El martes Volkswagen finalizó la producción de vehículos en su fábrica de Dresde, Sajonia. Por primera vez en sus 88 años de historia, el holding cierra una planta de producción de automóviles en Alemania. Esta decisión, considerada durante mucho tiempo política y socialmente impensable, revela el alcance de los problemas a los que se enfrenta Volkswagen.
Durante casi 90 años Volkswagen ha estado en el corazón de la industria alemana. No se trata de una pausa o desaceleración temporal: es un cierre permanente, que revela problemas mucho más profundos que afectan a Volkswagen, la economía alemana y la industria automovilística mundial.
El monopolio debe financiar unos 160.000 millones de euros en inversiones a lo largo de cinco años, destinadas a la electrificación, plataformas informáticas y nuevas arquitecturas de vehículos.
La empresa nunca había cerrado una fábrica de automóviles en Alemania desde su creación hace 88 años. Hasta ahora, Volkswagen había optado sistemáticamente por reducciones de volumen, reorganizaciones internas o reconversiones parciales, sin dar nunca el paso de un cierre total.
Sin embargo, la fábrica de Dresde ocupó un lugar especial en la publicidad industrial del grupo. Se diseñó como un “escaparate” abierto al público y encarnaba una producción de automóviles transparente, orientada a la innovación y la imagen de marca.
La dimensión simbólica no ha sido suficiente para justificar la continuación de la actividad industrial. Thomas Schäfer, director de la marca, reconoció que la decisión era “esencial desde el punto de vista económico”.
Más allá del caso concreto de Dresde, el cierre de Volkswagen envía un mensaje a toda la industria automovilista europea. El principal fabricante del continente acepta ahora que Alemania ya no se puede proteger industrialmente.