A principios de este mes Georgia fue noticia por el intento del gobierno de aprobar dos leyes sobre los agentes extranjeros. Los proyectos tuvieron que ser retirados finalmente y el tema queda fuera del orden del día, al menos de momento. El caso es inusual en el sentido de que los dirigentes georgianos, lejos de ser prorrusos y antioccidentales, se vieron repentinamente calificados con esa etiqueta por los medios de intoxicación internacionales. No hay nada peor que ser prorruso.
Rusia hizo lo propio hace años y lo que este falso debate esconde es que la Unión Europea sigue la pauta: quiere apartar de su seno a los grupos de influencia prorrusos o calificados como tales. Las grandes potencias quieren influir pero no admiten ser influidas, ni siquiera por la propaganda, por lo que no tienen empacho en censurar a los medios de comunicación rusos con el pretexto de la desinformación.
La noción de “agente extranjero” fue introducida en Estados Unidos en vísperas de la Segunda Guerra Mundial para contrarrestar la propaganda nazi y hoy ha encontrado un nuevo aliento. Hasta hace poco se utilizaba principalmente en las polémicas entre Rusia y Occidente. Occidente acusaba a Moscú de utilizar el reglamento para apartar a los disidentes políticos.
El argumento de Moscú fue que la población tiene que saber que se gastan fondos extranjeros en el país y a quién van a parar. Naturalmente los intoxicadores lo rechazan diciendo que es una justificación para restringir las libertades. El argumento es que una sociedad tiene derecho a financiarse independientemente de su gobierno. Les falta decir lo principal: que no se financian independientemente de un gobierno extranjero.
La mundialización y el llamado “nuevo orden mundial” han sido la via de penetración moderna de las grandes potencias imperialistas que tiran la piedra y esconden la mano. Los anglosajones lo llaman “soft power” (poder blando) y quieren aparentar que ciertas políticas imperialistas forman parte de la sociedad civil (fundaciones, ONG, asociaciones) y no de un Estado. Ese tipo de movimientos han privatizado la desestabilización y la injerencia política en terceros países.
Tras la caída del muro de Berlín empezaron a hablar de un mundo abierto, sin fronteras, donde distintas sociedades pudieran relacionarse entre sí, independientemente de los gobiernos. Se constituyeron médicos sin fronteras, bomberos sin fronteras y notarios sinfronteras. Internet fue su momento de mayor esplendor. Hoy eso es imposible. Cada vez hay más aduanas, y no sólo para los emigrantes. El mundo se ha fraccionado mucho más, tanto desde el punto de vista político, como económico, social y cultural.
“Esta nueva fase es la consecuencia inevitable de la anterior era de apertura. El péndulo está volviendo a oscilar tanto como lo hizo en la otra dirección”, escribe Fyodor Lukyanov (1). Las fronteras no son bilaterales. Normalmente los flujos sólo se mueven en una dirección. Los europeos no viajan al norte de África en patera.
Hay potencias mundiales que financian a sus propias ONG para desembarcar en los países receptores, que sufren la invasión, no siempre de manera paciente. Las poblaciones de los invadidos son captadas por el dinero extranjero y su lealtad cambia hasta el punto de que no vacilan a la hora de traicionar a los suyos.
De esa manera las grandes potencias han llegado a constituir una quinta columna a su servicio en ciertos países, provocando graves desestabilizaciones, como Irán recientemente, que son aplaudidas a coro por los medios de intoxicación occidentales y sus secuaces. De un tiempo a esta parte la experiencia viene demostrando que, como en Ucrania en 2014, el tipo de injerencia imperialista más común no se lleva a cabo con golpes de estado militares, ni sacando los tanques a la calle, sino con ONG y redes sociales al servicio de intereses espurios, ajenos a los mismos que participan en ellas.
La presencia de masas en la calle emboba a los más atolondrados, que no son capaces de diferenciar entre un movimiento y quien lo dirige (lo convoca, lo financia, lo organiza y lo promueve). En ciertos países, como Georgia, o Siria, o Irán, quien dirige ni forma parte del movimiento, ni está a su servicio. El movimiento se ha convertido en un ejército mercenario que se vende al mejor postor.
Recientemente el presidente argelino Abdelmadjid Tebbun ha provocado un revuelo en las redes sociales al popularizar la expresión árabe “jabardyi”, una especie de confidente que no está lejos de la traición (2). Se refiere a aquellas personas (periodistas, políticos) que pasan más tiempo en contacto con las embajadas occidentales que con su propio pueblo.
El imperialismo no tendría ninguna posibilidad de someter a ninguna población del mundo sin las tropas de “jabardyi” que tiene a su servicio.
(1) https://www.rt.com/news/573121-foreign-agents-and-new-world-order
(2) https://www.lnr-dz.com/2023/02/25/les-medias-et-largent-le-journaliste-et-le-khabardji