites sin tener que alquilar cohetes extranjeros lanzados desde plataformas en el exterior. Esto es, sin depender de las prioridades, disponibilidades y precios de terceros países. Según el periodista Santiago O’Donnell, autor del libro Politileaks, sólo ocho países en el mundo podían hacer eso, y Varotto quería que la Argentina ingresara en ese club selecto.
No es baladí recordar que la tecnología que usa un cohete para transportar un satélite es prácticamente la misma que utiliza para llevar una bomba. En términos prácticos, un cohete satelital es casi lo mismo que un misil. Y la Argentina les había prometido a los Estados Unidos que no iba a construir más tecnología para misiles. Por lo tanto, había prometido que no iba a desarrollar cohetes.
La promesa argentina de no hacer cohetes “por un tiempo razonable” data de principios de la década de 1990, época de las llamadas “relaciones carnales” del gobierno de Carlos Menem con los EEUU, poco antes de que Varotto se hiciera cargo de la CONAE. En ese momento, la Argentina venía de desmantelar el proyecto Cóndor, una colaboración con Irak y Egipto iniciada después de la guerra de las Malvinas para desarrollar un misil de largo alcance. A cambio del desmantelamiento, la Argentina había sido premiada con el título de “aliado extra OTAN”. Sin embargo y a pesar de las dificultades internas y externas, desde el año 2009, militares argentinos trabajan abiertamente en la fabricación de un misil de largo alcance, algo que ha despertado enormes recelos tanto en EEUU como en Gran Bretaña. Uno de los cables de la Embajada de EEUU en Buenos Aires así lo reflejaba:
En la década de 1980, principios de 1990, la Argentina participó activamente en el desarrollo del programa de misiles balísticos Cóndor, que claramente tenía la intención de producir misiles militares MTCR Categoría I, incluso para exportar a Egipto e Irak. (Nota: Un sistema de misiles MTCR Categoría I es el que puede transportar una carga útil de por lo menos 500 kg a un alcance al menos de 300 kilómetros. Fin de la nota.) El programa Cóndor generaba una grave preocupación de proliferación de misiles y un factor irritante importante en nuestra relación bilateral. Esa situación se vio agravada por los intentos de la Argentina de camuflar —y por lo tanto mantener— el programa Cóndor llamándolo un SLV (cohete espacial). El programa de SLV y los misiles balísticos son casi idénticos en diseño, fabricación y funcionamiento. Sus tecnologías son esencialmente intercambiables, y prácticamente no hay tecnologías que apoyan el desarrollo SLV que no faciliten también el desarrollo de misiles balísticos. Cualquier cohete capaz de poner en órbita un satélite también es, por definición, un MTCR Categoría I. También es intrínsecamente capaz de transportar armas de destrucción masiva (WMD) contra objetivos en tierra, y muchos países han cargado con armamento los mismos cohetes que usaron para lanzar satélites.
Y los avances en el desarrollo militar de alta tecnología han sido una evidente fuente de preocupación, hasta el punto de ordenarse meses atrás de la desaparición de ARA San Juan la compra de un escudo antimisiles para el archipiélago. Y evidentemente, la hipótesis de conflicto asumida por el gobierno británico para tomar esta decisión es que su ejército debe defenderse con esta herramienta de misiles de corto y medio alcance como los que está desarrollando de manera sigilosa los centros de transferencia de tecnología militar de Argentina.
Un extraño ejercicio y un premonitorio pedido de Macri al Congreso
Según el portal web El Destape, Mauricio Macri y su ministro de Defensa pidieron permiso al Senado
–hace tan sólo tres meses– para realizar un simulacro con un submarino
tipo ARA San Juan “posado en el fondo del mar” e “imposibilitado de
salir a la superficie”. Este pedido fue rechazado por la Cámara de Diputados.
El expediente con la solicitud, que lleva las firmas del Presidente y
Oscar Aguad, ingresó al Senado el 25 de julio pasado. Pero incluso más atrás, el ARA San Juan había participado en 2016 de un ejercicio de guerra antisubmarina donde el mismo iba a ser el objetivo de un ataque de adiestramiento de unidades aeronavales.
Oscar Aguad, ingresó al Senado el 25 de julio pasado. Pero incluso más atrás, el ARA San Juan había participado en 2016 de un ejercicio de guerra antisubmarina donde el mismo iba a ser el objetivo de un ataque de adiestramiento de unidades aeronavales.
Con todo ello, el más inquietante de todos estos operativos en los que se involucraba el ARA San Juan es el llamado Operativo Cormorán, un ejercicio multimodal en el que participaban tropas de EEUU, Inglaterra y Argentina que también fue rechazado por la Cámara de Diputados, que tiene mayoría opositora, ya que los términos del citado operativo eran en la práctica un simulacro de invasión de fuerzas extranjeras.
En cualquier caso, no es la primera vez en la historia que los simulacros de catástrofes son la mejor de las coberturas para una catástrofe de verdad, que en este caso ha supuesto la desaparición de 44 personas sin que haya quedado un solo trozo de chapa, ropa o aceite que pueda rescatarse.