Svástica descubierta en 2001 en Berlín |
Hace ya un cuarto de siglo un estudio de Peter Staudenmaier se extendió sobre ello, con un título definitorio: “Ecofascismo: lecciones de la experiencia alemana”. En 2011 tuvo una segunda reimpresión, recientemente traducida y publicada por la Editorial Virus (*).
La obra de Staudenmaier va acopañada de un artículo de Janet Biehl sobre el mismo asunto titulado “Ecología y modernización del fascismo en la extrema derecha en Alemania”, que lleva el asunto a la actualidad: la presencia de los neonazis en los movimientos ecologistas en Alemania.
Es, pues, un asunto conocido, por más que los ecologistas crean lo contrario de sí mismos: que son progresistas, de izquierdas, o incluso revolucionarios.
Staudenmaier sostiene que el ecofascismo surge en Alemania en la primera mitad del siglo XIX por obra de dos intelectuales herederos del romanticismo. El primero fue Ernst Moritz Arndt, cuya obra combina el nacionalismo xenófobo con el amor al terruño (la “patria chica”). El segundo fue Wilhelm Heinrich Riehl, un autor caracterizado por el repudio al mundo urbano y una visión mística del campo.
En la segunda mitad del siglo XIX el movimiento Völkisch impulsó las teorías de Arndt y Riehl, abogando por un retorno a la vida sencilla de los campesinos y atacando a la Ilustración, el progreso, la ciencia y la industria.
Precisamente fue un científico alemán, Ernst Haeckel, pionero de la ecología, quien más contribuyó a disolverla entre sus concepciones reaccionarias y protofascistas. En los escritos de Haekel la defensa del imperialismo alemán convive con el darwinismo social, el racismo y el antisemitismo. En esta ideología el núcleo, lo realmente importante, no son los seres humanos sino la naturaleza.
Haeckel introduce la palabra “ecología” del griego “oikos” que tanto puede significar “habitat” como “hogar”, aunque lo más importante es que cada pueblo tiene el suyo, que no puede ser invadido por otros.
En torno a Haeckel, al seudoecologismo y al misticismo se forma el movimiento Wandervögels (“aves migratorias”) que, con el tiempo, acaba nutriendo las filas nazis, cuyos dirigentes más conocidos, como Hitler, Himmler o Rudolf Hess, eran lo que hoy calificaríamos como animalistas: “Im neuen Reich darf es keine Tierquëlerei mehr geben”, dijo Hitler (“En el nuevo Reich no hay cabida para la crueldad hacia los animales”).
El III Reich aprobó las primeras leyes para preservar el medio ambiente, creó la primera reserva natural de Europa y mantuvo una política de desarrollo de la agricultura ecológica.
El fascismo ha llegado al siglo XXI sosteniendo esas mismas concepciones seudoecologistas, como se comprueba leyendo el manifiesto redactado por Brenton Tarrant, autor del atentado contra dos mezquitas en Nueva Zelanda en marzo de este mismo año, que se definió a sí mismo como “ecofascista”.
Para los fascistas el medio ambiente está sometido a una presión demográfica creciente de la población que solo se puede resolver mediante los conocidos mcanismos de la “ingeniería social”, a saber, el exterminio de las razas inferiores, la pena de muerte o la esterilización. Es la doctrina del bote salvavidas: cuando el transatlántico se hunde, sólo unos pocos pueden subirse al salvavidas porque si todos quisieran entrar, también se hundiría y morirían todos. Sólo los elegidos se pueden salvar…
(*) https://www.viruseditorial.net/ca/libreria/libros/492/ecofascismo