El número de trabajadores despedidos alzará el millón, a los que habrá que sumar un gran númdro de autónomos que jamás podrán recuperar su medio de vida.
Tras el cierre, los bares donde ahora sirven vino con una ración de oreja a la plancha, serán sustituidos por cadenas de comida rápida: Coca-Cola con hamburguesa.
No hay rescate posible. Hasta ahora 40.000 negocios ya han cerrado y la facturación caerá a la mitad cuando finalice el año, según el INE, lo que supondría una pérdida de en torno a los 67.000 millones de euros.
La ola de histeria que desatan las cadenas de televisión está atacando con saña a la hostelería, el ocio y todo lo que permita superar la etapa de encierro.
La población sigue aterrorizada, literalmente. Un 45 por ciento de los españoles no se atreven a consumir fuera de su vivienda, según han confesado en una encuesta.
Los hosteleros sólo han conseguido que la mitad de los consumidores españoles vuelva a los establecimientos, pero en el fin de semana del 17 al 19 de julio, la asistencia a bares y restaurantes cayó un 80 por ciento.
Pero el sector no sólo se reducirá por el lado de la oferta, sino porque los “expertos” han fabricado una sociedad que considera que lo normal es ponerse un bozal en la cara, incluso para comer, beber, hablar y bailar.
A esa sociedad normal las medidas sanitarias y de higiene que están vigentes les parecen insuficientes. Quieren más, aunque no sirva para nada. El 89 por ciento de los encuestados quiere la desinfección de las mesas antes de sentarse.
Ese mismo porcentaje considera también imprescindible la distancia entre mesas.
El 87 por ciento quiere que haya artículos de desinfección y limpieza en los baños.
Asimismo, el 83 por ciento exige que los trabajadores utilicen guantes y mascarilla.
Es lógico que los locales pongan a los camareros a la entrada, como si se trarara de un control policial, tomando nota del DNI de los clientes, de sus acompañantes, de la hora, del importe de la cuenta… y quizá hasta del menú que han comido.