50 años del golpe de Estado que masacró a un millón de comunistas en Indonesia

En la noche del 30 de setiembre de 1965 los imperialistas desencadenaron un golpe de Estado militar en Indonesia que derrocó al gobierno e impuso una dictadura militar que asesinó a un millón de militantes del Partido Comunista de Indonesia.

Indonesia, el país musulmán más poblado del planeta, era una colonia holandesa que conquistó su independencia tras la Segunda Guerra Mundial, después de cuatro años de guerra contra los imperialistas británicos y holandeses.

Bajo la presidencia de Ahmed Sukarno, el país pasó a formar parte del bloque de países no alineados, estableciendo estrechas relaciones con los países socialistas. Ante una situación muy comprometida, Estados Unidos inició planes de desestabilización, especialmente dirigidos contra el Partido Comunista que, con sus 3,5 millones de militantes, era uno de los mayores del mundo.

Así lo demuestra la directiva 171/1 del Consejo de Seguridad Nacional de 1953, que era relativamente novedosa en las técnicas de los golpes de Estado contrarrevolucionarios. Se trataba de mantener una presión sostenida contra el gobierno de Sukarno y, al mismo tiempo, estrechar relaciones con el ejército.

En el terreno político, Washington nombra como nuevo embajador en Yakarta a Hugh S. Cumming y comienza a entregar grandes cantidades de dinero a partidos políticos, como el socialista y el Masjumi. Se trataba de segar el inmenso terreno sembrado por los comunistas entre las masas: los sindicatos, los campesinos, las cooperativas, los jóvenes, los estudiantes, las mujeres, la cultura… Aproximadamente las organizaciones de masas dirigidas por los comunistas encuadraban a unos 15 millones de personas.

En noviembre de 1957 los esbirros de la CIA tratan de asesinar a Cikini, un conocido dirigente político progresista. Al tiempo que asesina a unos, el imperialismo apoya a otros y promueve los movimientos independentistas. John Foster Dulles le indica a su nuevo embajador que no se debe atener de manera irrevocable a una política de preservación de unidad de Indonesia y arma al movimiento guerrillero PRRI-Permesta que asola Sulawesi y el oeste de Sumatra. Para reprimir los levantamientos armados, el gobierno de Sukarno tiene que apoyarse cada vez más en el ejército, convertido en un coto de colaboradores de la CIA. El 14 de marzo de 1957 se declara la ley marcial.

A partir del año siguiente, Estados Unidos aprueba un programa extraordinario de financiación y rearme del ejército indonesio, a cambio de promocionar en el escalafón militar a gorilas como el general Nasution que había dirigido la represión en 1948 contra los comunistas en Madiun. Fue la primera vez que se ensayó la técnica del contragolpe de Estado fascista, ya conocida en la guerra civil española y que luego se pondría en práctica en Chile en 1973: los militares dan un golpe de Estado para evitar que el golpe lo den los comunistas, salvando así al país. Es la justificación perfecta. La represión de Madiun también se basó en una provocación previa de los militares, que luego justificación de ese modo el baño de sangre subsiguiente.

La técnica del contragolpe de Estado va acompañada de una amplia campaña de propaganda sobre el inminente “peligro comunista” para mantener alerta permanentemente a la población. En esta función los periodistas y los universitarios juegan un papel importante, ya que son quienes tienen que escribir en los periódicos o hablar en la radio. También el Partido Socialista desempeña a la perfección el papel socialfascista que ya había ensayado en Europa anteriormente. Los partidos reformistas engañan con sus etiquetas “de izquierda” y sus “reivindicaciones”. Con excepción de algún exaltado, nadie podría decir que, en realidad, son cómplices de la peor reacción, de los militares y de los fascistas. Nadie sabe tampoco que se trata de organizaciones creadas y financiadas por la CIA.

En Indonesia el papel de la intelectualidad reaccionaria la cumplen Joop Beek, un jesuita anticomunista holandés, que explota las contradicciones entre una minoría dirigente cristiana y una mayoría musulmana explotada, así como Guy Pauker, profesor de la Universidad de Berkeley y consultor de la Rand, que desempeña el papel de enlace entre los socialistas y los golpistas emboscados dentro del ejército.

Con el creciente protagonismo militar, los altos oficiales asociados a la CIA acaparan los cargos de los aparatos del Estado. Entre ellos destaca también el general Mohammed Suharto, cuya “formación” procede de las academias militares imperialistas, quien emprende una profunda reforma de los órganos de dirección del ejército indonesio, así como de la escuela, donde se impone una nueva doctrina estratégica llamada “guerra territorial” elaborada por Pauker que pone la lucha contrainsurgente en el centro de las tareas militares, especialmente la destrucción del Partido Comunista.

Además los imperialistas implementan un vasto programa de “ayuda cívica” del ejército para edificar una infraestructura política capaz de erosionar el terreno de los comunistas entre las masas, tanto en las ciudades como en el campo.

Para poner en marcha el programa, en 1962 se instala en Yakarta una unidad del Miltag (Military Training Advisory Group) para adiestrar a las milicias civiles que servirían de unidades de apoyo al ejército en los barrios y aldeas, e incluso entre los funcionarios. Se trataba de crear un Estado paralelo al estilo de lo que Gladio estaba haciendo en Europa.

El general Suharto era un viejo renegado. Es lo que le había permitido trepar en la burocracia militar, a pesar de su condición de musulmán. Durante la Segunda Guerra Mundial ya había colaborado con el imperialismo japonés. Sabía luchar contra los suyos. Aunque nunca siguió cursos de formación en Estados Unidos, implementó eficazmente el programa de “guerra territorial” entre los oficiales del ejército afiliados al Partido Socialista.

El Estado paralelo que estaba forjando Estados Unidos en torno al ejército era imprescindible para aislar a los comunistas y, por lo tanto, para exterminarlos. También era imprescindible para segar la hierba bajo los pies del presidente Sukarno y sus apoyos más seguros dentro de los cuarteles, en especial del general Yani, jefe del Estado Mayor.

La culminación de los años de paciente trabajo de zapa del imperialismo culmina en la noche del 30 de setiembre de hace 50 años con un falso golpe de Estado llamado “Gestapu” que tenía por objeto impedir un golpe de Estado contra Sukarno. Los golpistas secuestraron a Aidit, secretario general del Partido Comunista para “salvar su vida”.

El 3 de octubre, con la misma excusa de impedir el golpe de Estado, el ejército inicia una agresiva campaña anticomunista atribuyendo la responsabilidad del mismo al Partido Comunista. Dos días después los primeros militantes comunistas empiezan a caer asesinados en las calles de la capital.

Siempre con la misma excusa de impedir el golpe, son asesinados seis generales a quienes también se les imputa la intentona.

No hay nada más confuso que un contragolpe de Estado, un golpe dentro de otro o dar un golpe de Estado para impedir otro. Hay un golpe ficticio y otro real. Se da un golpe Estado para sostener al mismo Estado, todo ello dentro de una maraña de conspiraciones clandestinas, que en España ya conocimos el 23 de febrero de 1981.

El portavoz de “Gestapu” fue el teniente coronel Untung, quien al día siguiente del golpe declara que el presidente Sukarno está a salvo bajo su protección, que han logrado salvar su vida y la de los seis general que iban a ser asesinados. También dice que habían evitado que el 5 de octubre un grupo de generales diera un golpe de Estado. Aquel día estaba previsto un desfile militar por las calles de Yakarta y el golpe real se anticipa a un golpe ficticio.

El contragolpe de Estado es una típica técnica fascista dirigida contra las organizaciones de la clase obrera y, principalmente, contra los partidos comunistas. Al mismo tiempo, la excusa de impedir el asalto al poder de los comunistas facilita la represión contra las masas, como se demostró tras la guerra civil española. El comunismo no es más que la excusa para desmantelar a los sindicatos y las organizaciones de masas.

Una de las tareas de Cumming en la embajada de Yakarta fue la elaboración de listados de ejecuciones masivas, que comprendían millones de personas. A pesar de la amplitud, lo mismo que en España o en Chile, la represión no fue indiscriminada, sino extremadamente selectiva. No se puede frenar un movimiento popular sin liquidar a las organizaciones que lo dirigen. Había que descabezar al movimiento organizado.

Naturalmente, el golpe siempre quedó en medio de la neblina típica sembrada por la intoxicación, las mentiras de la prensa y el ocultamiento, especialmente de los responsables últimos del baño de sangre que, como cabía esperar, no eran otros que los imperialistas. En 1990 el Washington Post recogió unas declaraciones de Robert J. Martens, antiguo miembro de la sección política de la embajada de Estados Unidos en Yakarta, el equipo de funcionarios y agentes de la CIA que durante dos años se encargó de elaborar la minuciosa lista de la masacre. Nada se dejó a la improvisación.

Las cifras de asesinados no se conocen, ni siquiera de una manera aproximada. De madrugada los ríos aparecieron literalmente cubiertos de cadáveres que flotaban sobre las aguas. En 1983 la CIA reconoció 250.000 asesinatos, pero Ralph McGehee, antiguo responsable del espionaje imperialista en Yakarta, ha elevado las estimaciones a una franja entre los 500.000 y el millón de asesinatos. Dos generales indonesios, como Sodomo y Sarwo Edhie, cercanos al golpista Suharto, dan cifras comprendidas entre los 500.000 y los dos millones.

Tampoco se conoce el número de encarcelados, aunque las cifras son del orden de un millón de comunistas, encarcelados sin juicio previo y deportados a la isla de Buru durante periodos que oscilaron entre los 10 y los 15 años.

No hay palabras para describir la ola de horror. Las mujeres comunistas fueron vejadas y violadas, muchos revolucionarios y sindicalistas murieron en el potro de la tortura, descuartizados, decapitados, despellejados en vida.

Lo mismo que en la guerra civil española, los comunistas no fueron los únicos represaliados. También lo fueron sus familiares, despedidos de sus trabajos, de sus viviendas e incluso de su nacionalidad, sometidos a una vigilancia permanente y obligados a subsistir como verdaderos parias. Utilizar expresiones como “clase obrera” en un artículo estaba penado con 12 años de cárcel por incitación a la “propaganda comunista”.

En 2000 el general Latief, comandante de una brigada de infantería en Yakarta, que fue encarcelado en 1965 y liberado 34 años después, confesó que Suharto conocía la conspiración contra el Presidente Sukarno, que siete generales fueron secuestrados la noche del golpe y luego asesinados y que la provocación no era más que un medio de aislar al Presidente e iniciar la caza de los comunistas.

Neville Maxwell, miembro del Instituto de Estudios Commonwealth, dio a conocer una carta dirigida a Bhutto, que entonces era ministro de Asuntos Extranjeros de Pakistán, por uno de sus embajadores en Europa en el narraba una conversación entre un responsable de la inteligencia militar holandesa y un miembro de la OTAN en la que aquel indicaba que Indonesia iba a caer “en el saco de Occidente como una pera podrida” como consecuencia de un golpe de Estado organizado por “los servicios de información occidentales”. La carta estaba fechada en diciembre de 1964, antes del golpe, y era bastante detallada. Consignaba también la técnica de la provocación con la que los medios de comunicación justificarían el baño de sangre, para lo cual se inventaría un golpe previo organizado por los comunistas.

La matanza la ejecutaron de manera metódica las milicias entrenadas por la CIA, la mayor parte de cuyos integrantes eran musulmanes. Se pareció también a la guerra civil española en que los verdugos estaban fanatizados por una concepción religiosa de “Cruzada”. Más que una lucha política, se presentó como la eliminación de los ateos.

La intoxicación le dio la vuelta a los acontecimientos, en la prensa, en la radio y en los libros de texto. Todavía hoy en las escuelas de Indonesia a los niños se les proyecta un documental imputando a los comunistas la responsabilidad del golpe. El embajador estadounidenses acuñó la expresión “carnicería comunista”, que ahora todos repiten para referirse al golpe de 1965. Lo mismo dicen los “historiadores” de casi todas las universidades del mundo entero. Las masacres subsiguientes fueron consecuencia de la ira espontánea de la población contra los comunistas.

La represión nunca es un acto único, sino una campaña de exterminio planificada y llevada a término a lo largo del tiempo. En Indonesia se prolongó durante más de 30 años. Desde la clandestinidad, el Partido Comunista continuó la lucha revolucionaria, lo cual acarreó represalias contra los presos políticos, que el régimen utilizó como rehenes. Entre 1985 y 1990 el general Suharto mató a 22 dirigentes del Partido Comunista que estaban encarcelados desde el golpe de Estado.

Después de la guerra civil española, el exterminio de los comunistas en Indonesia es la mayor masacre política de la historia, en proporción a la población. Los imperialistas nunca ocultaron su alegría. El embajador británico Andrew Gilchrist escribió a su Ministerio en Londres: “Jamás he ocultado que opino que algunos pelotones de ejecución en Indonesia son un preliminar indispensable para cualquier cambio efectivo”. Un año después, el embajador estadounidense le declara su apoyo al general Suharto: “Estados Unidos ve con buenos ojos y admira lo que hace el ejército”.

Los imperialistas lo celebraron por todo lo alto. El primer ministro australiano Harold Holt calificó la matanza como “una reorientación política”, y lo mismo escribió el New York Times. La revista Time escribió: “Es la mejor noticia que ha habido en Asia desde hace años”. Para News & World Report, Indonesia traía esperanza de Asia, un continente en el que la habían perdido. Bajo las botas del general Suharto, Indonesia se convirtió en un puntal del imperialismo en Asia. Margaret Thatcher escribió sobre su peón: “Uno de nuestros mejores y más preciados amigos”.

Una vez exterminados los comunistas, en noviembre de 1967 los monopolios internacionales se reunieron en Ginebra para repartirse el bocado de Indonesia: General Motors, Imperial Chemical Industries, British Leyland, British-American Tobacco, American Express, Siemens, Goodyear, International Paper Corporation, US Steel…

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