En la reciente cumbre de Washington la OTAN ha aprobado el despliegue de misiles de largo alcance con capacidad nuclear en Alemania para 2026. Es una reedición de la crisis de los euromisiles de 1979-1983, un golpe mortal al Tratado INF y una amenaza libre a los rusos.
El principal peligro asociado con el despliegue de sistemas de ataque de largo alcance en Europa Central es su corta duración de vuelo. En la década de los ochenta, cuando Estados Unidos desplegó por primera vez misiles de crucero Pershing y Tomahawk con ojivas nucleares en Alemania occidental, aumentó significativamente los riesgos de una guerra termonuclear con la URSS. Con un tiempo de vuelo a Moscú de entre seis y once minutos, los soviéticos tendrían sólo unos minutos para identificar, analizar y responder a un ataque enemigo, lo que aumentaría significativamente las tensiones y los riesgos de una escalada accidental e irreversible.
Cuarenta años después los riesgos se han multiplicado. La OTAN exacerba las tensiones con Moscú al expandir armas nucleares a las fronteras orientales y librar una guerra total contra Rusia en Ucrania. Además, instala un escudo antimisiles balísticos en Ucrania, Polonia y Rumania.
La previsión de la OTAN es desplegar el misil de crucero “Tomahawk”, con un alcance de hasta 3.500 kilómetros, misiles de defensa aérea adaptados para ataque ofensivo SM-6, con un alcance de 400 kilómetros, y un “misil hipersónico” del que no han proporcionado más detalles por razones obvias: porque aún no han sido capaces de fabricar ninguno.
La mención de los “misiles hipersónicos” muestra que Estados Unidos juega de farol, pero todos saben sus trampas. No van a poder desplegar un misil de ese tipo antes de 2026 porque ninguno ha completado con éxito las pruebas preliminares después de varios años de trabajo.
La manera de ser y estar en Europa es la guerra
El despliegue de tales misiles, tanto los verdaderos como los fantasmagóricos, va más allá de la Guerra de Ucrania y replantea la cuestión del rearme y la guerra en el Viejo Continente. Como siempre desde hace más de un siglo, en el centro está Alemania, un actor clave al que ya le volaron el gasoducto Nord Stream en setiembre de 2022. Pero no aprendió la lección y toma medidas sin precedentes para prepararse para un escenario que alguna vez fue impensable.
Recientemente el ejército alemán confirmó la existencia de un plan denominado “Plan de Operaciones Alemania” (OPLAN DEU) para transformar el país en un verdadero centro logístico capaz de acoger y desplegar rápidamente fuerzas masivas de la OTAN.
La magnitud del operativo es asombrosa. Se habla de la posibilidad de movilizar hasta 800.000 soldados y 200.000 vehículos en caso de guerra contra Rusia.
La movilización alemana es parte de un esfuerzo más amplio de la OTAN. Durante mucho tiempo Alemania ha sido criticada por un insuficiente gasto militar, pero ahora ha dado un giro de 180 grados, descrito como un “Zeitenwende” (punto de inflexión histórico) por el Canciller Olaf Scholz.
La A2, una autopista de 480 kilómetros que cruza Alemania de oeste a este, se transforma en un gigantesco convoy militar. Pero es sólo un elemento de una red compleja: puertos, carreteras secundarias y diversas infraestructuras están integradas en una estrategia general de guerra.
El puente del Elba en Magdeburgo vuelve a ser una infraestructura crítica para la OTAN.
Sin embargo, estas ambiciones enfrentan desafíos concretos. En anteriores entradas hemos expuesto las dificultades para el reclutamiento de tropas, tanto en Alemania como en el resto de Europa.
La preparación alemana se extiende mucho más allá de sus fronteras. Es parte de una vasta red de “corredores terrestres” diseñados por la OTAN para entregar rápidamente refuerzos estadounidenses a posibles campos de batalla en Europa oriental. Desde Rotterdam hasta el Mar Negro, pasando por Italia y los Balcanes, estas rutas estratégicas configuran la nueva geografía militar del continente.