Friedrich Merz pasó de dirigir el fondo buitre BlackRock a dirigir la cancillería alemana, sin otro programa que el rearme, la militarización y el atlantismo que, en los tiempos que corren, no es más que el taparrabos de las provocaciones contra Rusia.
Se acabó la Ostpolitik y los intentos de mejorar las relaciones con Moscú. Ahora el símbolo de los nuevos tiempos es la voladura del Nord Stream. Pero hubo un tiempo en el que Berlín creyó de que la estabilidad política y la paz en Europa podían lograrse mediante el fortalecimiento de los lazos económicos y la negociación con Moscú. Con Merz y otros como él, el Nord Stream nunca será reparado.
Estados Unidos, que convirtió la Ostpolitik en un escándalo internacional, se ha salido con la suya. Alemania sigue claudicando. En 2022, tras el inicio de la Guerra de Ucrania, Olaf Scholz habló de la “Zeitenwende”: el comienzo de una nueva era que, sin embargo, se parece mucho a las anteriores.
Merz ha hecho del rearme y la militarización la piedra angular de su mandato, el plan más ambicioso desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Scholz prometió un gasto militar del 2 por cien, que nunca alcanzó, Merz llega con otra promesa el 3,5 por cien del PIB para 2029 y el 5 por cien para los años siguientes.
Las previsiones de gasto militar representan casi la mitad del presupuesto federal. Para lograrlo, Merz quiere cambiar la Constitución, que desde 2009, dos años antes que España, pone freno al endeudamiento. Eso sí que es una auténtica “Zeitenwende”. En 15 años los países europeos han pasado de preocuparse por la deuda a preocuparse por lo contrario. Si el problema es la Constitución, se cambia por otra y pasamos a otro asunto del orden del día.
Pero Scholz no cambió nada y a Merz le ocurrirá lo mismo. Como en cualquier otro país, los políticos alemanes ocupan su cargo por las promesas que hacen, no por las que cumplen.
El 19 de mayo el general Carsten Breuer publicó un plan integral para el Bundeswehr, donde Rusia aparece como un “riesgo existencial” y habla de unos supuestos preparativos del Kremlin para una guerra a gran escala con la OTAN “para finales de la década”. Por lo tanto, el objetivo del Bundeswehr es alcanzar la plena disponibilidad operativa para 2029. Si los rusos quien acabar con Alemania, no deberían esperar; deberían atacar ahora, cuando el Bundeswehr no tiene ni uniformes para vestir a sus tropas.
Las prioridades incluyen equipar y digitalizar todas las unidades, reintroducir el servicio militar obligatorio, desarrollar defensas antidrones y antimisiles, fortalecer las capacidades ofensivas de guerra cibernética y electrónica, e incluso desarrollar sistemas de defensa espaciales.
El plan también exige fortalecer la participación de Alemania en el arsenal nuclear de la OTAN, lo que debería alertar a una OIEA, algo imposible en un organismo que es incapaz de mirar más allá de Irán.
Otro aspecto es ampliar la capacidad de ataque de largo alcance. Alemania invertirá 5.000 millones de euros para la coproducción de misiles de largo alcance en territorio ucraniano, utilizando tecnología alemana. De forma provocativa, Merz ha declarado que las armas suministradas por Occidente a Ucrania ya no están sujetas a restricciones de alcance. “Ucrania ahora puede defenderse atacando objetivos militares en Rusia”, declaró, dando así luz verde a los ataques en territorio ruso con armas occidentales.
La movilización debe ser total
Durante gran parte de la posguerra, Alemania se caracterizó por el “Zivilmacht” (poder civil). No era solo una política, sino un compromiso moral forjado a partir de las cenizas del III Reich. La Bundeswehr era un “ejército parlamentario” anclado en instituciones multilaterales, como la OTAN, diseñadas para limitar el patrioterismo.
Aquí es donde se ha producido otra “Zeitenwende”. El rearme va a ir acompañado de una movilización total. No solo el ejército debe estar preparado para la guerra con Rusia, sino también a toda la economía y la infraestructura civil. Los medios de comunicación, la educación, la política industrial y la defensa civil se deben alinear gradualmente con los planes bélicos. La disidencia (política, periodística, académica) se estigmatizará cada vez más como una amenaza a la seguridad nacional.
Esta es la parte imposible del plan. La OTAN ha pedido a Berlín que cree siete nuevas brigadas, lo que requeriría 60.000 soldados adicionales, un objetivo que incluso el ministro de Defensa, Boris Pistorius, considera utópico. Como hemos expuesto en entradas anteriores, el Bundeswehr no encuentra suficientes reclutas para desatar una guerra contra Rusia. Le faltan 30.000 hombres, y uno de cada cuatro reclutas abandona el ejército en seis meses.
Por el momento, el reclutamiento forzoso está descartado, no por falta de voluntad, sino por su imposibilidad logística. “Carecemos de las instalaciones necesarias, ni en cuarteles ni en entrenamiento”, declaró ante el Parlamento. Sin embargo, sugirió que esta sería solo una fase de transición, siempre que el ejército encuentre suficientes voluntarios.
Pero el verdadero obstáculo no es logístico. Una encuesta reveló que el 63 por cien de los alemanes de entre 18 y 29 años se opone al reclutamiento; solo el 19 por cien lucharía si Alemania fuera atacada. El apoyo es mucho mayor entre los mayores de 60 años, lejos de la edad de reclutamiento. Esta brecha generacional refleja realidades muy diferentes.
No se trata de patriotismo sino de que el Estado alemán ya ha recortado tanto sus prestaciones sociales, que tiene muy poco que ofrecer. Por su parte, los reclutas no tienen nada y no ven nada que merezca la pena defender hasta el punto de sacrificar la vida.
Es posible que, gracias al rearme, el ejército alemán esté muy bien equipado pero no tenga nadie para apretar el gatillo.
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