El pasado 22 de junio el movimiento pacifista alemán convocó un mitin en Berlín por el aniversario de la invasión nazi de la Unión Soviética en 1941. Entre otros, tomó la palabra Heinrich Bücker para pedir que Alemania mantuviera buenas relaciones con Rusia.
En plena Guerra de Ucrania, no era el mejor momento para ese tipo de reivindicaciones. Un tribunal le ha condenado por “aprobar el crimen de invasión de Rusia”.
Ningún alemán tuvo nunca que sentarse en el banquillo de los acusados por aprobar las invasiones estadounidenses de Vietnam, Irak o Afganistán, y mucho menos el bombardeo de Serbia en 1999, en el que el gobierno alemán participó con entusiasmo.
El 25 de febrero 50.000 personas se congregaron otra vez en Berlín en el “Levantamiento por la paz” (Aufstand für Frieden), convocado por iniciativa de dos mujeres, la antigua dirigente del partido Die Linke Sara Wagenknecht y la veterana escritora y editora feminista Alice Schwartzer.
Más de medio millón de personas firmaron el “Manifiesto por la Paz” pidiendo al Canciller Scholz que detenga las entregas de armas a Ucrania, trabaje por un alto el fuego e inicie negociaciones entre ambas partes. Los organizadores pidieron la reconstrucción del movimiento alemán por la paz, siguiendo el modelo del movimiento antinuclear de los años ochenta.
Putin quiere restaurar la URSS (según dice la policía alemana)
Según la policía, “la seguridad pública estaba en peligro inminente” a causa de la manifestación. “La aprobación de la guerra de agresión contra el derecho internacional, que la Federación Rusa está llevando a cabo actualmente contra Ucrania” era un delito. Esa aprobación se puede expresar de muchas maneras, no sólo con palabras, sino también con signos y símbolos, en particular, la exhibición de la letra “Z” era delito.
Mientras los manifestantes se concentraban para iniciar la marcha, uno de los convocantes subió a la tribuna de oradores para leer una larga lista de prohibiciones policíales. Incluía numerosos símbolos o signos relacionados con la Unión Soviética, Rusia, Bielorrusia o el Donbas, y también canciones militares soviéticas. Estaba prohibido, en suma, el apoyo a Rusia en la guerra que estaba librando contra Ucrania.
La exhibición de la bandera de la URSS también era delito porque, según la policía, “la bandera de la URSS simboliza a una Rusia dentro de las fronteras de la antigua Unión Soviética”. Los expertos cren que ese es el objetivo de Putin que explica su ataque a Ucrania, añadía la advertencia de la policía alemana.
Luego se excusaba de una manera tópica e hipócrita: la policía alemana no pretende impedir el derecho de manifestación, sino sólo “la forma en la que se lleva a cabo”, porque puede transmitir violencia, herir la sensibilidad del ciudadano medio e incluso sus “opiniones éticas”.
Las manifestaciones prudentes no sirven para nada
Al final, la policía no intervino, ni tampoco hubo detenciones. No hizo falta. La mayoría de las banderas representaban a la paloma de la paz y los oradores tuvieron que morderse la lengua para evitar referencias a las provocaciones de Estados Unidos y la OTAN que han conducido a la Guerra de Ucrania.
Sólo Jeffrey Sachs se atrevió a ello. Aludió al Golpe de Estado de 2014, el armamento estadounidense a Ucrania, la oposición de Estados Unidos a las negociaciones de paz, la voladura de los gasoductos Nord Stream por Estados Unidos y otros hechos susceptibles de herir la sensibilidad del “ciudadano medio”.
Pero no había ninguna posibilidad de que la policía detuviera a Sachs, que en ese momento se encontraba fuera de Alemania y hablaba por videoconferencia.
En fin, el acto no podía haber sido más correcto. Pero cuando un movimiento retrocede el primero paso, luego llegan todos los demás, porque la voracidad represiva no conoce límites. Los periodistas se lanzaron a degüello contra los convocantes.
Un periodista calificó a Wagenknecht como la enemiga más influyente de Alemania. “Es la personificación de lo que los funcionarios de inteligencia llevan años advirtiendo: la difuminación de los límites entre los márgenes políticos y los extremos” (*).
En Alemania hablar de “extremos” es convocar a la persecución policial. La antigua dirigente de Die Linke no solo es enemiga de Alemania sino de la democracia, un calificativo que pronto se va a convertir en la piedra de toque de la represión.
Cuando los periodistas alemanes hablan de que los márgenes políticos se “difuminan”, se refieren a la confusión entre “unos y otros”, la extrema derecha y la extrema izquierda. Ambos son iguales.
Es una construcción ideológica que ya se llevó a cabo en la pendemia. Como ya explicamos en una entrada, en Alemania a los que sostuvieron un pensamiento crítico, alternativo, los llamaron “Querdenker”, una expresión que fue asumida por el propio movimiento, que abrió una página web con esa denominación, que no es fácil de interpretar.
Hoy la expresión ha hecho fortuna y la utilizan los políticos, los periodistas e incluso el Tribunal Constitucional para la Guerrra de Ucrania: quien sostiene un criterio diferente del oficial (equiparado a mayoritario) es un “extremista” y da lo mismo que lo sea de un costado (izquierda) que del otro (derecha). Ese tipo de opiniones no forman parte de las luchas políticas sino de la delincuencia común.
Durante la pandemia los negacionistas eran fascistas y los antivacunas también. Así opera la coartada que están elaborando policías y periodistas, en colaboración con académicos y universitarios. En lo que a la izquierda domesticada concierne, la única opción válida es el reformismo, que sólo se mantiene alarmando a sus votantes con los mil y un peligros de la “extrema derecha” para esconder que el peligro son ellos mismos.
La cacería ya empezado y, como suele ocurrir, los más ingenuos creen que no va con ellos. El mes pasado, la ministra de Interior, Nancy Faeser, presentó una nueva ley que permite despedir de la función pública a los “enemigos de la Constitución” mediante un simple acto administrativo. “No permitiremos que nuestro Estado constitucional democrático sea saboteado desde dentro por extremistas”, declaró Faeser.
Eso ya lo hizo Alemania en la posguerra, aunque entonces no se hablaba de “extremistas” sino de “comunistas”.
(*) https://www.rnd.de/politik/warum-sahra-wagenknecht-eine-gefahr-fuer-die-demokratie-in-deutschland-ist-X6HYR7QBSNBEXOUXFOLYDU63TI.html
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